Filiaciones
CLAN DEL TRUENO
• Líder
– ESTRELLA AZUL: gata gris azulado con tonos plateados alrededor del hocico.
• Lugarteniente
– CORAZÓN DE FUEGO: hermoso gato rojizo.
– Aprendiz: NIMBO.
• Curandera
– FAUCES AMARILLAS: vieja gata gris oscuro, de cara ancha y chata; antiguo miembro del Clan de la Sombra.
– Aprendiz: CARBONILLA: gata gris oscuro.
• Guerreros (gatos y gatas sin crías)
– TORMENTA BLANCA: gran gato blanco.
– Aprendiz: CENTELLINA.
– CEBRADO: lustroso gato atigrado, negro y gris.
– Aprendiza: FRONDINA.
– RABO LARGO: gato atigrado, de color claro con rayas muy oscuras.
– Aprendiz: ZARPA RAUDA.
– MUSARAÑA: pequeña gata marrón oscuro.
– Aprendiz: ESPINO.
– FRONDE DORADO: atigrado marrón dorado.
– MANTO POLVOROSO: gato atigrado marrón oscuro.
– Aprendiz: CENICIENTO.
– TORMENTA DE ARENA: gata color melado claro.
• Aprendices (de más de seis lunas de edad, se entrenan para convertirse en guerreros)
– ZARPA RAUDA: gato blanco y negro.
– NIMBO: gato blanco de pelo largo.
– CENTELLINA: gata blanca con manchas canela.
– ESPINO: atigrado marrón dorado.
– FRONDINA: gata gris claro con motas más oscuras, de ojos verde claro.
– CENICIENTO: gato gris claro con motas más oscuras, de ojos azul oscuro.
• Reinas (gatas embarazadas o al cuidado de crías pequeñas)
– ESCARCHA: dotada de un bello pelaje blanco y ojos azules.
– PECAS: bastante atigrada.
– FLOR DORADA: de pelaje rojizo claro.
– COLA PINTADA: bastante atigrada, y la mayor de las reinas con crías.
– SAUCE: gata gris muy claro, de ojos azules poco comunes.
• Veteranos (antiguos guerreros y reinas, ya retirados)
– MEDIO RABO: gran gato atigrado, marrón oscuro y sin parte de la cola.
– OREJITAS: gato gris con las orejas muy pequeñas; el macho más viejo del Clan del Trueno.
– CENTÓN: pequeño gato blanco y negro.
– TUERTA: gata gris claro; el miembro más anciano del Clan del Trueno; prácticamente ciega y sorda.
– COLA MOTEADA: en sus tiempos, una bonita gata leonada con un precioso manto moteado.
CLAN DE LA SOMBRA
• Líder
– ESTRELLA NOCTURNA: viejo gato negro.
• Lugarteniente
– RESCOLDO: gato delgado y gris.
• Curandero
– NARIZ INQUIETA: pequeño gato blanco y gris.
• Guerreros
– RABÓN: gato atigrado marrón.
– Aprendiz: MANTO PARDO.
– PATAS MOJADAS: gato atigrado gris.
– Aprendiz: ZARPA DE ROBLE.
– CIRRO: atigrado muy pequeño.
– CUELLO BLANCO: gato negro con el pecho y las patas blancas.
• Reinas
– NUBE DEL ALBA: atigrada y pequeña.
– FLOR OSCURA: gata negra.
– AMAPOLA: atigrada marrón claro de patas muy largas.
CLAN DEL VIENTO
• Líder
– ESTRELLA ALTA: gato blanco y negro de cola muy larga.
• Lugarteniente
– RENGO: gato negro con una pata torcida.
• Curandero
– CASCARÓN: gato marrón de cola corta.
• Guerreros
– ENLODADO: gato marrón oscuro con manchas.
– Aprendiz: TRENZADO.
– OREJA PARTIDA: macho atigrado.
– Aprendiz: ZARPA PARDA.
– CORRIENTE VELOZ: atigrada gris claro.
• Reinas
– PERLADA: gata gris.
– FLOR MATINAL: reina color carey.
CLAN DEL RÍO
• Líder
– ESTRELLA DOBLADA: enorme gato atigrado de color claro, con la mandíbula torcida.
• Lugarteniente
– LEOPARDINA: gata atigrada con insólitas manchas doradas.
• Curandero
– ARCILLOSO: gato marrón claro de pelo largo.
• Guerreros
– PRIETO: macho negro grisáceo.
– Aprendiz: ZARPA POTENTE.
– PEDRIZO: gato gris con las orejas marcadas con cicatrices de peleas.
– Aprendiz: ZARPA OSCURA.
– TRIPÓN: gato marrón oscuro.
– LÁTIGO GRIS: gato de pelo largo, gris uniforme; antiguo miembro del Clan del Trueno.
• Reinas
– VAHARINA: gata gris oscuro.
– MUSGOSA: gata parda.
• Veteranos
– TABORA: gata delgada color gris, con el pelaje parcheado y el hocico lleno de cicatrices.
GATOS DESVINCULADOS DE LOS CLANES
– CENTENO: gato blanco y negro; vive en una granja cercana al bosque.
– PATAS NEGRAS: gran gato blanco con enormes patas negras como el azabache; antiguo lugarteniente del Clan de la Sombra.
– GUIJARRO: gato atigrado plateado; antiguo miembro del Clan de la Sombra.
– PRINCESA: atigrada marrón claro, con el pecho y las patas blancas; es una gata doméstica.
– CUERVO: lustroso gato negro que vive en la granja con Centeno.
– TIZNADO: rollizo y afable gato blanco y negro; adora vivir en una casa junto al bosque. Es un gato doméstico.
– GARRA DE TIGRE: enorme gato atigrado marrón oscuro, con garras delanteras inusualmente largas; antiguo miembro del Clan del Trueno.
Prólogo
Un quejido agónico resonó en un claro del bosque blanqueado por la luna. Había dos gatos debajo de un arbusto del lindero. Uno de ellos se retorcía de dolor, sacudiendo su larga cola. El otro se levantó e inclinó la cabeza. Era curandero desde hacía muchas lunas, pero, aun así, lo único que podía hacer era contemplar con impotencia cómo el líder de su clan era víctima de la enfermedad que ya había reclamado tantas vidas. Sabía que ninguna hierba mitigaría los calambres y la fiebre. Se le erizó el pelo de frustración mientras su líder sufría una nueva convulsión y se derrumbaba exhausto en su lecho tapizado de musgo. Lleno de temor, el curandero se encorvó para olfatear. El líder todavía respiraba, pero de manera superficial y dificultosa; sus delgados flancos subían y bajaban con cada jadeo.
Un ululato recorrió el bosque. Esa vez no se trataba de un gato, sino de un búho. El curandero se puso tenso. Los búhos llevaban muerte al bosque, pues robaban presas e incluso cachorros que se hubieran alejado demasiado de sus madres. El curandero elevó unos ojos suplicantes al cielo, rogando a los espíritus de sus antepasados guerreros que ese ulular no fuera un mal presagio. Miró a través de las ramas que formaban el techo de la guarida, buscando el Manto Plateado en el cielo oscuro. Pero la franja de estrellas en la que vivía el Clan Estelar estaba oculta por las nubes, y el curandero se estremeció de miedo. ¿Es que sus antepasados guerreros los habían abandonado a la enfermedad que hacía estragos en el campamento?
Entonces el viento movió los árboles, entrechocando las quebradizas hojas. Mucho más arriba, las nubes se apartaron y una única estrella mandó un tenue rayo de luz a través del techo de la guarida. Entre las sombras, el líder respiró larga y firmemente. En el corazón del curandero, la esperanza brincó como un pez. Después de todo, el Clan Estelar estaba con ellos.
Mareado de alivio, el curandero alzó la barbilla, dando gracias en silencio a sus antepasados guerreros por perdonar la vida de su líder. Al entornar los ojos frente al rayo de luz de la estrella, oyó voces de espíritus murmurando en el interior de su cabeza. Hablaban en susurros de futuras batallas gloriosas, de nuevos territorios y de un clan mucho más grande que surgiría de las cenizas del viejo. El curandero sintió cómo la alegría brotaba en su pecho y latía en sus patas. Aquella estrella transmitía mucho más que un mensaje de supervivencia.
Sin previo aviso, una ancha ala gris barrió el rayo de luz estelar, sumiendo la guarida en la oscuridad. El curandero se encogió y pegó la barriga al suelo, mientras el búho ululaba y arañaba el techo del refugio con sus garras. El ave debía de haber captado el olor de la enfermedad que debilitaba al líder, y había descendido en picado en busca de una presa fácil. Pero las ramas eran demasiado densas para que el búho se abriese paso.
El curandero se quedó escuchando el lento batir de alas mientras el búho se alejaba por el bosque, y luego se incorporó, con el corazón desbocado, para examinar el cielo nocturno una vez más. Al igual que el búho, la estrella había desaparecido. En su lugar sólo había negrura. El miedo se coló bajo la piel del curandero y le atenazó el corazón.
—¿Has oído eso? —preguntó un gato desde la entrada de la guarida, alarmado.
El curandero se apresuró a salir al claro, pues sabía que el clan estaría esperando una interpretación del augurio. Guerreros, reinas y veteranos —todos los que estaban lo bastante bien para abandonar sus lechos— se apiñaron en las sombras, en el extremo más alejado del claro. El curandero se detuvo un momento, escuchando cómo los miembros del clan cuchicheaban nerviosamente entre ellos.
—¿Qué estaba haciendo aquí un búho? —bufó un guerrero moteado, con los ojos brillando en la oscuridad.
—Nunca se habían acercado tanto al campamento —aulló un veterano.
—¿Se ha llevado algún cachorro? —preguntó otro guerrero, girando su ancha cabeza hacia la gata que estaba a su lado.
—Esta vez no —contestó la reina plateada. Ya había perdido a tres de sus hijos por la enfermedad, y su voz sonaba apagada por el dolor—. Pero podría regresar. Debe de haber percibido nuestra debilidad.
—Uno creería que el hedor de la muerte lo mantendría alejado. —Un guerrero atigrado entró en el claro cojeando. Tenía las patas recubiertas de barro seco y el pelaje alborotado. Había estado enterrando a un compañero de clan. Había más tumbas que cavar, pero el gato estaba demasiado débil para continuar esa noche—. ¿Cómo se encuentra nuestro líder? —preguntó con voz tensa de miedo.
—No lo sabemos —respondió el gato moteado.
—¿Dónde está el curandero? —gimió la reina.
Los gatos miraron alrededor, y el curandero vio cómo sus asustados ojos relucían en la oscuridad. Percibía en sus voces un pánico cada vez mayor, y sabía que necesitaban que los calmaran, que les aseguraran que el Clan Estelar no los había abandonado por completo. Tras respirar hondo, se obligó a relajar el pelo erizado de sus omóplatos y se internó en el claro.
—No necesitamos que un curandero nos explique que el ulular del búho hablaba de muerte —se lamentó un veterano, con los ojos rebosantes de temor.
—¿Y tú cómo lo sabes? —espetó el guerrero moteado.
—Exacto —coincidió la reina, mirando de soslayo al veterano—. ¡El Clan Estelar no habla contigo! —Se volvió cuando el curandero llegaba junto al grupo—. ¿El búho era un presagio? —preguntó ansiosa.
Incómodo, el curandero movió las patas y evitó dar una respuesta directa.
—El Clan Estelar me ha hablado esta noche —anunció—. ¿Habéis visto esa estrella que brillaba entre las nubes?
La reina asintió y, a su alrededor, los ojos de los demás gatos centellearon con ansiosa esperanza.
—¿Qué significaba? —preguntó el veterano.
—¿Vivirá nuestro líder? —quiso saber el guerrero atigrado.
El curandero vaciló.
—¡No puede morir ahora! —exclamó la reina—. ¿Qué hay de sus nueve vidas? ¡El Clan Estelar se las concedió hace sólo seis lunas!
—Lo único que el Clan Estelar puede hacer es dar mucha fuerza —contestó el curandero—. Pero nuestros antepasados no nos han olvidado —continuó, tratando de olvidar la imagen de la oscura ala del búho tapando el fino rayo de luz—. La estrella nos ha traído un mensaje de esperanza.
Un quejido agudo sonó en un rincón en penumbra del campamento, y una reina parda se levantó de un salto y fue corriendo hacia allí. Los otros siguieron mirando al curandero con ojos que suplicaban consuelo.
—¿El Clan Estelar ha hablado de lluvia? —preguntó un joven guerrero—. Hace mucho que no llueve, y eso podría limpiar el campamento de la enfermedad.
El curandero negó con la cabeza.
—No ha hablado de lluvia, sino de que a nuestro clan lo aguarda un grandioso nuevo amanecer. Con ese rayo de luz, nuestros antepasados me han mostrado el futuro, ¡y será glorioso!
—Entonces, ¿sobreviviremos? —maulló la reina plateada.
—Haremos mucho más que sobrevivir —prometió el curandero—. ¡Dominaremos todo el bosque!
Entre los gatos se elevaron murmullos de alivio; eran los primeros ronroneos que se oían en el campamento desde hacía casi una luna. Pero el curandero volvió la cabeza para ocultar el temblor de sus bigotes. Rezaba para que el clan no le preguntara de nuevo por el búho. No se atrevía a compartir la espantosa advertencia que el Clan Estelar había añadido cuando el ala del ave tapó la estrella: que el clan pagaría el mayor precio posible por su nuevo y gran amanecer.
1
Cálidos rayos de sol atravesaban el dosel de hojas y centelleaban sobre Corazón de Fuego. Éste se agazapó aún más, consciente de que su pelo reluciría como el ámbar entre el exuberante y verde sotobosque.
Paso a paso, se arrastró con sigilo bajo un helecho. Captó el olor de una tórtola. Avanzó despacio hacia ese aroma que le hacía la boca agua, hasta que pudo ver a la rolliza ave picoteando entre los helechos.
Flexionó las garras, con un hormigueo de expectación en las patas. Tenía hambre tras encabezar la patrulla del alba y cazar durante toda la mañana. Se encontraban en la mejor estación para la caza, una temporada en que el clan engordaba con la generosidad del bosque. Y, aunque había llovido poco desde las inundaciones de la estación de la hoja nueva, el monte estaba repleto de comida.
De repente, un nuevo olor flotó hasta él en la seca brisa. Corazón de Fuego abrió la boca, ladeando la cabeza. La tórtola también debía de haberlo captado, pues levantó la cabeza de golpe y empezó a desplegar las alas, pero era demasiado tarde. Un relámpago de pelo blanco surgió de debajo de unas zarzas. El guerrero se quedó mirando sorprendido cómo el gato atacaba a la aturdida ave, inmovilizándola contra el suelo con las patas delanteras antes de acabar con su vida con un rápido mordisco en el cuello.
El delicioso aroma a carne fresca llenó las fosas nasales de Corazón de Fuego, que se irguió y salió de la maleza en dirección al peludo gato blanco.
—Buena caza, Nimbo —maulló—. No te he visto llegar hasta que era demasiado tarde.
—Y este pájaro tan estúpido tampoco —alardeó Nimbo, sacudiendo la cola con suficiencia.
El joven lugarteniente sintió cómo se le tensaban los omóplatos. Nimbo era su aprendiz, además del hijo de su hermana Princesa. Era responsabilidad de Corazón de Fuego enseñarle las habilidades de un guerrero de clan y a respetar el código guerrero. Resultaba innegable que el joven era un buen cazador, pero Corazón de Fuego deseaba que aprendiera algo de humildad. En su fuero interno, a veces se preguntaba si Nimbo llegaría a comprender algún día la importancia del código guerrero, la tradición de lealtad y rituales —con lunas de antigüedad— que se habían transmitido durante generaciones entre los gatos del bosque.
Pero Nimbo había nacido en la casa de Dos Patas donde vivía su madre, una gata doméstica, y Corazón de Fuego lo había llevado al Clan del Trueno cuando no era más que un cachorrito. El lugarteniente sabía, por su propia y amarga experiencia, que los gatos de clan no sentían respeto por los mininos caseros. Él mismo había pasado sus seis primeros meses de vida con los Dos Patas, y en su clan había gatos que jamás le dejarían olvidar que no había nacido en el bosque. Agitó las orejas con impaciencia. Él hacía todo lo posible para demostrar su lealtad al clan, pero su tozudo aprendiz era harina de otro costal. Si Nimbo deseaba despertar cierta simpatía entre sus compañeros de clan, tendría que perder parte de su arrogancia.
—Pero tienes suerte de ser tan rápido —señaló Corazón de Fuego—. Estabas contra el viento. He podido olerte, aunque no te viera. Y tu presa también.
Nimbo erizó el pelo y espetó:
—¡Ya sé que estaba con el viento en contra! Pero sabía que esa paloma tan tonta no iba a ser difícil de atrapar, tanto si me olía como si no.
El aprendiz se quedó mirándolo con ojos desafiantes, y el joven mentor sintió cómo su irritación se transformaba en ira.
—¡Es una tórtola, no una paloma! —bufó—. Y un verdadero guerrero muestra más respeto por las presas que alimentan a su clan.
—¡Sí, claro! No vi que Espino mostrara mucho respeto por la ardilla que llevó ayer al campamento. Dijo que era tan boba que hasta un cachorro podría haberla atrapado.
—Espino no es más que un aprendiz —gruñó Corazón de Fuego—. Al igual que tú, todavía tiene mucho que aprender.
—Bueno, la he cazado, ¿no? —rezongó Nimbo, empujando la tórtola con una pata, malhumorado.
—Ser guerrero supone mucho más que cazar tórtolas.
—Yo soy más fuerte que Centellina y más rápido que Espino —soltó Nimbo—. ¿Qué más quieres?
—¡Tus compañeros aprendices saben que un guerrero nunca ataca teniendo el viento en contra! —Corazón de Fuego sabía que no debía enzarzarse en una discusión, pero la obstinación de su aprendiz lo sacaba de quicio, como una garrapata en la oreja.
—Vaya cosa. Puede que tú estuvieras con el viento a favor, como un buen guerrero, pero ¡yo he sido el que ha atrapado a la tórtola! —Nimbo alzó la voz hasta un aullido rabioso.
—Cállate —siseó Corazón de Fuego, repentinamente distraído.
Levantó la cabeza y olfateó el aire. El bosque parecía extrañamente silencioso, y los estridentes maullidos de Nimbo resonaban demasiado entre los árboles.
—¿Qué ocurre? —Nimbo miró alrededor—. Yo no huelo nada.
—Yo tampoco —admitió Corazón de Fuego.
—Entonces, ¿qué te preocupa?
—Garra de Tigre —respondió sin rodeos.
El guerrero oscuro había estado merodeando por sus sueños desde que Estrella Azul lo había expulsado del clan, hacía un cuarto de luna. Garra de Tigre había intentado asesinar a la líder del clan, pero Corazón de Fuego lo detuvo y desveló su traición —oculta durante mucho tiempo— a todo el clan. Desde entonces no había habido ni rastro de Garra de Tigre, pero Corazón de Fuego sintió heladas garras de miedo en el corazón ante la quietud del bosque. Éste también parecía estar aguzando el oído, conteniendo la respiración, y en la mente del joven lugarteniente se repitieron las palabras de despedida de Garra de Tigre: «Mantén los ojos bien abiertos, Corazón de Fuego. Mantén los oídos alerta. Mira continuamente a tus espaldas. Porque un día te encontraré y te dejaré convertido en carroña.»
El maullido de Nimbo quebró el silencio.
—¿Qué iba a estar haciendo por aquí Garra de Tigre? —preguntó burlón—. ¡Estrella Azul lo desterró!
—Sí. Y solamente el Clan Estelar sabe adónde ha ido. Pero ¡Garra de Tigre dejó claro que volveríamos a saber de él!
—A mí no me da miedo ese traidor.
—Bueno, ¡pues debería! —bufó Corazón de Fuego—. Garra de Tigre conoce estos bosques tan bien como cualquier otro gato del clan. Te despedazaría si tuviera la ocasión.
Nimbo soltó un resoplido y dio vueltas alrededor de su presa, impaciente.
—No eres muy divertido desde que Estrella Azul te nombró lugarteniente. No pienso quedarme aquí si piensas malgastar la mañana intentando asustarme con cuentos para cachorros. Se supone que tengo que cazar para los veteranos del clan. —Y salió disparado hacia las zarzas, dejando a la tórtola sin vida tirada en el suelo.
—¡Nimbo, vuelve aquí! —chilló Corazón de Fuego, furibundo. Después movió la cabeza—. Que Garra de Tigre se encargue de ese idiota con cerebro de ratón —masculló para sí.
Sacudiendo la cola, recogió la tórtola y se preguntó si tenía que llevarla al campamento por Nimbo. «Un guerrero debería ser responsable de sus propias piezas de caza», concluyó, y lanzó el ave a una espesa mata de hierba. Luego pisoteó las briznas para que cubrieran la rolliza presa; deseó estar seguro de que Nimbo regresaría por ella para llevarla con el resto de sus capturas a los hambrientos veteranos. «Si no la lleva a casa consigo, no probará bocado hasta que lo haga. Y que pase hambre», decidió. Su aprendiz tenía que aprender que jamás debían malgastarse las presas, ni siquiera en la estación de la hoja verde.
El sol se elevó más, abrasando la tierra y absorbiendo la humedad de la vegetación. Corazón de Fuego aguzó las orejas. El bosque seguía inquietantemente silencioso, como si sus criaturas se mantuvieran ocultas hasta que las sombras del atardecer proporcionaran alivio tras otro día de calor implacable. A Corazón de Fuego lo ponía nervioso esa quietud, y sintió un retortijón de duda en el estómago. Después de todo, tal vez debería ir en busca de Nimbo.
«¡Has intentado advertirle sobre Garra de Tigre!» Corazón de Fuego casi podía oír la familiar voz de su mejor amigo, Látigo Gris, resonando en su cabeza, y se estremeció al sentirse embargado por recuerdos agridulces. Ésa era exactamente la clase de cosa que le diría en ese momento el antiguo guerrero del Clan del Trueno. Los dos habían entrenado juntos y luchado codo con codo hasta que el amor y la tragedia los separaron. Látigo Gris se enamoró de una gata de otro clan, Corriente Plateada, y si ésta no hubiera muerto al dar a luz, a lo mejor Látigo Gris se habría quedado con el Clan del Trueno. Corazón de Fuego rememoró de nuevo a Látigo Gris cargando con sus cachorros hasta el territorio del Clan del Río para que se unieran al clan de su difunta madre. Hundió los omóplatos. Añoraba la compañía de su viejo amigo y seguía hablando con él en silencio casi todos los días. Conocía tan bien a Látigo Gris que era fácil imaginar qué le respondería.
Alejó esos recuerdos con una sacudida de las orejas. Era hora de regresar al campamento. Ahora era el lugarteniente del clan, y había que organizar partidas de caza y patrullas. Nimbo tendría que arreglárselas solo.
El suelo estaba seco bajo sus patas mientras corría a través del bosque hacia lo alto del barranco, donde se hallaba el campamento. Se detuvo un instante, disfrutando de la corriente de orgullo y afecto que sentía siempre al acercarse a su hogar. Aunque había pasado su infancia en una casa de Dos Patas, desde la primera vez que se aventuró en el bosque supo que aquél era el lugar al que pertenecía de verdad.
A sus pies, el campamento del Clan del Trueno se hallaba bien oculto por densos zarzales. Tras descender a saltos la pronunciada pendiente, Corazón de Fuego siguió el pisoteado sendero hasta el túnel de aulagas que conducía al campamento.
La reina Sauce estaba tumb