La cuestión palestina

Edward W. Said

Fragmento

cap-2

Prefacio a la edición de 1992

Este libro se escribió entre 1977 y 1978 y se publicó en 1979. Desde entonces han ocurrido muchas cosas, incluida la invasión israelí del Líbano en 1982, el inicio de la Intifada en diciembre de 1987, la crisis y la guerra del Golfo en 1990 y 1991, y la convocatoria de una conferencia de paz para Oriente Próximo a finales de octubre y principios de noviembre de 1991. Si a esta extraordinaria mezcla de acontecimientos se añaden sucesos tales como los profundos cambios acaecidos en la Europa del Este y la disolución de la Unión Soviética, la liberación de Nelson Mandela, la independencia de Namibia, el final de la guerra de Afganistán, y, por supuesto, ya en el ámbito regional, la revolución iraní y sus secuelas, el resultado es que estamos en un mundo nuevo, aunque no por ello menos peligroso y complejo. Y, sin embargo, de manera extraña y lamentable, la cuestión palestina sigue sin resolver y sigue pareciendo tan insuperable como ingobernable.

Dos décadas después del Septiembre Negro (1970), los principales rasgos de la vida palestina continúan siendo la desposesión, el exilio, la dispersión, la privación de derechos (bajo la ocupación militar israelí), y —en ningún caso en último lugar— la resistencia extraordinariamente generalizada y tenaz frente a tales penalidades. Miles de vidas perdidas y muchas más irreparablemente dañadas no parecen haber mermado el espíritu de resistencia que caracteriza a un movimiento nacional que, pese a sus numerosos avances a la hora de obtener legitimidad, visibilidad y un enorme apoyo para su gente asombrosamente contra todo pronóstico, no ha descubierto un método para detener o frenar la implacable tentativa israelí de apoderarse de cada vez más y más territorio palestino (además de otro territorio árabe). Pero la discrepancia entre los importantes avances políticos, morales y culturales, por una parte, y, por la otra, el monocorde bajo continuo de la enajenación de tierras, constituyen hoy el núcleo del dilema palestino. Calificar esta discrepancia de irónica en términos estéticos no equivale en absoluto a reducir o trivializar su fuerza. Antes al contrario: lo que para muchos palestinos representa, o bien una crueldad incomprensible del destino, o bien un indicador de lo pésimas que son sus perspectivas de resolver sus reivindicaciones, puede entenderse precisamente si se considera la ironía como un factor constitutivo de sus vidas.

PARADOJA E IRONÍA: LA OLP Y SU ENTORNO

Después de la guerra del Golfo, el secretario de Estado norteamericano James Baker realizó una serie de ocho viajes a la región y estableció satisfactoriamente las principales directrices de una conferencia de paz encaminada a resolver el conflicto árabe-israelí en general y el componente palestino-israelí de dicho conflicto en particular. Parece ser que en los estados árabes que visitó, todos los altos funcionarios con los que habló le dijeron que no cabía esperar ninguna mejora en las relaciones —básicamente inexistentes— de los estados árabes con Israel mientras no se abordara en serio la cuestión palestina. Sin embargo, al mismo tiempo todos los estados árabes de la coalición mostraban su rechazo a la OLP, los palestinos de los Territorios Ocupados experimentaban dificultades aún mayores debido a la interrupción de los fondos procedentes del Golfo, y la situación de los palestinos residentes en los estados del Golfo se hacía precaria. De manera especialmente dramática, toda la comunidad palestina de Kuwait afrontaba graves tribulaciones, y la tortura, la deportación, las detenciones arbitrarias y las ejecuciones sumarias estaban a la orden del día. Dejando aparte las incalculables pérdidas materiales para esta comunidad y para quienes dependen de ella en los Territorios Ocupados, estaba el hecho adicional de que las restauradas autoridades kuwaitíes anunciaron que no se permitiría volver a los residentes palestinos que habían abandonado Kuwait durante la ocupación iraquí, dejando así a cientos de miles de refugiados en una Jordania ya seriamente agobiada. Los que se quedaron se enfrentan ahora a duras medidas, entre ellas nuevas deportaciones y encarcelamientos.

Así, la pretendida centralidad moral y política de la cuestión palestina en el discurso oficial árabe se ve cuestionada por la relación real entre los palestinos como personas de carne y hueso, comunidad política y nación, por una parte, y los estados árabes, por la otra. Esta particular contradicción nos retrotrae a 1967, puesto que el surgimiento del movimiento palestino tras la guerra de junio se vio alimentado por el deseo de compensar la pésima actuación de los ejércitos árabes contra Israel. En un importante sentido, pues, la crítica y casi abrasiva relación entre la actividad palestina y el sistema estatal árabe es estructural, no secundaria. El auge de la OLP a finales de la década de 1960 trajo consigo actitudes tales como una atrevida franqueza, un insólito y nuevo cosmopolitismo en el que figuras como Fanon, Mao y Guevara se introdujeron en el lenguaje político árabe, y la audacia (quizá incluso presunción) propia de un movimiento político que se presentaba como capaz de hacer las cosas mejor que muchos de sus benefactores y patrocinadores.

Pero no deberíamos malinterpretar esta relación estructuralmente crítica y hablar de ella solo como una relación antitética. Es cierto que, cuando pensamos en el conflicto entre el ejército jordano y los grupos guerrilleros palestinos en 1970 y 1971, o en los diversos combates entre la OLP y el ejército libanés a principios de la década de 1970, o en las terribles matanzas de Sabra y Chatila en 1982, o en el actual antagonismo entre la OLP, Egipto, Arabia Saudí, Kuwait y, por supuesto, Siria, las tensiones implícitas realmente parecen haber adoptado formas dramáticamente desagradables. Pero existe toda una dimensión distinta que también debe ser recordada. Cualquier palestino sabe que su principal base de apoyo es árabe y que su lucha se da en un contexto abrumadoramente árabe e islámico. Así pues, no es menos importante en esta relación crítica la simbiosis y la solidaridad entre las causas árabe y palestina, el modo en que, por ejemplo, Palestina ha llegado a simbolizar lo mejor y más vital de la tradición de cooperación, la energía dramática y el espíritu panárabes.

Pero también aquí la paradoja y la ironía son evidentes. No cabe duda de que la OLP posterior a Shukeiri que durante dos décadas ha pasado a estar dominada por Yasir Arafat al principio se veía a sí misma como un movimiento arabista en el sentido nasserista. Pero ya desde un primer momento la organización se implicó en al menos otros tres, y quizá hasta cuatro o cinco círculos o ámbitos de influencia regional e internacional, no todos ellos congruentes entre sí, ni todos ellos básicamente similares. El primero fue el golfo Pérsico, que desde 1948 ha tenido un papel central en la economía y la demografía del avance palestino. Esto no solo comportó la perspectiva política en gran parte conservadora de muchos de los gobernantes de los países del Golfo, en un acercamiento a la OLP que duró años, sino también dos otros factores, cada uno de los cuales supuso una inflexión ideológica de carácter significativo: el dinero y el islam sunní. El segundo fue la Revolución iraní de 1979, y el inmediato vínculo forjado entre el régimen de Jomeini y la OLP. Esto supus

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