Una perfecta oportunidad (Seremos imperfectos 2)

Andrea Smith

Fragmento

una_perfecta_oportunidad-2

1

Roma.

La ciudad eterna.

Muchas veces en mi vida había soñado con viajar, conocer mundo y, entre otros lugares, visitar Italia y la ciudad de Roma. Decían que era eterna porque parecía haberse quedado congelada en el tiempo, con sus imponentes ruinas y monumentos, con su historia y su cultura milenarias.

Pero en mis sueños la visitaba con mis amigas. Comíamos helados mientras lanzábamos monedas a la Fontana di Trevi, tomábamos el metro descifrando el idioma, nos sacábamos fotos en el Coliseo, bebíamos Spritz o vino tinto y disfrutábamos de las mejores pizzas del mundo.

Ya, en mis sueños era así.

Lo que nunca imaginé era que la razón por la que acabaría visitando Italia fuese para conocer a la familia del nuevo novio de mi tía: Tony DeLuca. Ni que ella me metería en un avión bajo la promesa de que pasaría un verano de ensueño.

Pero, claro estaba, mi tía Jenna no sabía que el hijo de su novio, Jax DeLuca, me había roto el corazón durante el pasado curso.

El viaje fue largo y pesado, y la comida del avión solo pasable. Sin embargo, en cuanto subimos en el coche que Tony alquiló en el aeropuerto, mis ojos se abrieron como platos.

Apenas había tenido oportunidad de viajar hasta ese momento, mucho menos de cruzar el océano para sumergirme en la cultura de otro país. Pero la vida da mil vueltas, y ahí estaba yo, mirando a través de la ventanilla del asiento trasero de un escarabajo blanco, mientras avanzábamos por un camino rodeado de césped alto y pequeñas casas a pie de carretera aparecían y desaparecían ante mis ojos.

—¿Estás emocionada, Olivia? —preguntó mi tía, volviéndose unos segundos hacia mí.

Asentí torpemente con la cabeza, aunque probablemente no lo estuviese tanto como ella. Se había terminado su comida, mi comida y los sándwiches que habíamos llevado para el avión.

Después, se había bebido unas cinco copas de vino dos horas antes de aterrizar. Había triturado el billete de avión una vez pasamos los controles, mientras Tony rellenaba los documentos para alquilar el coche. Y en ese momento estaba sacando parte de la mano por la ventanilla medio bajada, pero con la otra no dejaba de recolocarse el cabello tras la oreja.

En realidad, entendía sus nervios. Este era su primer novio formal oficial. El primero con el que se iba de vacaciones. Y no solo eso: era el primero que la llevaba a conocer a su familia.

Suponía que las cosas nunca habían sido fáciles para ella, porque había tenido que cuidarme desde que mis padres murieron cuando yo tenía cinco años. Pero había sido la mejor tutora que habría podido tener, y no la hubiera cambiado por nada del mundo.

La presión de la vida familiar de los DeLuca también la debía de agobiar. La mujer de Tony había muerto hacía año y medio tras luchar durante mucho tiempo contra el cáncer. De alguna forma, ella también era la primera novia formal de Tony.

—Estoy deseando que conozcáis a mi madre —exclamó él, con una sonrisa enorme—. Os va a encantar.

Sonreí con educación y continué perdiéndome en las imágenes del paisaje que pasaban ante mí.

Por mucho que mi tía hubiese elegido a Tony, y yo no pudiese objetar nada porque era su vida, no terminaba de conocerlo del todo. Y, por lo tanto, de fiarme de él. Parecía un buen hombre, amable y cuidadoso con sus palabras. Además, la hacía reír y, sobre todo, cocinaba de fábula… Justo como su hijo.

Tony había conseguido unas semanas de vacaciones en verano, cuando mi tía, que era profesora, también las tenía, para así poder ir juntos a Italia a conocer a su familia. Me imaginaba lo difícil que le había resultado, ya que era chef en un prestigioso restaurante.

—¿Y si no le caigo bien? —preguntó mi tía con nerviosismo.

El aire cálido me golpeaba la cara aunque mi ventana estuviese cerrada. Entraba por la que ella tenía abierta y revoloteaba a través del coche.

Desde mi posición, pude ver a Tony apartar la mano derecha del volante para alargarla sobre el asiento y tomar la suya.

—Le caerás bien —le aseguró—. ¿A quién podrías no gustarle?

Se volvió unos segundos, los justos para sonreírle de forma tierna y tranquila. Por el momento, eso fue suficiente para mi tía.

Yo me hundí un poco más en el asiento y respiré profundamente.

Envidiaba lo que ellos tenían: amor, felicidad, un futuro… Una persona que estuviese a tu lado para apoyarte, sin miedo a salir herida si aquello no funcionaba.

Una persona en la que confiar.

Y a pesar de aquella espinita envidiosa, me alegraba por ellos.

Tía Jenna se lo merecía.

Llegamos al pequeño pueblo costero donde estaba la casa familiar apenas unos minutos después. Era por la tarde, y podías apreciarlo en la luz, que empezaba a decaer.

Atravesamos una calle empedrada que me hizo rebotar en el asiento, y también sonreír.

Tony hacía de guía exprés, y nos contaba cómo se llamaba cada calle o si reconocía a alguna persona:

—Esta es la plaza principal del pueblo, donde también lanzamos monedas a la fuente si queremos pedir un deseo —explicó al pasar por una especie de plazoleta elevada, con niños y niñas jugando a su alrededor.

Vi con la boca hecha agua cómo un par de adolescentes compartían un helado con una pinta exquisita.

—Esta es la escuela donde yo estudié. Los maestros me pegaban con una vara de avellano cuando me portaba mal.

Aunque se rio, no parecía broma. ¡Qué horrible!

—Aquí me casé con Luna.

Guardamos silencio al pasar frente a una antigua iglesia de piedra. Parecía pequeña, y, según nos dijo él, en realidad se trataba de una capilla. Pude ver unas cuantas velas encendidas a través de las rejas de la entrada.

Aquel lugar era tan diferente a lo que estaba acostumbrada…

Además, me había dado cuenta hacía bastante tiempo de que Tony no conducía directo a la casa, sino en círculos, para mostrarnos gran parte del pequeño pueblo donde se había criado.

Según me dijo Google en el aeropuerto antes de embarcar, contaba con menos de cinco mil habitantes, pero parecía una villa maravillosa. Basándome en lo que había visto hasta el momento, podía dar fe de ello.

—Y la playa, donde estoy seguro de que Olivia pasará más tiempo que en Roma este verano. Angelo quizá te enseñe a hacer surf y…

Dejé de escucharlo momentáneamente. Ante mis ojos se extendía una increíble hilera de arena dorada, pero eso no era nada en comparación con el azul del océano.

Bajé la ventanilla, dese

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