Tres poetas católicos: Ramón López Velarde, Carlos Pellicer y Manuel Ponce

Gabriel Zaid

Fragmento

Título

DESCUBRÍ ESTE LIBRO después de haberlo escrito, cuando preparaba la tercera edición de Leer poesía. Quería incorporar nuevos artículos, pero algunos la desbalanceaban: porque eran demasiado largos, o demasiado biográficos, o demasiado ceñidos a la lectura de un poema, o demasiados para un solo poeta. Barajando solitarios que no salían, vi que el problema estaba en Ramón López Velarde, Carlos Pellicer y Manuel Ponce.

Ponerlos aparte me hizo verlos de otra manera. No encajaban. Pero esa comunidad negativa, ¿señalaba algo más? Los tres eran poetas mexicanos de generaciones vecinas, nacidos en 1888 (López Velarde), 1897 (Pellicer) y 1913 (Ponce). Los tres habían escrito en el medio siglo que va del fin del modernismo al fin de la vanguardia. Los tres habían rendido homenajes al soneto tradicional, pero habían destacado con audacias vanguardistas. Los tres tenían sentido del humor, como me hizo ver Eduardo Mejía. Los tres habían llegado de la provincia, que es de lo más común, y los tres eran católicos, que es más o menos común. Pero su verdadera afinidad era otra, y nuevamente negativa: no encajaban en los clichés de la cultura católica.

Y por ahí empezó a emerger un tema inédito y soterrado, sobre el cual no sabía que estaba trabajando desde 1969, cuando escribí sobre el “catolicismo fuera de contexto” en la poesía de Pellicer. Los tres desbalanceaban Leer poesía (aunque en las ediciones anteriores aparecían los tres), porque me había extendido mucho sobre ellos. ¿Y por qué me había extendido? Porque algo no estaba bien en la recepción de su obra, lo cual me obligaba a leerlos más atentamente. ¿Y qué era lo que no estaba bien? No lo sabía.

Los leía a contrapelo de los juicios hechos más obvios, según los cuales uno es el cantor de la provincia y la “íntima tristeza reaccionaria”, otro el poeta del trópico y “las manos llenas de color” y el último un sacerdote que hace versos. Queriendo deshacer lo hecho de estos juicios, me limitaba a replantear algunos aspectos de algunos poetas que nunca había puesto juntos y que nunca me habían interesado como católicos, sino como poetas. Tardé mucho en darme cuenta de que, al leer contra las corrientes más superficiales, no me percataba de otra, más profunda: la imposibilidad de ver que el catolicismo mexicano había soñado con la modernidad.

Así como en la historia de México hay inmensas realidades no historiadas o retorcidas por la visión oficial, en la historia cultural hay realidades invisibles para la tradición crítica recibida. Yo ignoraba por completo que, a principios de siglo, había surgido en México una vanguardia que soñó en construir una cultura católica moderna, que apoyó a Madero y que participó en la nueva cultura revolucionaria. Por lo mismo, no podía darme cuenta de que, al ahondar en la poesía de López Velarde, Pellicer y Ponce, estaba haciendo calas arqueológicas aisladas de toda una cultura perdida.

López Velarde, Pellicer y Ponce son miembros de una tribu cuyo contexto se perdió: los poetas y artistas que creyeron que era posible ser católicos y modernos. Y eso era, finalmente, lo que estaba mal en la recepción de su obra: la ignorancia del contexto. El sueño de crear una cultura católica moderna fracasó hasta el punto de que ni siquiera es historiado, de que la tradición crítica recibida no conserva siquiera una precaución que diga: hay cosas de la cultura mexicana que nunca entenderás, si ignoras que el catolicismo mexicano soñó con la modernidad.

Algunas circunstancias me hicieron titubear. En 1996, se cumplían los setenta y cinco años de la muerte de López Velarde. En 1997, los cien del nacimiento de Pellicer. Desde un punto de vista editorial, tenía sentido hacer dos breves libros monográficos sobre estos poetas, dejando lo demás para después. A lo cual se sumó el ruido periodístico (poco favorable para leer un libro titulado Tres poetas católicos) de los gallos eclesiásticos en el estreno de su cambio de voz. Dejando aparte las declaraciones políticas, hubo dos incidentes lamentables para una cultura católica moderna: la estrafalaria defensa de Sor Juana que emprendió el arzobispo de México, contra el libro de Octavio Paz (el libro que la situó en la tradición de la literatura universal); y el escándalo de que el guardián de los santos lugares guadalupanos declarara su posición agnóstica sobre la aparición.

Estos recordatorios de todo lo que no hemos digerido en la historia de México, ¿sirven o estorban para que la cultura mexicana se reconcilie con sus orígenes católicos? Espero que sirvan, y por eso prefiero publicar el libro como está. Deshacerlo en volúmenes monográficos haría perder de vista lo que ignoré al tratarlos separadamente: otra visión de los vencidos, sin la cual no se entiende a qué jugaban muchos protagonistas de la cultura mexicana.

En 1915, cuando la vanguardia católica estaba en su apogeo, Ezra Pound publicó una Catholic Anthology que reunía a tres poetas católicos: Yeats, Eliot y Williams. Pero también allá desapareció el adjetivo. Otro indicio arqueológico de que estamos ante un tema soterrado.

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