¡Escuchá la murga!

Fragmento

NOTA DEL AUTOR

Este libro fue concebido durante unas vacaciones de tres semanas en Florianópolis, en un lejano 1997, donde y cuando algunos de sus personajes vieron la luz por primera vez en los apuntes borrosos de una libreta de mano.

Entre arroz y feijão, playa y cerveza, nacieron y crecieron Paula, Jorge, el Pulga, Teresita. Otros, como el viejo, venían anidándose desde algunas escrituras más familiares para mí: las de los libretos de murga en el carnaval de Uruguay.

A la criatura, esta novela thriller a marcha camión, le reconozco claramente dos paternidades: Juan Grompone y Arturo Pérez-Reverte. Como siempre me sucede, las vacaciones son mi momento de lectura. Y en aquellas vacaciones, me devoré tres novelas de Grompone y dos de Pérez-Reverte. Las cinco tenían un factor común: ser ficciones extremadamente realistas. Y quizás fue eso lo que me atrapó, la posibilidad de usar ese estilo para decir cosas a través de la ficción, de inventar una historia, pero acumulando, mezclando, exorcizando cosas que suceden en la realidad.

La parte de misterio, pensando mejor, viene de bastante más atrás.

Veo a un chiquilín, hace medio siglo ya, emocionado, con la atención completa en la lectura apasionada de los libros de aventuras de Los siete secretos de Enid Blyton.

Y veo a un adolescente, sentado al pie de una acacia en infinidad de tardes veraniegas, con los ojos a toda velocidad sobre las páginas de un puñado de novelas de la gran Agatha Christie. La competencia con la autora por el descubrimiento del asunto antes de que ella se decidiera a develarlo inevitablemente cerca del final, siempre era feroz.

Esta es una historia de los años noventa. Es bueno tenerlo claro desde el inicio. Y no fue necesaria la reconstrucción de época dado que fue escrita de forma contemporánea. Años complejos los noventa, cuando cualquier utopía parecía impensable. Años en los cuales, particularmente en nuestros barrios del sur de América Latina, los vientos eran tan ajenos como las vaquitas de don Ata.

Pese a que aparece poco en las páginas de la novela, Brasil tiene mucho que ver con la gestación de esta historia. Además de aquel impulso irrefrenable de las arenas de Floripa, y luego de dedicar muchas horas tempraneras a su escritura bastante metódica, el remate de la novela acontece en San Pablo. En 2002, cambios laborales me llevaron a tierras paulistas, tuve tiempo libre para avanzar, el círculo se cerró y nació ¡Escuchá la murga!

Tras años de cuelgue en el ropero y de haber salido solamente en un puñado de correos electrónicos hacia personas de mi cercanía y confianza —quienes, dicho con una pizca de reproche, no en todos los casos me hicieron devoluciones—, aparece la posibilidad de publicarla.

Una de esas entregas fue a Gonzalo Cammarota, quien publicó varias novelas y la primera de ellas es un precioso thriller enmarcado en el carnaval uruguayo. Cuando supe esto le conté que yo tenía una novela con el mismo encare y quedé en que se la mandaba. Tiempo después, me hizo una devolución que valoro muchísimo, y, café mediante, una tarde me convenció de editarla. Así que agradezco a Gonzalo este empuje final.

También quiero agradecer a la editorial y a su personal. Su apoyo, su profesionalismo y su dedicación. He aprendido mucho en este proceso de edición.

Cuando avancen en la lectura encontrarán versos, diversos y dispersos. Uno de ellos, el principal, es una autorreferencia a una retirada de murga de la realidad, la de Contrafarsa de 1997. Si, además de leerla, la quieren escuchar, la encuentran en www.retiradasalvarogarcia.net.

Por último, un breve sermón: nunca dejen de escuchar la murga. Si lo hacen habitualmente, háganlo otra vez, busquen nuevos costados, otras interpretaciones. Van a encontrar nuevas bellezas. Si no lo hacen, si la vida no los ha llevado por la vereda del carnaval, atrévanse, crucen. Arrímense, experimenten y zambúllanse, no se van a arrepentir. En cualquier caso, nunca, nunca dejen de escuchar la murga.

ÁLVARO GARCÍA, 2022

Parte 1

PRESENTACIÓN

1

La avenida 18 de Julio era una fiesta cuando Paula Martirena cruzó casi corriendo la Plaza Independencia. No le había sido fácil atravesar la multitud bulliciosa que desbordaba las veredas, y su creciente ansiedad no la dejó escuchar las protestas de la gente que empujó a su paso. No atendió el pedido de un payaso cincuentón en su intento de venderle una rifa de carnaval ni se asustó al rozar la espada de un precoz pirata que perseguía a una brujita de cuatro años. Tampoco se sorprendió al cruzarse con un grupo de jóvenes que estaban vaciando una caja de vino tinto al pie del monumento a José Artigas, y parecían querer compartirlo con el general.

Al zafar de la multitud, Paula apuró el paso y buscó con desesperación. Sabía que ellos, los murguistas, pronto estarían ahí, esperando el maravilloso momento de encarar la avenida principal para dar comienzo al desfile. Lo que ella no sabía era si ahí, por fin, lo encontraría a él.

Al recorrer con la mirada los diferentes conjuntos en busca de la murga, se detuvo un instante y tomó consciencia de que se sentía sola desde hacía casi cuatro días. Quizás se dio cuenta en ese momento porque era la primera vez que iba sin su compañía al desfile inaugural del Carnaval de Montevideo; porque no lo tenía a él a su lado para discutir sobre los lujosos trajes de los parodistas o sobre lo que les sobraba o les faltaba a las vedetes de tal o cual comparsa; o porque, un par de veces, en poco rato, estuvo a punto de gir

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