La redención de Pascasio Báez

Fragmento

PREFACIO

El 11 de diciembre de 1971, el jornalero rural Pascasio Ramón Báez Mena, de cuarenta y seis años, se despertó muy temprano en su humilde casa de ladrillo asentado en barro, con techo de quincha, en las afueras de la ciudad de Pan de Azúcar, en las calles San Carlos y Francisco Bonilla del barrio Belvedere, o Paraje Peligro, como se le decía antes por el barrial donde se empantanaban las carretas.

Había nacido en la 4.ª Sección Judicial de Maldonado, en un rancho de paja y terrón próximo a la Guardia Vieja, un antiguo puesto militar español de 1752, junto a un camino estrecho que serpentea por los campos entre el arroyo del Sauce y Abra de Perdomo. Allí cerca estudió, durante unos pocos años, en la escuela rural que estaba en las inmediaciones de la laguna del Sauce, y que no existe más.

Con los arreos en la mano lo último que le dijo a su mujer, Alejandrina Garrido, quien trabajaba haciendo limpiezas, fue que iba “al este” a traer una yegua para correr cuadreras, propiedad de dos vecinos del pueblo que lo contrataban para que la pastoreara en un campo cercano.

Había llovido y ventado fuerte durante la noche. Caminó una cuadra hacia abajo por la calle de tierra San Carlos y pasó a saludar a sus padres, Tito Dagoberto Báez y Margarita Pascasia Mena, los que también vivían en un rancho de ladrillo asentado en barro y con techo de quincha. Tito tenía una vaca lechera y gallinas, y vendía queso, leche y huevos, mientras que Margarita hacía santiguados con yuyos y grasa de lagarto. Al hijo varón le pusieron el nombre de su madre, Pascasia, porque ambos habían nacido un 22 de febrero.

Ellos lo vieron salir hacia el este silbando bajito, cortando campo rumbo a la vía férrea, en lo que llamaban Puente Negro. Atravesó el campo de la familia Rubio y llegó al de Báez, otro Báez, sin ningún parentesco con su modesta familia; pero no vio a la yegua, que era arisca y se escapaba a menudo. En fija que el temporal había volteado algún tramo del alambrado y se pasó al campo contiguo, la estancia Spartacus, de Néstor Sclavo y Gloria Echeveste, cuyo casco está en el kilómetro 112,500 de la Ruta 9, teniendo del otro lado la vía del tren, detrás de las serranías.

Encontró el alambrado caído y siguió por donde habría caminado el animal en busca de pasto fresco, porque le conocía las mañas. Pascasio no le temía al toro bravo que estaba en el otro potrero y era conocido en el pago chico –con una gran argolla de bronce en la nariz para cuando había que sujetarlo–, porque él se había criado en el campo y los animales lo respetaban. Había aprendido las faenas rurales con su padre y cuando este envejeció, se ayudaban mutuamente. “Pascasio era el puntal de mis padres”, cuenta su hermana Esther, once años menor, que me recibe el 12 de julio de 2021, en su “casa de pobre”, como ella dice. “Pascasio era el único varón, el del medio; solo yo quedo viva. Además de las faenas rurales Pascasio hacía todo tipo de changas, incluso como albañil, si cuadraba, arreglando casitas, del pueblo o del campo”.

Entró al potrero caminando de oeste a este por donde estaba el toro malo, que olía el suelo con la cabeza gacha, escarbando, y divisó a la yegua, más lejos, en un verdor. Le silbó y el animal paró las orejas. Estaba junto a un monte de eucaliptos, a novecientos metros del casco de la estancia. Le pondría las riendas y volvería en pelo hasta el pueblo. Llegó a una hondonada, al lado de una chacra donde habían plantado un poco de maíz junto a una zona pedregosa, cuando sucedió lo inimaginable: de pronto se levantó una enorme piedra, de casi un metro cuadrado, en el medio del campo, mimetizada con otras similares del lugar, y de abajo se asomó un hombre, como emergiendo de la tierra. Aunque Pascasio Báez no podía saberlo, aquel era un guerrillero del grupo insurreccional uruguayo Movimiento de Liberación Nacional - Tupamaros, modelo e inspirador de otros movimientos similares de América Latina y Europa en el marco de la guerra fría.

Mientras el paisano permanecía paralizado, el guerrillero dio la voz de alarma y salieron otros del túnel gigante, al estilo de los del Vietcong en Vietnam, apuntándole con armas. Cuando le preguntaron qué hacía ahí, explicó la casualidad –que estaba cortando campo para ir a buscar un caballo–, e inmediatamente lo obligaron a bajar al túnel, en calidad de prisionero, porque había visto algo que no debía ver: el principal baluarte del frente rural o el plan tatú de los tupamaros: la tatucera Caraguatá, un búnker de hormigón similar a un refugio antiaéreo de la Segunda Guerra Mundial, de veinte metros de largo por cuatro de ancho y tres ochenta de altura, que servía de habitación, depósito, laboratorio para elaborar artefactos explosivos o fabricar un lanzagranadas y como polígono de tiro, dotado de un generador eléctrico y agua. Esa tatucera, junto con otra menor situada a ochocientos metros, que operaba como polvorín, con explosivos, mechas y cebos eléctricos y mecánicos, así como un calabozo con rejas, en construcción, pertenecían a la columna del interior, según la jerga del MLN-Tupamaros, dirigida por uno de los fundadores del movimiento, Raúl Sendic Antonaccio. Toda la construcción había sido diseñada por otro de los fundadores, el ingeniero Jorge Manera Lluveras.

Lo tuvieron encerrado en esa casamata subterránea durante diez días, desesperado por la claustrofobia, por lo que debían mantenerlo permanentemente sedado, como lo cuenta otro de los fundadores del MLN, Julio Marenales, en su libro Reflexiones sobre algunos temas. No sabían qué hacer con él, por lo que evaluaron la posibilidad de detenerlo indefinidamente en un lugar más apropiado, la llamada cárcel del pueblo que los tupamaros tenían en Montevideo, bajo una casa de la calle Juan Paullier 1192 (la que fue descubierta el 27 de mayo de 1972), donde solo dos de sus tres celdas estaban ocupadas (con los secuestrados Ulysses Pereira Reverbel y Carlos Frick Davies), o trasladarlo clandestinamente a Cuba. Al fin “se optó por la vía más simple” –como dice Jorge Zabalza, otro de los fundadores del movimiento, en el libro La izquierda armada. Ideología, ética e identidad en el MLN-Tupamaros–: ejecutarlo, para que no revelara la localización del túnel. La decisión la tomó la dirección nacional del MLN en ese momento, uno de cuyos integrantes fue al Caraguatá con la orden.

El 21 de diciembre, después de decirle a Pascasio que lo adormecerían para trasladarlo a la cárcel del pueblo de Montevideo, un aventajado estudiante de Medicina, en presencia del integrante de la dirección nacional proveniente de Montevideo y de otro guerrillero, lo mató inyectándole en el dorso del antebrazo una sobredosis de dos gramos de pentotal, diez veces más de la que se usaba como anestésico, provocándole un paro cardiorrespiratorio. Luego, de noche, lo envolvieron en nailon y lo enterraron bajo un ramaje de poda de un monte de eucaliptos.

Al no regresar Pascasio, la familia Báez Mena se desesp

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos