Inevitable desastre (Maravilloso desastre 2)

Jamie McGuire

Fragmento

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PRÓLOGO

Ni siquiera con el sudor de la frente y la respiración entrecortada parecía enferma. Su piel no tenía el hermoso aspecto habitual y sus ojos no brillaban como siempre, pero seguía siendo muy guapa. La mujer más guapa que hubiera visto jamás.

La mano cayó de la cama y el dedo se estremeció. Recorrí con la mirada las uñas amarillentas y quebradizas, luego subí por el brazo delgado hasta llegar al hombro huesudo y, finalmente, posé mis ojos en los suyos. Me estaba mirando, con los párpados abiertos en dos rendijas, lo suficiente como para hacerme saber que era consciente de que yo estaba allí. Eso era lo que me encantaba de ella. Cuando me miraba, lo hacía de verdad. No me miraba pensando en la otra media decena de cosas que tenía que hacer ese día ni pasaba de mis estúpidas historias. Me escuchaba y eso la hacía muy feliz. Todas las demás personas asentían sin escucharme, pero ella no. Ella nunca.

—Travis —me llamó con voz ronca y las comisuras de sus labios se elevaron—. Ven, cariño. No pasa nada. Ven aquí.

Papá me puso tres dedos en la base del cuello y me empujó hacia delante mientras hablaba con la enfermera. Papá la llamaba Becky. Vino a casa por primera vez pocos días antes. Me hablaba con voz suave y me miraba con amabilidad, pero no me gustaba Becky. No era capaz de explicarlo, pero que estuviera allí me daba miedo. Sabía que había venido a ayudar, pero eso no era bueno, ni siquiera aunque a papá le pareciera bien.

El empujón de papá me hizo dar unos cuantos pasos hacia delante, lo que me acercó lo suficiente como para que mamá me pudiera tocar. Alargó una mano de dedos elegantes y largos y me acarició el brazo.

—No pasa nada, Travis —me susurró—. Mamá quiere decirte algo.

Me metí un dedo en la boca y me lo pasé por las encías con gesto nervioso. Que asintiera la hacía sonreír más todavía, así que me aseguré de mover mucho la cabeza mientras me acercaba a su cara.

Usó las pocas fuerzas que le quedaban para inclinarse hacia mí e inspiró profundamente.

—Lo que voy a pedirte va a ser muy difícil, hijo. Pero sé que puedes hacerlo, porque ya eres un niño mayor.

Asentí de nuevo e imité su sonrisa, aunque no quería hacerlo. Sonreír cuando ella estaba tan cansada y enferma no me parecía bien, pero mostrarme valiente la hacía sentirse feliz. Así que me porté como un valiente.

—Travis, quiero que escuches con atención lo que voy a decirte y, lo que es más importante, necesito que lo recuerdes. Eso te va a costar mucho. He intentado recordar cosas de cuando tenía tres años, pero…

Se calló, porque el dolor fue demasiado intenso durante unos momentos.

—¿El dolor se vuelve insoportable, Diane? —le dijo Becky al mismo tiempo que clavaba una aguja en el tubo intravenoso de mamá.

Mamá se relajó tras unos instantes. Inspiró de nuevo e intentó hablar de nuevo.

—¿Lo harás por mamá? ¿Recordarás lo que te voy a decir?

Asentí una vez más y ella me acarició la mejilla con una mano. No tenía la piel muy tibia y apenas fue capaz de mantener la mano en mi cara unos segundos antes de que le empezara a temblar y la dejara caer en la cama.

—Lo primero, no es malo estar triste. No es malo tener sentimientos. Recuérdalo. Lo segundo, sé un niño todo el tiempo que puedas. Juega, Travis. Haz el tonto. —Su mirada se enturbió—. Cuidaos tú y tus hermanos y cuidad a vuestro padre. Incluso cuando os hagáis mayores y os vayáis, es importante que vengáis a casa. ¿Vale?

Afirmé con fuerza en un intento desesperado por agradarla.

—Hijo, algún día te enamorarás. No te conformes con cualquiera. Escoge a la chica que no sea fácil, esa por la que tengas que luchar, y después no dejes de luchar. Nunca… —inspiró profundamente— dejes de luchar por lo que quieres. Y nunca… —frunció el entrecejo— te olvides de que mamá te quiere. Aunque no puedas verme… —Una lágrima cayó por su mejilla—. Siempre, siempre te querré.

Respiró de forma entrecortada y luego se puso a toser.

—Vale —dijo Becky al mismo tiempo que se colocaba ese trasto de aspecto raro en las orejas. Puso el extremo en el pecho de mamá—. Es el momento de descansar.

—No hay tiempo —susurró mamá.

Becky miró a papá.

—Ya falta poco, Jim. Probablemente deberías traer a los demás niños para que se despidan.

Papá frunció los labios y negó con la cabeza.

—No estoy preparado —logró decir.

—Jim, jamás estarás preparado para perder a tu esposa. Pero no querrás que se vaya sin que los chicos se despidan de ella.

Papá se quedó pensativo durante unos momentos y luego se limpió la nariz con la manga. Después asintió. Salió con grandes zancadas de la habitación, como si estuviese enfadado.

Me quedé mirando a mamá. Miré cómo se esforzaba por respirar, miré cómo Becky comprobaba los números que había en la caja que tenía al lado. Le toqué la muñeca a mamá. La mirada de Becky parecía indicar que sabía algo que yo desconocía y eso me provocaba náuseas.

—Verás, Travis —me dijo Becky al mismo tiempo que se agachaba para poder mirarme directamente a los ojos—. Voy a darle una medicina a mamá y eso hará que se duerma, pero, aunque esté dormida, te puede oír. Puedes decirle que la quieres y que la echarás de menos, porque ella oirá todo lo que le digas.

Miré a mamá y negué rápidamente con la cabeza.

—No quiero echarla de menos.

Becky puso una de sus manos tibias y suaves en mi hombro, como solía hacer mamá cuando estaba disgustada.

—Tu mamá quiere quedarse aquí contigo. Lo desea mucho, pero Jesús quiere que vaya a su lado.

Fruncí el ceño.

—Yo la necesito más que Jesús.

Becky me sonrió y luego me besó en la coronilla.

Papá llamó a la puerta antes de abrir. Mis hermanos le rodeaban en el pasillo y Becky me agarró de la mano para llevarme con ellos.

Trenton no apartó la mirada de mamá, pero Taylor y Tyler miraron a todas partes menos a su cama. Me hizo sentirme un poco mejor que ellos parecieran tan atemorizados como me sentía yo.

Thomas se quedó a mi lado, un poco adelantado, igual que la vez que me protegió cuando

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