William Wilson

Edgar Allan Poe

Fragmento

cap

La historia de «William Wilson» es reconocida como uno de los mayores logros de la prosa de Edgar Allan Poe, así como uno de sus relatos más populares. Aunque se trate de una obra de imaginación poética repleta de alegorías, puede leerse también como un conjunto de aventuras extraordinarias. Algunas de ellas son demasiado fantásticas para poder darles verosimilitud a la luz de la fría razón, pero el elemento de lo totalmente increíble queda reducido al mínimo. Tanto es así que algunos investigadores han percibido en esta narración el inicio del giro hacia el realismo en la prosa del autor.

El tema principal del cuento, la lucha de un hombre contra su conciencia, no es para nada inusual. Sin embargo, el marco en el que se desarrolla supone una aportación ciertamente original, pues involucra a unos individuos con gran parecido y nociones sobre lo que en términos filosóficos se conoce como bipartición del alma.

La carta que Poe escribió a Washington Irving el 12 de octubre de 1839 esclarece las dudas al respecto de las fuentes utilizadas para «William Wilson». El autor de Boston reconoce haberse inspirado en el artículo «An Unwritten Drama of Lord Byron» (1836), del propio Irving. Parece plausible que hiciera uso también de cuentos aparecidos en otros medios de la época. Además, dio al personaje principal y narrador su mismo cumpleaños, y al colegio del relato, el mismo nombre que el de la infancia del autor.

La fecha precisa de redacción del presente cuento es incierta, no así la de su publicación en The Gift: a Christmas and New Year’s Present for 1840, fechada en 1 de mayo de 1839. Pocos meses después, en octubre, aparecería también en el Burton’s Gentleman’s Magazine.

 

¿Qué dirá de esto, qué dirá la horrenda conciencia, ese espectro que está en mi camino?

CHAMBERLYNE, Pharronnida

Permítaseme, por el momento, llamarme William Wilson. La blanca página que ahora está ante mí no debe ser manchada por mi verdadero nombre. Ha sido ya este con exceso objeto de desprecio y de horror, de abominación para mi estirpe. ¿No han divulgado su incomparable infamia los indignos vientos por las más distantes regiones del globo? ¡Oh, el más abandonado proscrito de todos los proscritos!, ¿no has muerto por siempre para la tierra, para sus honores, para sus flores, para sus doradas aspiraciones? ¿Y no está suspendida eternamente una nube densa, lúgubre e ilimitada entre tus esperanzas y el cielo?

No quisiera, aunque pudiese, sepultar hoy día aquí una lista de mis últimos años de inefable miseria y de imperdonable crimen. Esta época —estos últimos años— ha adquirido una repentina magnitud en vileza, cuyo solo origen es mi actual intención determinar. Los hombres, por lo general, caen en la vileza por grado. De mí se desprendió toda virtud de un golpe, como una capa, en un instante. De una maldad relativamente vulgar he pasado, con la zancada de un gigante, a unas enormidades mayores que las de un Heliogábalo. Sean indulgentes conmigo mientras relato qué azar, qué suceso único originó esa acción perversa. Se acerca la Muerte, y la sombra que la precede ha proyectado una influencia calmante sobre mi espíritu. Aspiro, al pasar por el sombrío valle, a la simpatía —iba casi a decir a la piedad— de mis semejantes. Quisiera gustoso hacerles creer que he sido, en cierto modo, el esclavo de las circunstancias que superan toda intervención humana. Desearía que descubriesen fuera de mí, en los detalles que voy a darles, algún pequeño oasis de fatalidad en un desierto de error. Quisiera que concediesen —lo cual ellos no pueden abstenerse de conceder— que, a pesar de que antes de ahora han existido grandes tentaciones, jamás el hombre ha sido tentado así, cuando menos, y en verdad, nunca ha caído así. ¿Y por eso no ha sufrido así nunca? ¿No he vivido realmente en un sueño? ¿Y no fenezco ahora víctima del horror y del misterio de las más extrañas visiones sublunares?

Soy descendiente de una raza que se ha distinguido en todo tiempo por un temperamento imaginativo y fácilmente excitable, y en mi primera infancia demostré que había heredado de lleno el carácter familiar. Cuando aumenté en edad, ese carácter se desarrolló con más fuerza; llegó a ser, por muchas razones, motivo de seria inquietud para mis amigos, y un perjuicio positivo para mí mismo. Crecí voluntarioso, entregado a los más salvajes caprichos, y fui presa de las pasiones más irrefrenables. Propensos a la debilidad, y abrumados por defectos constitucionales análogos a los míos propios, poco pudieron hacer mis padres para refrenar las perversas inclinaciones que me distinguían. Fracasaron por completo algunos débiles y mal dirigidos esfuerzos por su parte, y, como es lógico, constituyeron un triunfo total por l

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