Juliana y los libros

Claudia Amengual

Fragmento

PRÓLOGO

Justificación innecesaria de algunas verdades y una mentira

Seré breve. Los prólogos suelen ser las primeras víctimas de la indiferencia del lector, así que agradezco su buena disposición ante este. Demasiado seguido se los evita. Pueden parecer superfluos o aburridos, pero les aseguro que convendría leerlos. Algunas veces ese texto preliminar es lo mejor del libro y nos sorprende.

Cuando terminé mi última novela quedé vacía, sin ganas de escribir. De pronto, caí en la cuenta de que ya no tenía aquella convicción que me alentaba y sentí que continuar no valía la pena. Había perdido la fe. No la fe en el porqué, sino en el para qué. El futuro era algo incierto, un paisaje borroso hacia el que transitaba como un miope al que le han quitado los lentes. No podía imaginar qué haría ni qué sería de mí. Pero ya no me veía escribiendo.

A algunos les pasa esto. Y a otros tantos no, aunque podrían considerarlo. La tendencia natural de todo escritor debería ser el retiro. Cuando no hay qué decir o cuando, habiéndolo, no se sabe cómo hacerlo, lo más sabio es abstenerse. Es posible que, a pesar de esto, dentro de un tiempo se me vaya el desgano y siga escribiendo.

Aunque también es posible que no. Por las dudas, solo por si sucede, me sentí en la obligación de rendir mi pequeño homenaje a la lectura, como forma noble y agradecida de cerrar una etapa. Todo lo que soy se lo debo a los libros y a las incontables horas que he pasado sumergida en ellos. De lectura estoy hecha. Si olvidara todos los libros que he leído me desplomaría como una casa sin cimientos. Leer me ha formado y me ha salvado. No exagero ni un poquito, créanme.

Este texto tiene una única base autobiográfica: mi amor por los libros. En torno a ese amor construí una ficción que me permitiera enmascarar los hechos de mi vida. En parte, porque a nadie le interesan; en parte, porque no quiero exponerme ni exponer a otras personas. Por lo tanto —aunque parezca ocioso aclararlo, me importa que esto se entienda—, yo no soy Juliana. Ni tengo un hermano, ni la tía Tutuna existe, ni los padres de Juliana son los míos.

Hay, sí, algunos pasajes que tomé prestados de la realidad, pero solo para apoyarme en ellos. Eran demasiado geniales o hermosos como para desdeñarlos. La realidad, ya sabemos, es una cima a la que la imaginación casi nunca llega. Luego distorsioné esos hechos con los recursos que la ficción ofrece. Así que, incluso si alguien se reconoce en un personaje, le sugiero que resista la tentación y no sea egocéntrico. Del mismo modo, si otros prefieren verme en cada línea de esta historia, allá ellos, que crean lo que puedan.

Quizá convenga aquí hacer una pausa y aclarar los límites entre ficción y realidad. Toda ficción es auténtica, pero su autenticidad funciona en el mundo de la mentira. Una mentira verdadera en cuyo ámbito todo lo que sucede es cierto, aunque solo allí dentro. Las anécdotas que aquí narro pertenecen al mundo de la ficción y, por lo tanto, no son reales. Solo aspiran a ser verosímiles, de ningún modo verificables. Espero que así se entiendan.

En cambio, sí son reales los libros que menciono. Son algunos de los que recuerdo con más cariño y que están unidos a través de un lazo poderoso a mi existencia. Debo advertir, sin embargo, que esto no es una guía de lectura. Cada lector ha de recorrer su propia senda. Lo que he hecho aquí es evocar aquellos títulos queridos y construir anécdotas en torno a ellos, vinculándolos a circunstancias de la vida que todos atravesamos en algún momento: la soledad y el paso del tiempo, por ejemplo. Como es obvio, debí elegir entre varios títulos. Mencionarlos a todos hubiera sido, además de imposible, un exceso. Algunos creen que la escritura consiste en saber qué decir, pero no es cierto. Allí no está la mayor dificultad. Hay que saber qué dejar fuera y animarse a hacerlo.

Me encantaría transmitir —en especial, a los jóvenes, aunque no solo a ellos— que la lectura es una herramienta, una bendición, una gracia, un privilegio. Quien lee jamás está solo. Aprende, conoce, expande la mente, aleja su horizonte, se emociona, crece. Intuye la libertad y va hacia ella. Además, aunque parezca que los libros no cambian, la experiencia de leerlos siempre es diferente. Esa mutación silenciosa es un espejo en el que nos vemos y una excelente forma de ponderar nuestro propio cambio; es decir, cómo vamos deviniendo. No nos volverá buenos, pero sí más conocedores de nuestras limitaciones, menos impunes ante nuestra conciencia.

Es importante contar, a quienes carecen del hábito de la lectura y no se acercan a ella porque los intimida el aspecto solemne que algunos le atribuyen, que el placer de leer rara vez empieza por Borges o por los filósofos griegos. Eso vendrá después, si es que viene. Tampoco hay obligación de leerlo todo ni que a todos nos guste lo mismo, ni que lo apreciemos. Yo amo los textos de José Saramago, pero entiendo que algunos naufraguen en las primeras páginas como si se hubieran lanzado a nadar en una piscina de brea. Claro que, si atraviesan ese primer obstáculo, ¡ah, qué recompensa les espera! Es posible, por lo tanto, que antes de llegar a ciertas lecturas exigentes sea necesario prepararse con ejercicios más sencillos, que fortalezcan la práctica y refinen el gusto. El hábito se adquiere poco a poco y con entrenamiento.

Así pues que, dejemos de lado los prejuicios contra los llamados best sellers —el término merecería una larga disquisición y aquí no hay espacio ni tiempo— y alentemos a las personas a que lean. Siempre será mejor algo que nada, y no sería extraño que quien adquiriera el hábito con novelitas rosa o historietas —algunas de ellas acompañaron las horas más felices de mi infancia— extendiera luego su curiosidad hacia territorios complejos. Nada de fruncir la nariz con Corín Tellado, Agatha Christie o J. K. Rowling. Si con su pluma lograron atraer a tantos lectores y los estimularon a seguir leyendo, me inclino ante ellas.

Dicho esto, me despido y los dejo con Juliana. No esperen una trama con un conflicto que deba ser resuelto. Esto es un homenaje a la lectura, encarnado en la vida de un personaje desde algunos de los múltiples ángulos posibles. En lo que a mí respecta, seguiré leyendo. No puedo prometerlo, pero quizá me vuelvan las ganas y nos encontremos en un cuento o en una novela. Aún ando lejos de escribir lo que quiero y no estaría mal si continuara en mi empeño.

Si así no fuera, poco importa. El mundo no está esperando mi próximo texto. Además, lo escrito publicado está y, al igual que yo, se irá con el tiempo. Todos nos iremos. La vida pasa rapidísimo, aunque finjamos no darnos cuenta. Hagamos algo provechoso de esta experiencia. Si me permiten un respetuoso consejo: lean.

Claudia Amengual

Montevideo, verano de 2019

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos