Érase una vez en Hollywood

Fragmento

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1

«Llámame Marvin»

Suena el timbre del dictáfono de la mesa de Marvin Schwarz. El agente de la William Morris presiona con el dedo la palanca del aparato.

—¿Me está llamando por mi cita de las diez y media, señorita Himmelsteen?

—Sí, señor Schwarz —dice la vocecita aguda de su secretaria por el minúsculo altavoz—. El señor Dalton le está esperando fuera.

Marvin vuelve a presionar la palanquita.

—Cuando a usted le venga bien, señorita Himmelsteen.

Se abre la puerta del despacho de Marvin y la primera en entrar es su joven secretaria, la señorita Himmelsteen. Se trata de una joven de veintiún años y filosofía hippy. Lleva una minifalda blanca que deja al descubierto sus piernas largas y bronceadas, y el pelo largo y castaño recogido en unas coletas estilo Pocahontas que le cuelgan a ambos lados de la cabeza. Detrás de ella, entra el apuesto actor de cuarenta y dos años Rick Dalton, con su característico tupé castaño y reluciente.

Marvin sonríe de oreja a oreja levantándose de la silla de detrás de su escritorio. La señorita Himmelsteen intenta hacer las presentaciones, pero Marvin la interrumpe:

—Señorita Himmelsteen, acabo de ver un puto festival de películas de Rick Dalton, o sea, que no hace falta que me lo presente. —Marvin recorre la distancia que los separa y extiende la mano para que el actor de westerns se la estreche—. Chócala, Rick.

Rick sonríe y le da al agente un apretón de manos enérgico y vigoroso.

—Rick Dalton. Muchas gracias, señor Schwartz, por dedicarme un momento de tu tiempo.

Marvin lo corrige:

—Me llamo Schwarz, no Schwartz.

«Joder, ya la estoy cagando», piensa Rick.

—Me cago en la puta… lo siento… señor Sch-WARZ.

Mientras le da un último apretón de manos, el señor Schwarz le dice:

—Llámame Marvin.

—Marvin, llámame Rick.

—Rick…

Se sueltan las manos.

—¿La señorita Himmelsteen puede traerte algo de beber?

Rick hace un gesto con la mano para rechazar el ofrecimiento.

—No, gracias.

Marvin insiste.

—¿Nada, estás seguro? ¿Café, Coca-Cola, Pepsi, Simba?

—Bueno —dice Rick—. Pues un café.

—Bien. —Tras darle una palmada en el hombro al actor, Marvin se dirige a su chica para todo—. Señorita Himmelsteen, ¿tendría la amabilidad de traerle a mi amigo Rick un café? Y otro para mí.

La joven asiente con la cabeza y cruza el despacho de un extremo al otro. Cuando ya está cerrando la puerta tras de sí, Marvin le grita:

—¡Ah, y nada de ese matarratas de Maxwell House que tienen en la sala de personal! Vaya al despacho de Rex —le dice Marvin—. Siempre tiene un café de primera. Pero nada de esa porquería turca —le advierte.

—Sí, señor —contesta la señorita Himmelsteen, y se vuelve hacia Rick—: ¿Cómo le gusta el café, señor Dalton?

Rick se vuelve hacia ella y le dice:

—¿No te has enterado? Se lleva lo negro.

Marvin suelta una risotada que parece una bocina de coche y la señorita Himmelsteen se tapa la boca con la mano para disimular una risita. Antes de que su secretaria cierre la puerta tras de sí, Marvin le grita:

—¡Ah, señorita Himmelsteen, a menos que mi mujer y mis hijos hayan muerto en un accidente de coche, no me pase ninguna llamada! De hecho, en el caso de que hayan muerto, en fin, seguro que pueden esperar media hora más, así que no me pase llamadas.

El agente le indica al actor con un gesto que se siente en uno de los dos sofás de cuero situados el uno frente al otro, con una mesita de café de cristal en medio, y Rick se pone cómodo.

—Lo primero es lo primero —dice el agente—. ¡Mi mujer, Mary Alice Schwarz, te manda saludos! Anoche hicimos un programa doble de Rick Dalton en nuestra sala de proyecciones.

—Uau. Me halaga y también me da un poco de vergüenza —dice Rick—. ¿Y qué visteis?

—Copias en treinta y cinco milímetros de Tanner y de Los catorce puños de McCluskey.

—Pues mira, son dos de las mejores —dice Rick—. McCluskey la dirigió Paul Wendkos. Es mi director favorito. Hizo Gidget. Se suponía que yo tenía que salir en Gidget. Pero al final Tommy Laughlin se quedó con mi papel. —Hace un gesto magnánimo quitándole importancia al asunto—. Pero no pasa nada. Tommy me cae bien. Me consiguió un papel en la primera obra importante que hice.

—¿En serio? —le pregunta Marvin—. ¿Has hecho mucho teatro?

—No mucho. Me aburre hacer el mismo rollo una y otra vez.

—Así que Paul Wendkos es tu director favorito, ¿eh? —le pregunta Marvin.

—Sí, empecé con él siendo muy joven. Salgo en la película que hizo con Cliff Robertson, Batalla en el mar de Coral. Se nos ve a Tommy Laughlin y a mí de fondo en el submarino durante toda la puñetera película.

Marvin suelta una de sus declaraciones lapidarias sobre la industria del cine:

—Paul Wendkos, joder. Un gran especialista en acción subestimado.

—Muy cierto —ratifica Rick—. Y, cuando conseguí el papel en Ley y recompensa, vino y dirigió siete u ocho episodios. —Y luego, intentando pescar algún elogio, pregunta—: Espero que el programa doble de Rick Dalton no resultara demasiado doloroso para ti y tu mujer…

Marvin ríe.

—¿Doloroso? Calla, anda. Maravilloso todo, maravilloso —prosigue Marvin—. Mary Alice y yo vimos juntos Tanner. A Mary Alice no le gusta la violencia que caracteriza el cine que se hace hoy en día, o sea, que vi McCluskey yo solo después de que ella se acostara.

Se oyen unos golpecitos en la puerta del despacho y al cabo de un momento entra la señorita Himmelsteen con su minifalda, llevando sendas tazas de café humeante para Rick y Marvin. Les sirve con cuidado las bebidas calientes.

—Es del despacho de Rex, ¿verdad?

—Rex dice que le debe usted uno de sus puros.

El agente suelta un resoplido de burla.

—Puto rácano judío, lo único que le debo es un pescozón.

Los tres ríen.

—Gracias, señorita Himmelsteen; por ahora eso es todo.

La joven sale, dejando a los dos hombres solos para que hablen de la industria del ocio, de la carrera de Rick Dalton y, lo que es más importante, de su futuro.

—¿Por dónde iba? —pregunta Marvin—. Ah, sí, la violencia en el cine de hoy en día. A Mary Alice no le gusta. Pero le encantan los westerns. Siempre le han encantado. Nos pasamos todo nuestro noviazgo viendo westerns. Ver películas del Oeste juntos es una de nuestras actividades favoritas, y Tanner nos gustó de verdad.

—Oh, qué amable —exclama Rick.

—Siempre que hacemos esos programas dobles —le explica Marvin—, para cuando llegan los tres últimos rollos de la película, ya tengo a Mary Alice dormida en el regazo. En el caso de Tanner, se mantuvo despierta hasta justo antes del último rollo, a las nueve y media, lo que está muy bien tratándose de Mary Alice.

Rick da un sorbo de café caliente mientras Marvin le cuenta los hábitos cinéfilos de la feliz pareja.

«Vaya, qué bueno —piensa el actor—. El tal Rex tiene un café de pr

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