Super Pocha, tierra adentro (7)

Helen Velando

Fragmento

La luna brillaba en el cielo oscuro llenito de estrellas. Un viento frío soplaba desde el mar agitando la ropa tendida en la azotea. Las medias de fútbol blancas de Matías, las calzas violetas de Laurita, varios repasadores de colores, el delantal rojo de la dueña de casa y los calzoncillos verdes con flores rosadas de Alejandro, su marido. Una escalera de metal más abajo, nuestros dos superhéroes descansaban junto al fuego. Pocha con su pelo enrulado recogido con una vincha, las medias violetas con corazones y el abrigado salto de cama, leía estirada en el sofá frente a la estufa encendida. Es que a pesar de estar ya en los principios de la primavera, el frío por las noches se hacía sentir. Por eso justamente, cierto perro, o más bien dicho, cierto superperro, de bufanda y gorro de felpa se había echado frente al hogar y revisaba el celular disfrutando de estas cortas vacaciones de primavera.

Su dueña lo contempló al tiempo que bajaba el libro y lo dejaba sobre el regazo. No pudo menos que sentir ganas de acariciarle el lomo, ¡era tan cachorro todavía! Le pareció que fue ayer cuando lo dejaron en una cajita en la puerta y, luego de aullar casi una hora y media a las tres de la madrugada, lo entraron. Sin embargo, desde ese día habían vivido juntos tantas aventuras y resuelto tantos casos. El tiempo se les pasó literalmente volando desde el momento en que se pusieron las capas y se convirtieron en superhéroes. Por eso ahora estaban tomándose estas merecidas vacaciones los dos.

Para los que no conocen a nuestra superheroína, ella trabaja en su propio emprendimiento de repostería y de organización de eventos y fiestas junto con su hermana Claudia. Cierto perro, más concretamente Rodríguez, o sea el que está echado en el almohadón frente a la estufa, a pesar de tener una asumida inclinación desenfrenada por lo dulce, lo cual lo ha llevado a algunos desenlaces no deseados, como por ejemplo comerle la pata de merengue a una torta con forma de tortuguita, lambetear los restos de crema o dulce de leche de los recipientes dejándole el hocico en evidencia y engullirse el piquito de chocolate de una cigüeña de un cupcake, también la ayuda en el negocio. En fin, cosas de perro goloso que le pueden pasar a cualquiera, pero además de eso, es un buen y fiel compañero… salvo cuando alguien le pide el control remoto.

–¿Me haría el favor de estirar la pata y acercarme el control remoto que voy a poner el informativo? –le pidió con dulzura su dueña.

Rodríguez siguió concentrado mirando la pantalla del celular y no se dio por enterado. Es que en pocos minutos empezaba uno de sus programas favoritos: “Pregúntale a tu mascota” y no quería perdérselo.

–¿No me oye? –lo increpó–. Le pregunté si me puede alcanzar el control del televisor.

–¿Guau? –se hizo el desentendido.

–¡No, no le hablo a usted! ¡Le estoy preguntando al caniche de enfrente! Claro que es a usted. ¿Me lo alcanza, por favor?

Rodríguez se levantó de mala gana, agarró el control con los dientes y se lo dejó en el sofá. Ella le acarició la cabeza peluda con un mimo como agradecimiento. Aunque él se quiso hacer el perro duro, no pudo, estaba muy sensible y terminó moviéndole la cola y fue a echarse de nuevo en la alfombra.

–No se haga el pitbull conmigo que lo conozco de sobra. ¿Qué piensa? ¿Cree que no me doy cuenta de que usted también los extraña?

–Gua…uuu –puchereó el perro y se tapó los ojos con las patas.

–Pero no sea cachorro. Llore tranquilo. Exprese sus emociones. Yo también los extraño. Pero seguramente los tres la están pasando bomba en la casa de mis suegros.

–¿Guau? –preguntó.

–¡Claro que es en serio! Los chiquilines adoran a los abuelos y Alejandro es su hijo. Claro que la están pasando fenómeno. Yo preferí quedarme porque… en la casa de mis suegros hay poco espacio –carraspeó.

–¿Guau?

–No, ¿cómo se le ocurre que es una excusa? El año pasado fui –afirmó ella encendiendo la pantalla–. Ahora, usted podría haber viajado con ellos.

–Guau –negó con el hocico–. ¡Guau, guau!

–¿Se quedó por si había una emergencia? Mire, tenemos unos días de licencia en el negocio y no tiene por qué haber ninguna emergencia de otro tipo. Deje de preocuparse. No podemos ser superhéroes a tiempo completo –le sonrió y subió el volumen.

En la pantalla la imagen de un hombre de camisa a cuadros, con sombrero aludo y ojos saltones apareció hablándole a un micrófono; detrás de la mano que lo sostenía, al micrófono no al señor, había un cronista.

–Estamos con Clariseo Dos Santos, vecino de la zona… ¿Y entonces qué fue lo que vio esa noche, Clariseo?

El hombre con los ojos cada vez más grandes se acercó a la cámara y dijo con temor en la voz:

–Un lobizón.

–¿Usted afirma que vio a un ser mitológico de nuestro campo? ¿A una leyenda rural de nuestro folclore?

–Eso que usted dice… no sé. Yo vi un lobizón.

–¿Y qué estaba haciendo?

–¿Yo o el lobizón? –preguntó sin dejar de clavar la mirada en la cámara.

–El lobizón.

–Estaba llevándose ovejas…

Como el hombre parecía estar en trance y terminó chocando al camarógrafo, tuvieron que volver a estudios.

–Y esta, amigos televidentes, es parte de la nota que compartíamos desde Paso del Capincho. En donde desde hace unos días vienen desapareciendo misteriosamente ovejas, sin que la policía pueda hallar explicación ni pistas –sonrió la conductora del informativo–. Aunque varios vecinos afirman haber visto merodeando a un animal enorme, grande como un lobo y cuya foto apareció en las redes esta mañana.

A continuación la tele reprodujo la fotografía captada por una pantalla de celular; mostraba una imagen borrosa, en la oscuridad de la noche, de algo que se parecía a un perro grande caminando en dos patas. Lo único que se podía distinguir con claridad eran los ojos, parecían de fuego y causaban escalofríos.

Súbitamente Pocha oyó un aullido y al bajar la vista hacia el piso, descubrió que Rodríguez no estaba y había un extraño bulto debajo de la alfombra del cual sobresalía una cola peluda.

–¡Qué julepe me dio! Salga de ahí. No me diga que cree en cuentos de lobizones, de gente que se convierte en lobo...

–Gu…au –se oyó tembloroso un ladrido debajo de la alfombra.

En ese preciso instante sonó el celular y la imagen del excomisario Fagúndez apareció en la pantalla junto a la tía Elvira, la tía de Pocha, que casualmente es la esposa de Rigoberto Fagúndez.

–Fagúndez, ¡qué sorpresa! Lo hacía de viaje con mi tía en el crucero a las Islas Lagartija (conjunto de islas muy similares a las Caim

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