Un pequeño favor

Darcey Bell

Fragmento

Un pequeño favor

Post en el blog: ¡Urgente!

¡Hola, mamás!

Ésta es una publicación diferente a todas las que he hecho hasta ahora. No es que sea más importante, ya que lo que le pasa a nuestros hijos —sus ceños fruncidos y sus sonrisas, sus primeros pasos y sus primeras palabras— es la cosa más importante en el mundo.

Digamos que esta publicación es... MÁS URGENTE. Mucho más urgente.

Mi mejor amiga desapareció, lleva dos días desaparecida. Se llama Emily Nelson. Como saben, nunca menciono los nombres de mis amigos en el blog, pero ahora, por razones que pronto entenderán, estoy dejando de lado (temporalmente) mi estricta política de respetar el anonimato.

Miles, mi hijo, es el mejor amigo de Nicky, el hijo de Emily. Ambos tienen cinco años. Nacieron en abril, así que empezaron a ir a la escuela unos cuantos meses después de lo normal y son un poco más grandes que los otros niños en su grupo. Yo diría que son más maduros. Miles y Nicky son todo lo que una madre desea. Decentes, honestos, amables; cualidades —que me disculpen los hombres, si están leyendo esto— que no son tan comunes en los chicos.

Los niños se conocieron en la escuela. Emily y yo nos conocimos cuando íbamos por ellos a la hora de la salida. Es raro que los niños se hagan amigos de los hijos de las amigas de su mamá, o que las mamás se hagan amigas de las madres de los amigos de sus hijos. Pero esta vez sucedió. Emily y yo tuvimos suerte. Por algo que tenemos en común, no somos las mamás más jóvenes. Tuvimos nuestros hijos a los treinta y tantos, ¡cuando nuestro reloj biológico estaba caducando!

A veces Miles y Nicky inventan obras de teatro y las actúan. Yo dejo que las graben con mi celular, aunque usualmente soy cuidadosa con el tiempo que los niños dedican a los aparatos electrónicos, que son un gran reto para la crianza moderna. Hicieron “Las aventuras de el Incomparable Dick”, una asombrosa comedia de detectives. Nicky era el detective; Miles, el delincuente.

—Soy el Incomparable Dick, el detective más inteligente del mundo —dijo Nicky.

—Soy Miles Mandíbula, el delincuente más malvado del mundo —respondió Miles, actuando de villano en un melodrama victoriano, en el que se reía con voz grave muchas veces. Se persiguieron alrededor del jardín fingiendo que se disparaban (¡sin pistolas!) con los dedos. Estuvo fantástico.

¡Sólo deseé que el papá de Miles —Davis, mi difunto esposo— hubiera podido verlo!

A veces me pregunto de dónde sacó Miles sus habilidades actorales. Supongo que de su papá. Una vez observé a Davis mientras daba una presentación a unos clientes potenciales, y quedé sorprendida de lo energético y animado que era. Pudo haber sido uno de esos guapos actores jóvenes encantadoramente bobos con cabello lacio y brillante. Conmigo era diferente. Más él mismo, supongo. Callado, amable, divertido, atento, aunque bastante testarudo, sobre todo cuando discutíamos sobre los muebles. Pero eso parecía natural, después de todo era un diseñador y arquitecto exitoso.

Davis era un ángel perfecto. Excepto alguna ocasión, quizá dos.

Nicky dijo que su mamá les ayudó a inventar a el Incomparable Dick. A Emily le encantan las historias de detectives y los thrillers. Los lee en el tren suburbano MetroNorth rumbo a Manhattan, cuando no tiene que estudiar para una junta o una presentación.

Yo solía leer antes de que Miles naciera. De vez en cuando agarro algo de Virginia Woolf y leo unas cuantas páginas para recordar quién solía ser —quién soy todavía, espero—. Debajo de las fiestas infantiles, los desayunos escolares, las tempranas horas de dormir, está la chica que vivía en Nueva York y trabajaba en una revista. Una persona que tenía amigos, que los fines de semana salía al brunch. Ninguno de esos amigos tiene hijos, nadie se ha mudado a los suburbios. Perdimos comunicación.

La escritora favorita de Emily es Patricia Highsmith. Puedo entender por qué le gustan sus libros; son adictivos. Pero muy estresantes. El personaje principal usualmente es un asesino, un acosador o una persona inocente evitando ser asesinada. El que yo leí era sobre dos tipos que se encuentran en un tren. Ambos acuerdan cometer un asesinato para hacerse un favor uno al otro.

Estaba dispuesta a dejarme atrapar por el libro pero no lo terminé. Aun así, cuando Emily me preguntó al respecto, le dije que me encantó.

La siguiente vez que fui a su casa, vimos en DVD la película de Hitchcock basada en la novela. Al principio me preocupé, ¿y si Emily quería hablar de las diferencias entre la película y el libro? Pero la película me cautivó. Una escena, en la que un carrusel está fuera de control, me pareció demasiado escalofriante para verla.

Emily y yo estábamos sentadas en lados opuestos de su enorme sofá, nuestras piernas estaban estiradas, había una botella de buen vino blanco en la mesa de centro. Cuando ella me vio mirando la escena del carrusel a través de la separación entre mis dedos, me sonrió y levantó su pulgar. Disfrutaba verme asustada.

Yo no podía dejar de pensar: “¿Y si Miles estuviera en ese carrusel?”.

Después de que terminó la película le pregunté a Emily:

—¿Crees que la gente haga cosas así en la vida real?

Emily rio.

—Dulce Stephanie, te asombrarías de lo que la gente puede hacer. Cosas que nunca admitirían ante nadie, ni siquiera ante ellos mismos.

Quería decirle que yo no era tan dulce como ella pensaba, que también había hecho cosas malas. Pero estaba demasiado sorprendida para hablar, sonaba demasiado parecida a mi madre.

Las mamás saben qué difícil es pasar una noche de buen descanso sin tener historias de miedo repicando en nuestras cabezas. Siempre le prometí a Emily que leería más libros de Highsmith, pero ahora desearía no haber leído ese. Uno en el que la víctima de asesinato era la prometida de otro chico.

Y cuando tu mejor amiga desaparece, no es algo en lo que quieras pensar demasiado. No es que piense que Sean, el esposo de Emily, podría lastimarla. Obviamente ellos tenían problemas. ¿Qué matrimonio no los ha tenido? Y Sean no es mi persona favorita. Pero básicamente es un tipo decente —creo.

Miles y Nicky van al mismo jardín de niños, la excelente escuela pública de la que he blogueado varias veces. No la escuela de nuestro pueblo que tiene problemas de financiamiento debido a que la población (envejecida) local votó por bajar el presupuesto escolar, sino el mejor colegio, en el pueblo de al lado, no muy lejos de la frontera de Nueva York y Connecticut.

Debido al reglamento de urbanismo nuestros hijos no pueden tomar el autobús escolar. Emily y yo los llevamos en la mañana. Yo recojo a Miles todos los días. Los viernes, Emily trabaja medio día, así que puede recoger a Nicky; a menudo ella, yo y los chicos hacemos cosas divertidas, como ir por una hamburguesa o a jugar minigolf los viernes por la tarde. Su casa está a diez minutos de la mía en auto. Somos prácticamente vecinas.

Me encanta estar en la casa de Emily, estirarme en su sofá, desde el que una de las dos se

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