Dark Doll

Raquel Castro

Fragmento

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oí que tocaban la puerta de mi cuarto pero me hice tonta y hasta me puse a canturrear lo que salía por mis audífonos. Era una rola de Faith and the Muse que ni me va ni me viene, pero el chiste era no hacer contacto con quienquiera que estuviera tocando la puerta, y que no podía ser más que una de dos: mi papá o mi mamá. La cosa es que como toda la semana andan fuera, el finde quieren que convivamos, o sea, que estemos como muéganos viendo películas cursis o de esas aburridísimas a las que mi mamá les dice con mensaje, o haciendo quehaceres que se le ocurren a ella en el momento o que se encontró en alguna de sus revistas.

La verdad es que después de pasar toda la semana sola, estar con ellos tanto tiempo me hostiga un montón. Llega el momento en que necesito ponerme los audífonos y escuchar mis cosas o en que de plano mataría por salirme a pasear al parque un rato. A veces puedo: les digo que necesito ir a tomar fotos, y como saben que es mi hobby, hacen tantito drama tipo Pero si es el único rato que podemos estar juntos pero luego me dejan ir, con la condición de que regrese antes de que oscurezca. ¡Como si aquí en Puebloquieto pasara algo jamás!

Pero no es sólo que me aturda que hablen y hablen y hablen… También es que me enoja, caray, porque se nota que ni cuenta se dan de nada que tenga que ver conmigo, que su preocupación es de puro dientes para afuera, como dicen por ahí. Así, pues, evito al máximo la hora del mueganismo. Ahora mismo, por ejemplo, ya habían tocado dos veces más, y yo seguía canturreando, en esta ocasión una rola que en la vida había escuchado. Le piqué al reproductor para ver qué carambas era y leí que la banda se llama Speak of Silence. “Muy a tono con lo que necesito ahorita”, pensé, y de inmediato supe de dónde salió: es del Heavenly Voices, una compilación gótica que me pasó por la red mi amigo RoT. “Te va a gustar, cuando la escuché pensé en ti”, me puso al compartirme el disco, y yo sentí que me ponía roja. “¿En serio tienes un crush con tu amiguito cibernético?”, me pregunté yo sola, y me reí, también sola, como mensa. En eso, justo cuando me estaba riendo, me di cuenta de que ya tenía a mi papá a un lado, con cara de víctima… y ni fingir que estaba haciendo tarea porque tenía abiertas la página del reproductor de música y mi perfil de Flickr, que es donde subo mis fotos. Antes usaba nada más Instagram, pero ahí conocí a RoT y él me jaló para Flickr, que me gustó un montón. Él tiene cuentas en otras aplicaciones todavía más pro, pero pues lo mío es hobby, fotos que tomo con el cel, así que ni al caso. Y bueno, el chiste es que mi papá entró sin permiso a mi cuarto y estaba de mirón en mis fotos. ¡Argh! ¿Qué no le basta con que lo acepté de amigo en Facebook?

—¿Qué haces, nena?

Podría fingir que no lo oigo, pero no que no lo veo, así que me quité los audífonos y suspiré.

—Bajando unas fotos, pa.

—Es sábado, chiquita.

“¿O sea que qué?”, me dieron ganas de preguntarle, pero nada más sonreí como si no entendiera.

—Vente para abajo, tu mamá quiere que le ayudemos en la cocina.

Ni caso tenía negarme: si le decía “Ahorita bajo”, me iba a salir con eso de que “Ahorita es ahorita”, que es una de sus frases favoritas. Así que le puse pausa al reproductor y me hice la nota mental de escuchar sin shuffle el Heavenly Voices en cuanto me liberaran del rato familiar: tantito porque sí sonaba bien y tantito porque me quedé pensando en RoT. Si es la mitad de guapo de lo que es interesante (es de esos sangrones que no ponen foto de perfil), yo sí me caso.

Mi mamá ya estaba en medio de la sala con su típica cara de impaciencia. Todavía ni terminábamos de llegar cuando se metió a la cocina y desde allí empezó a decirnos que había leído un artículo sobre los bichos que se acumulan en los lugares que creemos que están limpios y con buenísimas ideas para combatirlos. Hueeeeeeva.

A mí me puso a lavar los platos limpios (¡limpios!). Según su artículo, hay que hacerlo cada mes que porque se llenan de polvo y ácaros y bacterias y qué sé yo. Pero claro, seguro esta fue la primera y última vez que se acuerda de hacerlo.

A mi papá le dio un trapo para limpiar todos los frascos de especias y ella se puso a revisar el laterío de la alacena para tirar todo lo que se había echado a perder porque en esta casa nadie cocina. Y, claro, en cuanto cada quién tuvo su tarea asignada, se pusieron a hablar.

—Cuéntanos cómo te fue en la escuela esta semana —dijo mi mamá.

Tuve que morderme la lengua para no decirle, así bien ácida, que ya llevaba dos semanas de vacaciones porque se acabó el año escolar y ellos ni en cuenta: no me han preguntado si pasé todas las materias, si me gustó esta escuela, si estuvo difícil cuarto de prepa… ¡Ni siquiera me han preguntado si ya sé qué quiero estudiar o a qué área voy a entrar! Obvio que si me preguntaran les diría que todavía falta un año para elegir área, ¡pero qué poca, ¿no?!

Respiré profundamente y nada más me encogí de hombros.

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—¿Cuándo traes a tus amigos a la casa? —dijo entonces mi papá, así en su plan de buena onda.

—Ay, pa —le dije. Así, nada más.

Mi mamá le sonrió con cara de Tenle paciencia, como si la que estuviera mal fuera yo y no ellos, y como que en ese momento se le prendió el foco a mi papá.

—Yo pensé que a lo mejor aquí sí hacías amigos… —dijo.

—Pa, no inventes. Cuando entré ya nomás faltaban tres meses para que acabara el año, en una escuela donde todo mundo se conoce desde el kínder. Ni un día me dejaron de ver raro por cómo me visto y cómo hablo. ¿Sabes cómo me dicen? La Chilanguita Satánica. Ni siquiera tienen imaginación.

—Ay, hija, a lo mejor si te vistieras de colores claros… —empezó a decir mi mamá, pero le eché mi mirada 345, que se puede traducir como Ni le sigas.

Ay, mi mamá. El problema no es nada más mi ropa: aquí adonde nos mudamos, cuando sale el tema de que nací en el D. F. y que me encantaría regresarme para allá, empiezan las burlas y las críticas. Hay lugares donde son leves, pero otros donde neto tienen una chilangofobia que yo nada más no entiendo: ¿a poco de veras tooooda la gente que vive allá es jija? La respuesta es que obviamente no: me ha tocado conocer gente tarada, gente maldita y gente tarada y maldita en todas las ciudades donde hemos parado. Y me ha tocado también conocer gente padrísima. Y si quiero regresar al defectuoso no es porque piense que fuera de la capital todos son inferiores o alguna babosada así: es que me gusta ir al cine y a exposiciones y espero que cuando sea mayor de edad pueda estar en un lugar donde las fiestas no se acaben a las diez de la noche. Ah, y me choca la gente persignada que te critica por vestirte de negro o, como a la única chava a la que le hablaba acá en Puebloquieto, por ser gay (ella, Paloma, se fue a vivir con una tía suya a Estados Un

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