Las aventuras de Sherlock Holmes (edición ilustrada)

Sir Arthur Conan Doyle

Fragmento

—Desde luego Me encontrará en el hotel Langham, bajo el nombre de conde Von Kramm —Le enviaré unas líneas para tenerle al corriente de nues­ tros progresos —Hágalo, por favor Seré todo ansiedad
—¿Y en cuanto al dinero?
—Tiene usted carta blanca
—¿Totalmente?
—Le digo que daría una de las provincias de mi reino por esta fotografía —¿Y para los gastos inmediatos?

El rey sacó de debajo de su capa una pesada bolsa de piel de gamuza y la depositó encima de la mesa —Hay trescientas libras en oro y setecientas en billetes —dijo

Holmes garabateó un recibo en una hoja de su bloc y se lo entregó —¿Y la dirección de mademoiselle? —inquirió —Briony Lodge, Serpentine Avenue, Saint John’s Wood Holmes lo anotó
—Una pregunta más —dijo— ¿Era la fotografía de tama­ ño grande?

—Sí, lo era
—Entonces, buenas noches, Majestad, y confío en tener pronto buenas noticias que darle Y buenas noches, Watson —añadió, cuando las ruedas del carruaje real rodaron calle abajo— Si tiene la amabilidad de pasar por aquí mañana por la tarde a las tres, me encantará discutir ese problemilla con usted

2

A las tres en punto de la tarde yo estaba en Baker Street, pero Holmes no había regresado todavía La casera me informó de que había salido de casa poco después de las ocho de la maña­ na Me senté junto al fuego, dispuesto a esperarle por mucho que tardara Estaba ya profundamente interesado en la inves­ tigación, pues, aunque el caso no presentaba ninguna de las características macabras y extrañas que envolvían los dos crí­ menes que ya he relatado, su naturaleza y la elevada posición del cliente le conferían un carácter peculiar Además, al mar­ gen de la naturaleza de la investigación que mi amigo se traía entre manos, había algo en su modo de controlar las situacio­ nes, y en sus perspicaces e incisivos razonamientos, que con­ vertía para mí en un placer estudiar su sistema de trabajo y seguir los métodos rápidos y sutiles con que desentrañaba los misterios más inextricables Estaba tan acostumbrado a sus invariables éxitos que la mera posibilidad de un fracaso ni se me pasaba por la mente

Eran casi las cuatro cuando se abrió la puerta y entró en la habitación un mozo con pinta de borracho, desastrado y pati­ lludo, el rostro congestionado y las ropas impresentables A pesar de lo acostumbrado que yo estaba a las maravillosas dotes de mi amigo para disfrazarse, tuve que mirarle tres veces antes de tener la certeza de que efectivamente era él Con un gesto de saludo, desapareció en el dormitorio, de donde emergió a los cinco minutos con un traje de tweed y un aspecto tan respetable como siempre Metiéndose las manos en los bolsillos, estiró las piernas ante la chimenea y rió con ganas unos segundos —¡Realmente, realmente! —exclamó

Y entonces se atragantó y volvió a reír hasta quedar de­ rrengado y sin aliento en la silla —¿Qué pasa?
—La cosa no puede ser más chusca Estoy seguro de que usted no adivinaría jamás cómo he empleado la mañana ni lo que he estado haciendo —No puedo imaginarlo Supongo que ha estado indagan­ do las costumbres o tal vez vigilando la casa de la señorita Irene Adler —En efecto, pero el resultado ha sido insólito Aun así, voy a contárselo todo Salí de aquí poco después de las ocho, disfrazado de mozo de establo desempleado Existe una ma­ ravillosa camaradería y solidaridad entre los hombres que tra­ bajan con caballos Si eres uno de ellos, sabrás todo lo que quepa saber Encontré enseguida Briony Lodge Es una joya Tiene un jardín en la parte trasera, pero por delante llega has­ ta la calle Dos pisos Cerradura Chubb en la puerta Amplio salón a la derecha, bien amueblado, con amplios ventanales hasta el suelo, y estos absurdos pestillos ingleses que hasta un niño podría abrir Detrás no había nada especial, salvo que se puede acceder a la ventana del pasillo desde el tejado de la cochera Di la vuelta a la villa y la examiné atentamente desde todos los ángulos posibles, pero no encontré nada que tuviera interés

»Entonces anduve calle abajo, y resultó, como esperaba, que había unas caballerizas en un callejón que discurre junto a uno de los muros del jardín Eché una mano a los mozos que estaban cepillando a los caballos, y recibí a cambio dos peni­ ques, un vaso de cerveza, tabaco para cargar dos veces la pipa y cuanta información sobre la señorita Adler podía desear, por no hablar de la información sobre otra media docena de per­ sonas del vecindario por las que no sentía el menor interés, pero cuyas biografías me vi obligado a escuchar —¿Y qué hay de Irene Adler?
—Oh, ha hecho perder la cabeza a todos los habitantes del lugar Es la cosa más bonita que camina bajo el sol Eso dicen al unísono los hombres del Serpentine Lleva una vida tran­ quila, da conciertos, sale todos los días a las cinco y regresa a las siete en punto para la cena Raramente se ausenta a otras horas, excepto cuando canta Solo tiene un visitante masculi­ no, pero muy asiduo Es moreno, guapo y elegante Ningún día la visita menos de una vez, y en ocasiones dos Se trata de un tal señor Godfrey Norton, de Inner Temple Observe las ventajas de tener a un cochero como confidente Lo han lle­ vado a casa una docena de veces desde el Serpentine y lo saben todo acerca de él Después de escuchar cuanto tenían que de­ cir, empecé a caminar de nuevo por los alrededores de Briony Lodge, y a diseñar mi plan de batalla

»Evidentemente el tal Godfrey Norton constituía un ele­ mento importante del caso Era abogado, lo cual no presagia­ ba nada bueno ¿Cuál era la relación entre ellos dos y a qué obedecían sus frecuentes visitas? ¿Era Irene su cliente, su ami­ ga o su amante? De ser lo primero, posiblemente habría pues­ to la fotografía bajo su custodia De ser lo último, no era tan probable Y de la respuesta a esta cuestión dependía que yo siguiera con mi trabajo en Briony Lodge o dirigiera mi aten­ ción hacia los aposentos del caballero en el Temple Se trataba de un punto delicado y ampliaba el campo de mi investiga­ ción Temo que le aburro con estos detalles, pero debo expo­ nerle mis pequeñas dificultades si quiero que se haga cargo de cuál es la situación —Le sigo atentamente —respondí
—Todavía estaba dándole vueltas a la cuestión, cuando lle­ gó un cabriolé a Briony Lodge y se apeó un caballero Muy bien parecido, moreno, de nariz aguileña, con bigote Era, evi­ dentemente, el hombre del que me habían hablado Parecía tener mucha prisa Le gritó al cochero que esperase y cruzó como una exhalación junto a la sirvienta que le abrió la puer­ ta, con la desenvoltura de quien se siente en casa

»Permaneció dentro una media hora, y pude vislumbrarle a través de las ventanas de la sala, andando de un lado a otro, hablando acaloradamente y gesticulando excitado A ella no alcancé a verla Finalmente salió, y parecía todavía más agita­ do que a su llegada Al subir al carruaje, sacó un reloj de oro y lo miró con ansiedad “¡Conduzca como si le persiguieran mil demonios!”, ordenó al cochero “Primero a Gross and Hankey, en Regent Street, y luego a la iglesia de Saint Monica, en Edgeware Road ¡Medio soberano si llegamos en veinte minutos!”

»Allá se fueron, y yo me preguntaba si convendría o no seguirles, cuando apareció por el callejón un pequeño y boni­ to landó; el cochero llevaba la librea solo abrochada hasta la mitad, y la corbata debajo de la oreja, mientras las correas de los arneses se salían de las hebillas Aún no se había detenido, cuando Irene Adler salió por la puerta del vestíbulo y se metió en el coche Solo pude vislumbrarla unos s

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