WAYWARD SON

Rainbow Rowell

Fragmento

Wayward Son

2
SIMON

Maya Angelou decía que cuando una persona te muestra quién es, debes creerle.

Escuché la frase en un inspirador programa de televisión. Empezó después de La ley y el orden y no le cambié de canal.

Cuando alguien te muestra quién es, créele la primera vez.

Eso es lo que voy a decir cuando termine con Baz.

Lo hago para que él no tenga que hacerlo.

Puedo ver que quiere terminar. Lo percibo en cómo me mira. O más bien en cómo evita mirarme, porque si lo hiciera, tendría que enfrentar la realidad de haberse atado a un completo idiota, a un enorme perdedor.

Ahora Baz está en la universidad. Prosperando.

Está igual de guapo que siempre. (Más guapo que nunca. Más alto, atrevido, con una barba que le crece cuando quiera. Es como si la adolescencia aún no terminara de concederle las mejores cartas.)

Todo lo que sucedió el año pasado…

Todo lo que sucedió con el Hechicero y el Humdrum obligó a Baz a convertirse en el hombre que estaba destinado a ser. Vengó a su madre. Resolvió el misterio que pesaba sobre él desde que tenía cinco años. Demostró su valía como hombre y como mago.

Demostró que tenía razón: ¡el Hechicero en verdad era malvado! Y yo era un fraude: “el peor ‘elegido’ que alguna vez fuera elegido”, como solía decir Baz. Siempre tuvo razón respecto a mí.

Cuando alguien te muestra quién es, créele la primera vez.

Cuando alguien jode absolutamente todo, ese alguien es un completo jodido.

No sé cómo mostrarle esto con mayor claridad. Me la paso recostado en el sillón todo el día. No tengo planes ni nada que prometer. Esto es lo que soy.

Baz se enamoró de lo que era: poder y potencial desenfrenados. Las bombas nucleares no son más que puro potencial.

Ahora soy lo que viene después.

Ahora soy la rana de tres cabezas. El desastre radioactivo.

Creo que Baz ya habría terminado conmigo si no sintiera tanta lástima por mí. (Y si no hubiera prometido amarme. Los hechiceros se obsesionan con el honor.)

Así que seré yo quien lo haga. Puedo hacerlo. En una ocasión, un orcospín me disparó una de sus agujas en el hombro, y terminé por arrancármela con los dientes; puedo tolerar el dolor.

Es sólo que…

Quería unas cuantas noches más con él en la habitación. Mío, aunque de forma superficial.

Nunca más tendré a alguien como Baz. No hay nadie como Baz; es como salir con una leyenda. Es un vampiro heroico, un hechicero talentoso. Es demasiado guapo. (Yo solía ser alguien legendario. Mi existencia fue profetizada, ¿sabes? Formaba parte de la tradición oral.)

Quería unas cuantas noches más…

Pero odio ver sufrir a Baz. Odio ser el motivo de su sufrimiento.

—Baz —le digo.

Me levanto del sillón y pongo mi lata de sidra sobre la me­sa. (Baz odia la sidra, incluso el olor.)

Está parado en la puerta de la entrada.

—¿Sí? —contesta.

Trago saliva.

—Cuando alguien te muestra quién es…

En ese momento, Penny irrumpe en el departamento, golpeando el hombro de Baz con la puerta.

—¡Por el amor de Crowley, Bunce!

—¡Lo tengo!

Penny deja caer su mochila. Viste una holgada playera morada y tiene el cabello café oscuro recogido en un chongo desaliñado sobre la coronilla.

—¿Qué tienes? —Baz frunce el ceño.

Nosotros —dice, señalándonos a Baz y a mí con el dedo— ¡nos vamos de vacaciones!

Me froto los ojos con las palmas de las manos. Siento los párpados pesados y cansados, aunque llevo muchas horas despierto.

—No voy a ir de vacaciones —balbuceo.

—¡A Estados Unidos! —insiste Penny. Empuja mis pies del sillón y se sienta en uno de los descansabrazos mientras me mira—. ¡Para visitar a Agatha!

Baz deja escapar una carcajada.

—¡Ja! ¿Agatha sabe que la visitaremos?

—¡Será una sorpresa! —dice Penny.

—¡Sorpresa! —dice Baz, canturreando—. ¡Somos tu exnovio y su novio y esa chica que nunca te cayó bien del todo!

—¡Claro que le caigo bien a Agatha! —Penny parece ofendida—. Es sólo que no es una persona muy efusiva.

Baz resopla.

—Pues a mí me pareció bastante efusiva cuando decidió largarse de Inglaterra y alejarse de la magia.

—Para tu información, estoy algo preocupada por ella. No ha respondido ninguno de mis mensajes de texto.

—Porque no le agradas, Bunce.

Fijo la mirada en Penny.

—¿Cuándo fue la última vez que supiste de Agatha?

—Hace algunas semanas. Por lo general, ya hubiera respondido a alguno de mis mensajes, aunque fuera para decirme que la dejara en paz. Y no ha publicado tantas fotos de Lucy —la perrita de Agatha— en Instagram. Creo que tal vez se siente sola. Deprimida.

—Deprimida —digo.

—Entonces, ¿estamos hablando de una vacación? —pregunta Baz—. ¿O de una intervención?

Está recargado en la puerta con los brazos cruzados y la camisa arremangada. Baz siempre parece estar posando para un anuncio de relojes de lujo, incluso cuando no trae puesto un reloj.

—¿Por qué no pueden ser ambas cosas? —dice Penny—. Siempre hemos querido recorrer Estados Unidos en auto.

Baz inclina la cabeza.

—¿De verdad?

Penny voltea a verme y sonríe.

—Sí. Simon y yo siempre hemos querido hacerlo.

Tiene razón. Siempre ha sido nuestro sueño. Por un momento me permito visualizarlo: los tres conduciendo por una carretera abandonada —no, una autopista— en un viejo convertible. Yo voy al volante. Todos traemos puestos nuestros lentes de sol. Escuchamos a The Doors y Baz se queja por eso. Pero como tiene desabotonada la camisa hasta el ombligo, yo no me quejo. El cielo es inmenso y azul y centelleante. Estados Unidos

Mis alas se estremecen. Eso sucede cuando me siento incómodo.

—No podemos ir a Estados Unidos.

Penny me da una patada.

—¿Por qué no?

—Porque nunca voy a cruzar la zona de seguridad del aeropuerto.

Aunque en ese momento estoy sentado encima de mi cola, agito la punta sobre mi muslo para recordarle que está ahí.

—Te ocultaré con hechizos —dice ella.

—No quiero que me ocultes con hechizos.

—He estado trabajando en un nuevo hechizo, Simon, es una verdadera belleza…

—Pasar ocho horas en un avión con las alas aplastadas…

—El nuevo hechizo las hace desaparecer —sonríe.

La miro, sorprendido.

—No quiero que desaparezcan.

Ésa es una mentira; por supuesto que qu

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