Eclipse

Almudena Sánchez

Fragmento

cap-6

Leonora y Adelino formaban un matrimonio como los de antes. Acababan de cumplir ochenta años y habían sentido escalofríos y espanto al soplar las velas de la tarta. Empezaban a sospechar que el mundo se desmoronaba infatigable a sus espaldas, sin que ellos lo hubieran saboreado todavía. Con poca gloria y sin ningún esplendor. Intuían que a sus corazones les faltaba un halo de belleza y viento fresco y farolillos de colores y embriaguez bajo la luna y paseos febriles entre estanques dorados y pequeñas arboledas junto al mar. En resumen: una dosis de plenitud de la existencia. Deseaban viajar y no les quedaba mucho tiempo. Apenas unos días, si seguían teniendo suerte.

Mientras tanto, el mundo cambiaba a toda velocidad. La Tierra comenzaba a convertirse en un páramo de residuos industriales.

—Se supone que los viejos tienen que ser felices.

Esa es una frase que Leonora y Adelino oían a menudo, en verbenas con amigos (y sin amigos), entre churros, manzanillas y pañuelos de seda. Una frase que se perpetuará por los siglos de los siglos, sin sentido alguno. Sin embargo, ellos lo único que anhelaban era viajar a un país exótico. Lo soñaban por las noches.

Groenlandia, China o Rusia eran sus destinos favoritos.

Habían llegado hasta los ochenta años arrastrando un sueño incomparable, del que nunca hablaban, por temor a que otra pareja de ancianos se adelantara y viviera sus experiencias por ellos. Les angustiaba pensar en lo que estaba por venir. Y les empezaba a doler la espera. Y como les dolía, se apoyaban cada uno en su bastón de hierro y suspiraban, porque aullar está prohibido y es extraño. Se quedaban un rato así: quietos, medio congelados, con la cabeza apoyada en el mango del bastón, hasta que el ánimo reaparecía y se los llevaba de nuevo por el pasillo.

Aquella era una actitud acostumbrada. Porque en su día, Leonora y Adelino no tuvieron luna de miel. Ni siquiera pudieron salir del pueblo para respirar otros aires más suaves y transparentes. Ya ni se acuerdan del porqué. Es difícil recordarlo. La memoria se encarga de dinamitarlo todo. Querían viajar lejos y salir del pueblo —Villaseñor de Almeida— para evitar convertirse en los típicos ancianos que nunca han visto el mar. Tanto tiempo ahorrando para un viaje. Habían llenado cientos de cajones con billetes de cinco euros. Mejor que en el banco o en una caja fuerte. Los escondites son para los soñadores.

Desde muy joven, Adelino trabajó como técnico de semáforos. Todos

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