Nadie como ella

Martina D' Antiochia

Fragmento

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ZOE

Me desperté pegándome un cabezazo. Un clásico, la realidad me daba en toda la cara. Había olvidado que estaba en una litera, en la litera de abajo concretamente. No estaba acostumbrada a dormir así, en literas, y llevaba solo una semana en el internado. Había sido un buen golpe, podía notar cómo poco a poco me iba creciendo un chichón en la cabeza. He probado en pedirle de todas las maneras que se me han ocurrido a mi compañera Carol que me preste su cama de arriba, pero no ha cedido y no cederá. Todavía la conozco poco, pero ya hay algunas cosas que me ha dejado claras. Es una persona complicada, del tipo de personas que te tienes que ganar a base de confianza. Cosa que también es difícil porque confía poco en la gente, es bastante callada e introvertida, pero también bastante responsable. Pero una vez que pasas esa barrera, una vez que decide que va a confiar en ti, una vez que decide que le importas, siempre estará a tu lado... A veces me recuerda un poco a Marina, creo que ella y Marina se llevarían bien. A veces cuando pienso en ella, o en toda la gente de Los Ángeles, me da un sentimiento de nostalgia que intento olvidar. Ahora no estoy allí, ahora mi vida es esta. Este internado y esta litera de abajo. No quiero pensar en nada más. No puedo pensar en nada más. Sobre todo porque, cuando acabo pensando en quienquiera que se me pase por la mente, siempre termino con él en la cabeza... y luego recuerdo que llevo una semana aquí y todavía no me ha llamado.

—¡Oye, oye, ¿qué cojones crees que haces?! —le gritó Theodora a Carol cuando pasó por su lado ignorándola y entró en el baño. Eso logró despertarme de mi ensimismamiento. Theodora no sabía expresarse sin utilizar palabrotas al hablar. Desde las siete de la mañana ya estaba gritando groserías a pleno pulmón. Al final, terminé acostumbrándome. Es una pena que hable así siendo tan guapa. Es una morena de pelo negro, tan negro que parece casi azul, con la piel blanca como la nieve y de ojos verdes como yo.

Éramos cuatro chicas en la habitación contando conmigo, y solo había un baño, así que creo que por lógica poco tengo que explicar que esa era casi exclusivamente la principal razón por la que nos peleábamos.

—Hoy me toca a mí ducharme primero, te recuerdo que es lo que acordamos —le contestó Carol con demasiada tranquilidad.

—Es que no me has dejado ni entrar a cagar, ¡tú sabes que yo cago por las mañanas!

—Puedes cagar mientras me ducho.

—No voy a cagar mientras te duchas porque no me concentro.

—No es mi problema que no te concentres —se rio Carol en voz baja—. Puedes cagar en un cubo y tirarlo por la ventana —añadió mientras limpiaba el cristal de sus gafas.

—¡Ja, ja, qué graciosa! O puedo cagar en tu cara...

—Theodora, haz lo que quieras, pero cállate ya —le pedí, ya cansada de escuchar tanta conversación sobre cagar desde por la mañana temprano.

Al final se calló y entró al baño, no antes sin refunfuñar como una niña pequeña. Carol hizo un gesto de resignación, pero no peleó más. Yo, mientras me iba poniendo el uniforme, me giré y vi a Barbara tumbada boca abajo en la cama con la cara en la almohada y con esos pelos negros revueltos que tenía en un moño mal hecho. Si Carol era tranquila y Theodora era gritona, no sabría cómo describir a Barbara. Barbara era otro rollo diferente, ella pasaba de todo, iba a su bola y, por lo visto, eso la hacía más atractiva a los ojos de los chicos. Aún estaba intentando descubrir por qué.

—Barbara, ¿te vas a levantar? —le pregunté mientras me deshacía la trenza que me había hecho para dormir.

—Iba a hacerlo hasta que recordé que hoy es miércoles. Paso de hacer deporte por la mañana.

—Si sigues faltando a las clases de educación física no pasarás el examen práctico final —intervino Carol, que ya estaba arreglada e iba a coger su mochila.

—Solo he dicho que no quiero hacerlo por la mañana, no que no vaya a asistir a las clases.

—Y cuando te encuentren aquí, ¿qué?

—Aishhh, ¡déjame dormir! Ya me las apañaré —gruñó y se volvió a tapar con las sábanas hasta arriba.

Después de eso salimos por la puerta con nuestra mochila, donde guardábamos el uniforme de educación física para cambiarnos. Mientras corríamos por los pasillos para no llegar tarde, no podía evitar que la mirada se me fuera a cada detalle de aquel edificio. El internado era precioso, eso tengo que reconocerlo por mucho que odiara estar allí. Estaba en un pueblo en la montaña rodeado de naturaleza. Era enorme y tenía un estilo de arquitectura gótica que contrastaba bastante con sus preciosos jardines bien cuidados. Y las instalaciones deportivas eran una auténtica pasada, había pistas para casi cualquier deporte y también tenía una piscina que no estaba nada mal... y se podía usar durante todo el año. Y lo mejor de todo: una sala de ballet preciosa. Desde el día que llegué no podía pensar en otra cosa que en calzarme las puntas y deslizarme sobre el suelo encerado de parqué, mirarme en su espejo y centrarme en perfeccionar los movimientos de mi cuerpo. Como si la del espejo no fuera yo, como si fuera otra persona capaz de ser perfecta. El primer día ya pude practicar un poco, yo a solas, con todo el espacio para mí, y fue uno de los mejores momentos que he tenido en mucho tiempo.

Así que sí, el lugar no estaba mal. Al menos en esta ocasión mi padre había entendido que no vivíamos en el siglo pasado y me había mandado a una escuela mixta. Menos mal. Seguro que se tendría que haber gastado un montón de dinero en mandarme a un sitio como este... Aunque, si lo pienso, soy su hija y es lo único por lo que se ha gastado el dinero en mí, porque la única que está bien agarrada a su cartera es Margaret. Siempre le está dando todos los lujos a ella, así que al final tampoco me parece tan mala idea estar aquí.

Cuando llegamos a la parte de los vestuarios, giré a la derecha para entrar en el de las chicas y me puse el uniforme de deporte. Cuando salí afuera con mis mangas cortas, el rocío de la mañana me hacía tiritar un poco.

—Zoe, ¿verdad? —Se me acercó un chico alto pero por culpa de la niebla no podía ver muy bien hasta que no le tuve de frente. Tenía el pelo corto y rubio y los ojos azules.

—Eh..., sí, hola —dije sin saber quién era.

—Todos me llaman Zack. Voy a clases de ballet... Si no recuerdo mal, me parece que tú también te apuntaste, ¿verdad?

Era cierto. Había una serie de actividades que los estudiantes elegían para hacer después de las clases, y me puse supercontenta cuando llegué y me enteré de que podía hacer ballet. Yo que pensaba que tenía que renunciar... Fue una de las muchas cosas por las que lloré al venir aquí.

—Eh..., sí. —La conversación me estaba poniendo incómoda mientras esperaba a que mis amigas terminaran de cambiarse. Al fin y al cabo no conocía a aquel chico de nada.

—Bailas genial —dijo después de un silencio que me pareció eterno. No sé por qué, pero por la forma en la que hablaba y movía las manos me dio la sensación de que era gay.

—¡¡¡Tía!!! ¡Acércate! —Me llegó un alivio al escuchar la voz de Theodora.

—Tía, que ese es el crush de

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