Powerful (Saga Powerless)

Lauren Roberts

Fragmento

powerfull-3

HABILIDADES > 100

MUNDANOS

Amplificador: proyección de la voz > 100

Farol: detección de mentiras > 200

Híper: sentidos agudizados > 250

Erudito: intelecto > 100

Vista: grabación y proyección de vídeo a través de la vista > 100

DEFENSIVOS

Parpadeo: teleportación a cualquier lugar a la vista > 100

Araña: trepar por las paredes > 225

Curandero: curación acelerada > 100

Ilusionista: generación de ilusiones > 100

Escudo: generación de campo de fuerza purpúreo > 170

Resplandor: manipulación de la luz > 125

Transmisor: transmisión de cualidades a los objetos > 100

Velo: invisibilidad > 130

OFENSIVOS

Llamarada: manipulación de las llamas > 200

Germinador: manipulación de las plantas > 130

Fornido: fuerza física > 250

Clonador: creación de clones > 110

Dual: portar dos habilidades > 100

Ráfaga: manipulación del aire > 125

Hidro: manipulación del agua > 150

Ignición: creación de explosiones > 100

Coraza: piel de piedra > 125

Tele: movimiento de objetos con la mente > 100

Voltio: manipulación de la electricidad > 100

FATALES: 1 DE CADA CLASE

EN POSESIÓN DEL REY

Controlador: manipulación de otros: 1

Leementes: 1

Silenciador: desactiva las habilidades de otros: 1

Ilustración de un mapa de Ilya. En él se puede ver: el Mar Bajio, Izram, Picado, La Arena, Saqueo, Los Susurros, Las Brasas, el Santuario de las Almas, Dor y Tando.

Prólogo. Adena. Hace cinco años. Imagen floral decorativa.

El hombre más grande que he visto jamás viene lanzado detrás de mí.

También puede que esté exagerando. Mi madre siempre me decía que este don que tengo de una imaginación hiperactiva es una maldición.

No quiero anunciar que es el hombre más grande que he visto jamás si no lo es de verdad, así que me arriesgo a mirar hacia atrás mientras esquivo las carretas y los adoquines sueltos con unas botas que me engullen los pies. Mi madre me decía que cuando creciera me quedarían bien. Aún estoy esperando.

No, sin duda es un gigante. Su máscara blanca muestra la mitad inferior del rostro, con lo que le veo las mejillas rojas y una mueca hostil mientras respira jadeante.

Un mechón de pelo enredado me golpea la cara cuando me vuelvo hacia la calle que se extiende ante mí. Los rizos se me meten en la boca con el viento. Es raro que sople en Saqueo, suele tener sitios más importantes a los que ir. Me aparto el pelo rebelde con una mano, y solo entonces recuerdo por qué estoy huyendo del imperial.

La miel rezuma entre los dedos, sale del bollo que llevo apretado. Mi primer intento de robo me habría salido bien si no hubiera tropezado con el puesto del que intentaba robar.

Y, a partir de ahí, las cosas fueron de mal en peor.

Pedí perdón mil veces por robar antes de dar media vuelta y salir corriendo. Eso atrajo la atención del mercader, luego la del imperial, y enseguida todos los visitantes del mercado callejero eran testigos de la escena que estaba montando.

No es que al imperial, o al rey al que sirve, le importe demasiado el panecillo que he robado con tanta torpeza. No, lo que quiere es dar ejemplo. El espectáculo que seré en el poste ensangrentado que hay en el centro de Saqueo. A los imperiales les encantan los látigos y a mí me encantan los bollos de miel. Y al final la que hace mal es la niña hambrienta.

Hombres, mujeres y niños se apartan a mi paso, aunque la mayoría no se inmutan al verme pasar a toda velocidad. Los saqueos son cosa cotidiana en Saqueo. Los comerciantes me insultan cuando me cuelo entre sus carros, y yo pido disculpas a gritos a cualquiera que las quiera aceptar.

Eso es lo más aterrador que he hecho en mi vida.

O sea, bueno, cuando intenté confeccionar una falda plisada fue una tarea intimidante, pero la amenaza de una aguja afilada no es nada en comparación con lo que me tiene reservado este imperial.

Miro el bollo de miel, todo pegajoso, que llevo en la mano.

«¿Cómo se me ha ocurrido?».

Pido perdón a gritos a la mujer que tiene que apartarse para esquivarme, pero no creo que la oiga porque queda ahogada por el rugido de sus insultos.

«Por hambre. Se me ha ocurrido porque tengo hambre».

Pero no me gusta que me insulten. Estoy segura de que la mayoría de los que me gritan improperios tendrían una opinión muy diferente de mí si las circunstancias fueran otras.

Giro la cabeza para ver a mi gigantesco perseguidor. Sigue con el rostro congestionado, pero no desiste.

«Bueno, está claro que no es un rayo».

Cuando me vuelvo de nuevo, lo que veo es un destello de plata.

La chica está en mi camino y mira con curiosidad la escena que se le viene encima. Tiene el pelo plateado que le cae en cascada por la espalda. Si salgo entera de esta, me propongo buscar un tejido que tenga esa misma cualidad reluciente.

Admiro su cabello hasta que, de pronto, me lo encuentro justo delante. No se ha movido y yo no tengo intención de ir más despacio. Así que, sin pensarlo dos veces, me lanzo contra ella.

Bueno, en realidad me lanzo a través de ella.

Entro en fase cuando nuestros cuerpos se encuentran y no siento nada al atravesar su cuerpo hasta el otro lado en medio de la calle. Y no me atrevo a volver la vista atrás hasta que oigo un golpe pesado contra los adoquines, a mi espalda. Diviso el rostro del imperial contra las piedras del suelo, y de pronto veo a la chica que corre detrás de mí.

—¡No te pares! —me grita.

Ni se molesta en disimular la sonrisa que le asoma a los labios. A mí solo me sale una carcajada jadeante mientras me concentro en forzar las piernas cansadas para ir más deprisa.

Seguimos corriendo hasta que tira de mí para meternos en un callejón estrecho, donde pasamos entre los sin techo que hay allí acurrucados.

—Por aquí —me ordena sin soltarme el brazo.

Nos escabullimos por varias callejas sombrías hasta que, por fin, nos dejamos caer contra una sucia pared de ladrillo y respiramos jadeantes el aire polvoriento.

Me examina y la examino.

Entre nosotras nace algo parecido a un entendimiento. Como si la soledad se hubiera emparejado.

La chica arquea las cejas al ver el bollo de miel que llevo en la mano.

—Tu primer robo, ¿eh?

Sonrío con timidez.

—¿Tanto se me nota?

Se encoge de hombros.

—Para ser una fase ya se te podría dar mejor lo de escapar.

—Sí —asiento con un suspiro—, eso pensaba yo. Y mira a lo que me ha llevado. —Se hace el silencio durante un momento—. Ah, y, oye, no sé muy bien qué has hecho antes, pero gracias por tu ayuda.

Me dedica una sonrisa.

—No ha sido nada. Me he limitado a poner un pie. Si el imperial ha tropezado no es culpa mía.

Nos echamos a reír. Este breve momento de camaradería es bonito. Una calidez me inunda por dentro con la risa, que es la primera en mucho tiempo. La primera desde lo de mi madre. Le muestro el bollo de miel.

—¿Lo compartimos?

Se ríe de nuevo cuando se lo agito bajo la nariz.

—Sí, seguro, ahora que lo tienes todo sudado.

—Esto no es nada —digo, y cuesta entenderme con la boca llena—. Sudo más cuando tengo que coser un corsé.

Me mira, consternada ante tal afirmación.

—¿Para qué quieres un corsé?

—Yo, por desgracia, para nada. —Suspiro con melancolía—. Pero las mujeres ricas sí que los quieren.

Me mira, parpadea y veo que algo se cuece tras esos ojos azules.

—¿Vendes ropa?

Se me van los ojos hacia la camisa sucia que le cae desde los hombros hasta los pantalones remetidos en las botas.

—Sí, y no te vendría mal a ti. —Le paso la mano por la manga de tela basta que le roza la piel—. Esto no vale para nada.

—Ahora mismo, mi prioridad es robar comida —gruñe.

La emoción me sale burbujeante en forma de grito ahogado.

—¿Tú robas? ¿Sabes robar bien?

—¿Robar bien? —repite, escéptica.

—Bueno, lo que acabo de hacer lo he hecho mal. —Asiente de inmediato—. Así que ¿puedes hacer lo que he hecho yo, pero…, no sé cómo decirlo…, bien?

—Cualquier cosa es mejor —me dice con una sonrisa—. Pero, sí, yo robo bien.

—¡Perfecto! —digo en tono alegre; le tiendo la mano en la que no llevo la mercancía robada—. Yo soy Adena.

Me da la mano, aunque me parece que es solo por seguirme la corriente.

—Yo soy Paedyn.

—Estupendo, Paedyn. —Arranco la mitad del bollo de miel y se lo ofrezco—. Podemos hacer muy buen equipo.

Se mete un trozo en la boca.

—¿En plan de tú coses y yo robo? ¿Y nos repartimos el dinero y la comida?

—Eso es. —Titubeo un instante—. O sea, si no tienes un lugar mejor que los barrios bajos…

—Ya no —dice más deprisa de lo que habría sido normal—. Bueno, ¿qué? ¿Somos socias?

—Somos socias. —Sonrío y la miro de arriba abajo—. Y el primer encargo que recibo es hacerte ropa menos horrorosa que la que llevas.

Sofoca una risa.

—Sí, porque eso es prioritario.

Le doy otro mordisco al bollo de miel y saboreo el dulzor que se me derrite en la lengua.

—Y tu primer encargo es traerme más de estos.

Capítulo 1. Makoto. Imagen floral decorativa.

Su nombre está en la lista de los muertos.

Entorno los ojos para protegerme de la luz del sol y examino todos los nombres escritos en el cartel. El de ella está con los otros ocho, subestimado bajo el del príncipe, en la parte superior. Pero, pese a estar en la lista, nuestro futuro ejecutor esquivará con facilidad la muerte que aguarda a los otros participantes. Porque estas Pruebas se diseñaron para élites como él. No para élites como ella.

Vuelvo a repasar la lista y no reconozco ningún otro nombre. Nunca he sido de los que siguen las noticias para saber qué élites alcanzan suficiente relevancia como para llegar a las Pruebas.

Un hombro choca contra el mío, y luego noto más empujones. Saqueo es una marea de cuerpos sudorosos y gritos retumbantes de celebración, una razón más para desear estar en cualquier sitio menos en los barrios bajos de Ilya. Me cuesta abrirme camino por la calle abarrotada, llena a rebosar de ignorancia hecha carne. Llena a rebosar de alaridos de ánimo y vítores a los contendientes que han elegido para representar a Saqueo.

Paso entre la gente sin hacer caso de sus celebraciones.

No han hecho nada más que mandar a élites mundanos y defensivos a la muerte.

Como a ella.

Pero debería ser yo. Yo debería morir de una manera brutal. Yo debería morir a solas. Yo debería morir.

Los cánticos en honor de las sextas Pruebas de la Purga me resuenan en los oídos y cada palabra me recuerda lo que he hecho: nada.

Me he pas

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