Fuera de lugar

Edward W. Said

Fragmento

Agradecimientos

Este libro se escribió sobre todo durante periodos de enfermedad y tratamiento, a veces en mi casa de Nueva York y a veces mientras disfrutaba de la hospitalidad de amigos o instituciones en Francia y Egipto. Empecé a trabajar en Fuera de lugar en mayo de 1994 mientras me recuperaba de las cuatro rondas iniciales de quimioterapia para mi leucemia. Con una amabilidad y una paciencia sin límites, Dale Janson y las fabulosas enfermeras de la Unidad de Quimioterapia Ambulatoria y Transfusiones del Long Island Jewish Hospital cuidaron de mí durante los días, semanas y meses que pasé a su cargo hasta que terminé de escribir.

Mi familia –Mariam, Wadie y Najla– me soportó durante los cinco años que pasé trabajando en el manuscrito, además, por supuesto, de soportar mi enfermedad, mis ausencias, el tratamiento y mi estado general, que me hacía difícil de aguantar. Su sentido del humor, su apoyo incondicional y su fortaleza hicieron que fuera mucho más fácil vivir toda esta experiencia, si no para ellos al menos sí para mí, y les estoy profundamente agradecido.

Mi querido amigo Richard Poirier, seguramente el mejor crítico literario de Norteamérica, me apoyó desde el principio y leyó varios borradores, igual que Deirdre y Allen Bergson. Tengo una gran deuda con ellos. Zaineb Istrabadi, mi excelente ayudante en Columbia, merece un premio por haber descifrado mi caligrafía y haberla reproducido para mí de forma legible, haberme ayudado con numerosos borradores, no haber perdido nunca la paciencia ni haber dicho una palabra desagradable. Sonny Mehta, editor y camarada fuera de lo común, me dio su amistad y su apoyo. Una vez más quiero dar las gracias a Andrew Wylie por tener fe en este libro de principio a fin.

Ya es una costumbre, e incluso una rutina, que uno dé las gracias a sus correctores. En mi caso no hay nada pro forma en el sentimiento de afecto, admiración y gratitud que albergo hacia mis amigas Frances Coady de Granta y Shelley Wanger de Knopf. Frances me ayudó a ver lo que estaba intentando hacer e hizo sugerencias realmente agudas para ordenar un manuscrito abultado y caótico y darle una forma visible. Siempre con paciencia y humor, Shelley se sentó conmigo y me orientó a lo largo de cientos de páginas de narración recargada y a menudo parcialmente informe.

La imponente veteranía médica y la notable humanidad del doctor Kanti Rai me hicieron seguir adelante mientras escribía y terminaba por fin este libro. Desde el principio de mi enfermedad, él y Mariam Said cooperaron con benevolencia y me salvaron literalmente de hundirme. Les dedico con agradecimiento este libro a Mariam por su apoyo y su cariño y a Kanti por su amistad y sus cualidades humanas.

E.W.S.

Nueva York, mayo de 1999

Prefacio

Fuera de lugar es la crónica de un mundo perdido u olvidado en lo esencial. Hace varios años me diagnosticaron una enfermedad aparentemente fatal y de pronto me pareció importante plasmar un relato subjetivo de mi vida en el mundo árabe, donde nací y pasé los años de mi formación, y de los años en que fui a la escuela y a la universidad en Estados Unidos. Muchos de los lugares y personas que rememoraré aquí ya no existen, aunque a menudo me asombra lo muy presentes que los tengo en mi interior a menudo en todos sus detalles minúsculos y sorprendentemente precisos.

La memoria resultó crucial para seguir funcionando durante periodos de enfermedad debilitadora, tratamiento y angustia. Casi a diario, y mientras seguía escribiendo otras cosas, mis citas con este manuscrito me proporcionaron una estructura y una disciplina que resultaban a la vez placenteras y exigentes. Mis otros escritos y la enseñanza parecían alejarme de los diversos mundos y experiencias de este libro: está claro que la memoria de uno funciona mejor y con mayor libertad cuando no se siente forzada a estar al servicio de actividades y mecanismos comprometidos con la propia actividad de rememorar. Seguramente mis escritos políticos sobre la situación de Palestina, mis estudios de la relación de la política con la estética, sobre todo con la ópera y la narrativa, y mi fascinación por un tratado que he estado escribiendo sobre el estilo tardío (empezando con Bee­thoven y Adorno) deben de haber nutrido de forma subrepticia estas memorias.

Después de terminar el manuscrito viajé a Jerusalén y luego a El Cairo en noviembre de 1998. Permanecí en Jerusalén mientras asistía a una conferencia sobre el paisaje humano palestino que tuvo lugar en Bir Zeit, y viajé a Egipto para participar en la defensa de la tesis doctoral de un alumno aventajado mío que enseña en la Universidad de Tanta, unos setenta y cinco kilómetros al norte de El Cairo. Allí descubrí de nuevo que lo que había sido una red de ciudades y pueblos en donde habían vivido todos los miembros de mi clan familiar ahora es una serie de asentamientos israelíes –Jerusalén, Haifa, Tiberíades, Nazaret y Acre– donde la minoría palestina vive bajo sobe­ranía israelí. En algunas zonas de Cisjordania y Gaza los palestinos cuentan con autogobierno o autonomía, pero el ejército israelí mantiene el control y la seguridad general, y en ningún sitio lo hace con tanta dureza como en las fronteras, los controles aduaneros y los aeropuertos. Una de las preguntas rutinarias que me hicieron los funcionarios israelíes (dado que mi pasaporte de Estados Unidos indicaba que había nacido en Jerusalén) era en qué momento exacto después de nacer me había marchado de Israel. Yo contestaba que me había marchado de Palestina en diciembre de 1947, haciendo hincapié en la palabra «Palestina». «¿Tiene algún pariente aquí?» era la siguiente pregunta; yo respondía: «No, ninguno», y aquello me producía un sentimiento de tristeza y de pérdida que yo mismo no me esperaba. En primavera de 1948 todo mi clan familiar fue desplazado a la fuerza y ha permanecido en el exilio desde entonces. No obstante, en 1992 pude visitar por vez primera desde que nos marchamos en 1947 la casa familiar donde nací en el Jerusalén Occidental, así como la casa de Nazaret donde creció mi madre, la casa de mi tío en Safad y otros sitios por el estilo. Todas esas casas tenían nuevos ocupantes, que movidos por razones emocionales inexplicables y por una tremenda inhibición dificultaron y me impidieron entrar una vez más en ellas, ni siquiera para echar un vistazo rápido.

Mientras estaba en El Cairo durante mi viaje en noviembre de 1998 hice una llamada a nuestras antiguas vecinas Nadia y Huda y a su madre, la señora Gindy, que durante muchos años vivieron tres pisos por debajo de nosotros, en la segunda planta del número 1 de Sharia Aziz Osman. Me d

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