Cenicienta liberada

Rebecca Solnit

Fragmento

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Érase una vez una niña llamada Cenicienta. La llamaban Cenicienta porque dormía junto al hogar de la cocina de una casa grande y siempre iba cubierta de ceniza y a veces las ascuas le agujereaban la ropa. Vestía prendas viejas, raídas y hechas jirones.

Dormía junto al hogar porque se pasaba el día entero en la cocina guisando y lavando, y porque no tenía alcoba. Se ocupaba de las tareas de la cocina durante todo el día porque su madrastra la obligaba. Su madrastra la obligaba a hacerlo todo porque, aunque había mucho trabajo para todo el mundo y muchas personas para realizarlo, creía que no había suficiente para todas. Y deseaba mucho para sus dos hijas, Perlita y Paloma. (Nadie preguntó qué deseaban Cenicienta, Perlita o Paloma.)

A veces Cenicienta se entristecía y quería ir a jugar con otros niños. A veces se alegraba de ir al mercado a comprar huevos a la señora que vendía pollos, manzanas al agricultor que cultivaba manzanas y leche al lechero. A veces le gustaba hacer pasteles con las manzanas, la leche, los huevos y la harina de la agricultora que cultivaba trigo. A veces deseaba fugarse, pero no sabía bien adónde ir. A veces se sentía cansada.

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Cenicienta se convirtió en una buena cocinera. Llegó a conocer a todo el mundo en el mercado. Se volvió fuerte y mañosa. Perlita y Paloma se quedaban en las habitaciones de la primera planta probándose ropa y arreglándose el pelo, y nunca salían porque, según su madre, los habitantes del pueblo no eran lo bastante sofisticados para ellas.

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Vestidos y caballos

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