Borges profesor

Fragmento

Sobre este libro

SOBRE ESTE LIBRO

Estas clases fueron grabadas por un pequeño grupo de estudiantes de literatura inglesa con el fin de que pudieran estudiar aquellos alumnos del curso que por su trabajo no podían asistir a las clases. De las grabaciones originales en cinta magnetofónica, ese grupo realizó las transcripciones que fueron la base para la confección de este libro[1].

Las cintas se han perdido; probablemente hayan sido luego utilizadas para grabar otras clases, quizás de otras materias. Semejante descuido puede parecer hoy imperdonable. Sin embargo, debemos tener en cuenta que en 1966, año en que fueron dictadas, Borges aún no era considerado un genio indiscutido como en la actualidad. Los constantes cambios políticos de nuestro país hacían resaltar más sus declaraciones sobre la actualidad que su labor literaria. Para muchos de los estudiantes de su curso, Borges, aunque escritor eminente y director de la Biblioteca Nacional, debía ser sólo un profesor más. Las transcripciones de las clases, por lo tanto, no fueron preparadas sino para el estudio de la materia, desgrabadas a máquina a las apuradas para cumplir, seguramente, con los tiempos de los exámenes.

Quizás eso debamos agradecerlo: no hubo al desgrabar ningún intento de modificar el lenguaje oral de Borges, ni de completar sus palabras, que nos han llegado intactas con sus repeticiones y latiguillos. Esto, que resulta evidente al leer las clases, se confirma cotejando el lenguaje utilizado aquí por Borges con el de otros textos tomados de su discurso oral, como las diversas conferencias y entrevistas publicadas. Los transcriptores se preocuparon además por dejar constancia de la textualidad de sus notas, anotando debajo de la transcripción de cada clase la frase: “Es versión fiel”. Esta fidelidad mantuvo, afortunadamente, no sólo el discurso docente de Borges sino también sus comentarios al margen y hasta las palabras coloquiales que el profesor dirigía a sus alumnos.

En contrapartida, el apuro y el desconocimiento llevaron a desgrabar fonéticamente todo nombre propio, nombres de obras o frases en idioma extranjero que aparecieran en las clases, dando lugar a numerosos errores: la gran mayoría de los nombres de autores y títulos de obras citadas se hallaban mal escritos; los recitados en anglosajón y en inglés, así como las disquisiciones etimológicas de Borges, resultaban completamente ilegibles en las transcripciones originales.

Cada uno de los nombres debió ser revisado y corregido. No fue difícil darse cuenta de que “Roseti” era Dante Gabriel Rossetti. Llevó más tiempo, sin embargo, desentrañar que quien aparecía como “Wado Thoube” era en realidad el poeta Robert Southey, que el tal “Max Murray” era el doctor Max Nordau, o que el transcriptor había escrito “Bartle” ante cada mención del filósofo George Berkeley. Muchos de estos nombres parecían inhallables y exigieron laboriosas búsquedas. Tal fue el caso —entre otros— del jesuita del siglo XVIII Martino Dobrizhoffer, que aparecía en el original como “Edoverick Hoffer”, o del profesor Livingston Lowes, cuyo nombre había sido transcripto como el título de una presunta obra, “Lyrics and Lows”.

La falta de familiaridad de los transcriptores con los textos literarios estudiados queda en evidencia en numerosas ocasiones. Nombres tan conocidos como los del Dr. Jekyll y Mr. Hyde surgían bajo extrañas denominaciones, que amenazaban con convertir en múltiple la ya terrible dualidad del personaje. El Dr. Jekyll es “Jaquil”, “Shekli”, “Shake”, “Sheke” o “Shakel”, mientras que Mr. Hyde es a la vez “Hi”, “Hid” y “Hait”, variantes que conviven en una misma página y en ocasiones en un mismo párrafo. Otros personajes y autores adolecían de problemas semejantes y a menudo resultó difícil detectar que se referían a una misma persona. Así el héroe Hengest aparecía en una línea correctamente escrito, pero en la siguiente se había convertido en “Heinrich”; el filósofo Spengler se escondía indistintamente tras los apelativos de “Stendler” o “Spendler” o el mucho más lejano “Schomber”.

Las citas poéticas de Borges eran asimismo ilegibles. Algunas, al ser develadas, resultaron directamente cómicas. Quizás el ejemplo más significativo de esta serie sea el verso de Leaves of Grass: “Walt Whitman, un cosmos, hijo de Manhattan”, que en el original aparecía transcripto como “Walt Whitman, un cojo, hijo de Manhattan”, cambio que sin duda hubiera inquietado al poeta.

Durante sus clases, Borges solicitaba a menudo a sus alumnos que prestaran su vista para leer poemas en voz alta. A medida que un alumno leía, Borges iba comentando cada estrofa. En la transcripción original, sin embargo, los poemas recitados por los alumnos habían sido eliminados por completo. Al faltar esos versos, los comentarios de Borges acerca de estrofas sucesivas aparecían apiñados unos sobre otros de modo indescifrable. Para reponer la coherencia, las estrofas recitadas por alumnos fueron buscadas consultando las fuentes. Los comentarios de Borges fueron luego intercalados en una verdadera tarea de montaje.

Un trabajo semejante exigió la restauración de citas en inglés antiguo, transcriptas por fonética. Aunque gravemente distorsionadas, estas eran aún reconocibles y se las repuso utilizando los textos originales.

La puntuación del texto, muy oscura en el original, debió ser modificada casi por completo, intentando siempre seguir el ritmo que las frases debieron llevar en su forma oral.

La presente edición tuvo entonces por tarea la corrección de todos los datos posibles, enmendando todo lo que pudiera ser error de transcripción y haciendo las correcciones necesarias para pasar de la transcripción original a un texto más o menos fluido. Asimismo, se buscó la fuente de buena parte de los textos mencionados, citando en notas al pie los poemas completos en idioma original (si estos eran lo suficientemente breves) o los fragmentos aludidos (cuando se trataba de obras más extensas).

Para facilitar la lectura de las clases, en algunos casos fue necesario realizar modificaciones menores:

1) El agregado de palabras faltantes (nexos coordinantes, conjunciones, etc.), que con seguridad Borges pronunció, a pesar de su ausencia en la transcripción.

2) La eliminación de alguna conjunción, presente en el lenguaje oral pero que realmente dificultaba la comprensión del texto escrito.

3) En contadísimas ocasiones, acercar el sujeto y el predicado de frases en las que el entusiasmo de Borges lo llevaba a una larga digresión, aceptable en el lenguaje oral pero que hacía perder completamente el hilo del discurso en el texto escrito. Esto se hizo variando el orden de las proposiciones en la oración, aunque sin omitir una sola de las palabras pronunciadas.

Dado que ninguno de estos cambios altera los dichos ni la esencia del discurso de Borges, preferimos no indicarlos a lo largo del libro, ya que se trata de detalles de edición que podrían molestar al lector, sin su

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