Ya verás,
iremos al monte
y te reirás de mis pelos
cuando el viento los sople.
Y no me importará
porque veré cómo sonríes.
Subiremos al coche
y escucharemos a Los Secretos.
El mapa volará por la ventanilla
y tendré la carretera en blanco,
pero a tu lado.
Muchas veces llegaremos tarde
a casa, pero llegaremos.
Y el invierno perderá sus fuerzas
cuando juntemos las pieles.
Pieles doradas, ocres,
como los bosques de octubre;
pieles de campo y de camino.
Y más carretera,
y más música de antes,
y documentales de La 2,
y lluvias de repente.
Tanto nos queda, tanto,
que no cabe en el poema.
Tumbados en esta cama
de fogata y aguanieve
la vida se va pareciendo
cada vez más a un buen libro.
A lo lejos suenan las campanas:
las once en punto,
casi media noche.
Me acomodo en tu cuello,
noto tu pulso en mis labios,
te beso en la mejilla,
paso mi brazo por tu costado,
me detengo en todas tus páginas
y aprieto fuerte.
Y nos quedamos dormidos
como dos animales sin hambre.
Te miro dormir y sé
que la paz del mundo cabe
en una cama de madera oscura.
Te miro y sonrío
como si tuviera cinco años
y los bolsillos llenos de chicles.
Verte dormir es contemplar
cien cajitas de música cerradas,
un estadio apagado.
Leo en silencio,
no me perdonaría despertarte.
Paso las páginas
como un viento leve,
una brisa de mar que no estorba.
Me acerco con cuidado,
sólo un poco, y te beso el pelo,
me cuelo en tu descanso
con delicadeza y sigilo.
Como un gato caminando en el tejado
mientras la noche avanza
y el día espera.
Me siento afortunada:
tu cuerpo es de nube
y mis dedos flotan.
Hay una pequeña luz
que ilumina tu hombro;
ahí recostaré mi sueño.
Se me cierran los ojos,
pero nunca el corazón.
Ahora, duermes.
Y yo escribo tu nombre
en todos los poemas.
Todos los días acudo a tu casa.
Muchas veces llueve
o nieva
o hace tanto frío
que mis nudillos se paralizan
y tengo que llamar a tu puerta
con la punta de las botas.
Apagamos el televisor,
encendemos la radio,
la chimenea, el instinto.
Nos miramos como tierras prometidas,
apartamos las almohadas
y el sofá se convierte en un huerto fértil.
Ahí sentada,
en las noches de invierno,
termino de crecer.
Tu mano es un milagro en mi espalda.
Dormimos con las piernas entrelazadas
y, sin pedirlo, se cumple el deseo.
El destino nos conoce mejor
que nosotros mismos.
EN CADA CARICIA, UN VERANO
Te veo
y la urgencia me hace cruzar en rojo.
Corro como si la ciudad ard