Un recreo de locura y otros cuentos

Helen Velando

Fragmento

—¡Corto, corto, corto, largo…! ¡Corto, corto, corto, largo…! —se oía desde el patio.

La maestra de sexto, Zulma, estaba ensayando el pericón para la fiesta de fin de año. Hacía mucho calor esa mañana y el recreo había terminado hacía unos minutos. Los niños estaban cansados y no había mucha sombra en el patio. Zulma estaba molesta porque el equipo de audio no funcionaba bien. El parlante hacía un sonido a tiza contra el pizarrón que le ponía los pelos de punta y, por si fuera poco, el micrófono se cortaba y por eso se lo ponía cada vez más cerca de la boca.

—¡Aura! ¡Aaauraa! —sonó estridente la voz de Zulma—. Pero, niños, ¿no escucharon que dije aura? ¡Caminen hacia el centro! ¡Hacia el ceeentrooo! ¡Nooo! ¡Hacia el centro del patio, no hacia los baños!

La ventana de la dirección daba al patio y con aquel calor, propio de fin de año, era imposible tenerla cerrada. La directora estaba un poco aturdida, pero seguía pasando unas planillas, cuando llegaron dos padres de la Comisión de Fomento. Se había olvidado por completo de que tenían una reunión.

—Pasen, pasen por favor. ¿Quieren tomar algo fresco, un té, un cafecito…?

—¡Nooo! ¡Nooo! ¡Hagan una ronda, caramba! ¡Ustedes, los dos de allá, ¿no me oyen? ¡Dije una rooondaaa!

La directora se sobresaltó y los padres también.

—La maestra de sexto está ensayando el pericón —explicó—. Disculpen, el equipo de audio no funciona bien y hace mucho calor para cerrar la ventana.

—No se preocupe. Yo le acepto un vaso de agua —dijo el papá.

—Yo un té, sin azúcar —pidió la mamá.

—Enseguida les traigo —y la directora salió hasta la habitación contigua.

La música volvió a sonar y de pronto se detuvo. El momento de silencio fue interrumpido por la entrada de la directora con una bandeja con el vaso de agua y dos tazas de té, una sin azúcar.

—Sírvanse —ofreció extendiendo la bandeja.

—¡Molinete! ¡Molinete! ¡Dije molinete, chiquilines!

El grito de Zulma fue tal que la bandeja estuvo a punto de volar y entre los tres lograron colocarla a tiempo sobre el escritorio. La directora les pidió disculpas nuevamente y se acomodó los lentes, que habían volado pero no cayeron, porque por suerte quedaron colgados de la cadenita.

—Como ya se habrán dado cuenta, otra de las tareas que tenemos es juntar fondos para mandar a arreglar el equipo de au…

—¡A ver, las niñas! ¡No, ustedes no! ¡Las otras niñas, las que están atrás! ¡Cambio con el compañero, con el compañeeerooo! ¡No camino! ¡Sigo corto, corto, corto, largo, corto, corto, corto, largo…!

La música del pericón seguía de fondo y el zumbido del parlante parecía un enjambre de abejas africanas. Cuando pareció volver la calma y cesaron las indicaciones de la maestra Zulma, la directora fue al grano.

—Bueno, papás de la Comisión, el tema es el viaje de fin de curso de los niños de sex…

—¡Al centro, mis queridos, al centro! ¡Saquen los pañuelos!

—Como decía, el viaje de los niños de sexto. Se nos ocurrió que podríamos viajar a una…

—¡Los pañuelos de los de atrás! ¡Los pañuelos blancos primero y después los celestes! ¡No, ustedes no! ¡Los otros, los de ese lado! ¡¡¡Aura, aura!!!

—Se nos ocurrió que podríamos llevarlos a una chacra turística —retomó con voz temblorosa.

—¿Y cuándo sería el paseo? —elevó la voz el papá.

—¡¡¡Aura, aura!!!

—Creo que el último fin de semana de…

—¡¿Están sordos?! ¡Cambio de parejas! ¡Aura! ¡Cambio de parejas! ¡Roberto, vos no vas con Juan Carlos, vas con Sofía, m’hijito! ¡Hay que estar atentos! ¡Nooo, nooo!

La directora ya no sabía ni lo que decía, y los padres no podían dejar de escuchar la voz chillona de Zulma, que se acercaba cada vez más el micrófono a los labios.

—¡La chacra es bastante cerca y pasaríamos el día, nos dan el almuerzo y nos venimos luego de la merien…!

—¡El pericón nacional, el pericóóón bailemos con…! —cantaba Zulma.

—¡Baaastaaa! —gritó descontrolada la directora y se aferró a la rejas de la ventana como si estuviera poseída.

De inmediato, los padres de la Comisión de Fomento se levantaron con una sonrisa nerviosa y se despidieron, asegurándole que estaban de acuerdo con la idea del paseo de los niños a la chacra.

La directora quedó de pie, con los ojos desorbitados, el pelo revuelto, los lentes colgando como una guirnalda navideña y las manos apoyadas sobre el escritorio, mientras los observaba huir por la puerta más próxima. La música cesó y se oyó un aplauso solitario en mitad del patio. Luego la voz chillona en el micrófono resonó por toda la escuela:

—¡Bravo, bravo! Niños, yo hubiera preferido que bailaran el gato, pero la verdad es que el pericón les sale… ¡precioooso!

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