Mentiras y secretos (Perfectos Mentirosos 1)

Alex Mírez

Fragmento

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1

¡Bienvenida al infierno más divertido!

Perdón, ¡a Tagus!

1 de enero

—El secreto para sobrevivir aquí es no confiar en nadie, ser discreta con lo que haces y tener mucho cuidado de quién te ve haciéndolo.

Ese extraño y valioso consejo salió de la boca de Artie, la chica que sería mi nueva compañera de apartamento.

Pero, para ser sincera, no le di importancia, je.

Solo podía pensar: «¡Tagus, aquí estoy finalmente!».

Era el primer día. Caminaba por la feria de bienvenida a nuevos alumnos en el parque central del campus, y yo era todo lo que debía parecer: la típica chica nueva, tonta y deslumbrada porque a mi alrededor cada cosa era fiel a las fotografías de la página web.

Los kilómetros de áreas verdes que conformaban los terrenos universitarios estaban plagados de árboles podados y moldeados de la misma forma que las vidas de los que tenían el privilegio de haber sido aceptados como alumnos. Por las calles asfaltadas circulaban bicicletas. Había carteleras en cada esquina con anuncios informativos, de eventos próximos, ¿ese era un cartel de una chica desaparecida? Y ahí, en el parque central de Tagus, punto de encuentro del primer día, abundaban las casetas de ventas de camisas, de entregas de horarios, de guías de campus y de clubes estudiantiles.

Dentro de esas casetas, los chicos y chicas tenían ese aire de «Si quisiera, mi papá me compraría esta calle, y este piso, y lo que haya debajo de este piso». Y fuera, mirando y tratando de asimilarlo todo, los estudiantes nuevos transmitían un «¡Qué emoción estar aquí, aunque no me tendré que esforzar por nada más que por mi outfit, ya que mi padre se limpia el trasero con dinero!».

—¿Estás oyendo lo que te digo? —me reprochó Artie ante mi evidente distracción.

Caminaba a mi lado. Al llegar al apartamento, yo le había pedido que me acompañara a la feria, ya que no sabía cómo moverme sola por ese laberinto universitario. Para mi sorpresa, Artie había aceptado.

—Claro —le mentí para ocultar que había estado ignorando lo que decía sobre supervivencia social—. Que tengo que seguir tus consejos o... ¿Qué es lo peor que me puede pasar?

—Depende —respondió ella mirándome con curiosidad—. ¿Cuál me dijiste que era tu apellido? ¿Es importante en algún lugar?

Sí, en la silenciosa, oscura y despoblada Ninguna Parte.

—¿Tiene que serlo? —inquirí como respuesta—, porque, según se dice, lo que aquí importa es que los estudiantes mantengan un nivel académico magistral.

Artie asintió con una risa.

—Sí, sí, eso es muy cierto, y también que de aquí salen figuras importantes —admitió—, pero sácate el folleto de Tagus de la cabeza. No todo es pasarse el año entero sola y estudiando. ¿O eres de las que prefiere estar sola?

En realidad, de las que prefería guardarse sus preferencias.

—Me adapto al entorno —me limité a decir con un encogimiento de hombros que no revelaba nada.

—Bueno, aquí hay evento tras evento, y los círculos sociales son importantes —explicó con una seriedad que delató la importancia que le daba al tema—. Con un buen apellido no tienes que esforzarte mucho en encontrar uno o en hablar con la gente, porque la gente estará dispuesta a hablar contigo en cualquier momento. Por esa razón, dime, ¿tienes algún familiar que se pueda reconocer o al menos googlear?

Sacó su móvil y esperó ansiosa a que le dijera quién de mi familia aparecía en internet. Como a mí me gustaba hacer fichas mentales de las personas, justo en ese momento lo que tenía anotado de Artie en mi cabeza era:

Aspecto: más o menos alta, cabello negro, ondulado y corto hasta la línea del cuello, estilo Marilyn Monroe. Nariz y barbilla de hada, ojos grandes y delineados, jersey y tejanos. Sus fotos en Instagram deben verse aesthetic y probablemente nunca le debe faltar alguna frase de algún libro en la descripción.

Característica destacable: chica a la que le importa demasiado la reputación social. Es decir, se esfuerza demasiado. Pero ¿le funciona? ¿Es Artie importante socialmente?

Al menos era amable.

—No, nadie de mi familia es importante —fue lo que dije.

Artie hizo un mohín de pesar.

—Qué mal, siempre es más fácil así. —Agitó la mano en un gesto despreocupado para restarle importancia—. Pero no te preocupes, por suerte has quedado conmigo. Conozco gente y te los presentaré. ¿Cuál es tu target?

Iba a decirle que no tenía ni idea de lo que me estaba preguntando, pero mis ojos ansiosos que habían estado fijándose en todo lo que ocurría junto a nosotras y en todo lo que veía mientras caminábamos se fijaron en una de las casetas de la feria. Una en específico.

Y entonces pasó.

Ellos.

Él.

Me fue imposible hablar y caminar al mismo tiempo, así que me detuve y primero me fijé en el chico que atendía la caseta. Tenía un camino de tatuajes que se iniciaba en su muñeca derecha y se perdía en su ascenso por el resto del brazo, y llevaba su cabello azabache rapado por los lados y más abundante por arriba. Era uno de esos chicos que, al entrar en un lugar, lo dominan por completo. Uno de esos chicos que parecen el endemoniado sol, porque te dan ganas de mirarlos, pero cuando lo haces te causa dolor ocular tanta energía, tanto poder, porque sí, «poder» siempre ha sido la palabra perfecta para empezar a describirlo.

Desprendía un carácter autoritario mientras discutía con el chico que lo acompañaba dentro de la caseta. No estaban montando ningún escándalo, pero yo noté que discutían porque su boca no paraba de moverse con tensión. Vi incluso el momento en el que perdió la paciencia, le arrancó al otro chico el cigarrillo que sostenía entre los labios y, furioso, lo lanzó al suelo.

Me fijé entonces en el tipo del cigarrillo. Era un poco más delgado, tenía el pelo del mismo color negro azabache que el de los tatuajes, pero lo llevaba más largo y con un corte desenfadado. Al contrario del primero, su cara era menos expresiva. Su boca era una línea seria y sus cejas espesas no indicaban nada, por lo que era muy difícil saber si la discusión le afectaba de algún modo. Su ropa era toda oscura y no parecía tener intención de dar respuesta alguna a las palabras que le estaban soltando.

En donde el otro parecía un terremoto en curso, este era la insospechada calma que precede a una catástrofe.

—¿Ya has salido del hechizo Cash? —escuché a Artie preguntarme de repente.

Salí de mi análisis con brusquedad y la miré, pestañeando. Me di cuenta de que sus ojos también apuntaban hacia los dos chicos de la caseta.

—¿Qué? —No la había entendido—. ¿Qué hechizo? ¿De qué hablas?

Ella soltó una risa de «no pasa nada».

—Te has quedado mirando a los hermanos Cash, y eso es lo que dicen que te sucede cuando los ves por primera vez —explicó divertida, muy obvia—. Te quedas atontada por un rato, no puedes apartar la mirada y piensas: «¿Son reales?». Y sí, son tan reales como que te tiemblan las piernas en este momento.

Bueno, mis piernas se habían detenido, nuestro recorrido por la feria del parque se había pausado y me había quedado como suspendida mirándolos. Había sido una... ¿

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