Isadora Moon y el hada de los dientes

Harriet Muncaster

Fragmento

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Era sábado por la mañana y estábamos todos desayunando en la cocina.

—¡No me puedo creer que sigas comiendo esos Rizos de Arcoíris tan raros del supermercado humano! —dijo mamá con un escalofrío—. ¡Podrías tomar yogur de néctar de flores, como yo! —Mi mamá es un hada y solo le gusta la comida natural.

—¡Es que me encantan! —dije, metiéndome una cucharada entera en la boca, y masticándolos con un fuerte crujido.

—La verdad es que tienen un aspecto asqueroso —papá coincidió con ella mientras daba un sorbito a su zumo rojo. Mi papá es un vampiro y solo le gusta la comida si es roja.

Me encogí de hombros y seguí masticando. Yo soy una mezcla de vampiro y de hada, así que me gustan muchos tipos de comida. ¡Incluso la humana! Mi hermanita Flor de Miel es igual que yo.

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Me metí en la boca una cucharada más de Rizos de Arcoíris. CRUNCH, CRUNCH, CRUNCH. Y luego paré.

Sentía algo extraño.

—¿Qué te pasa, Isadora? —preguntó papá, mirándome.

—Pareces preocupada —dijo mamá.

Tragué los Rizos y luego me toqué el colmillo. ¡Se movía!

—¡Oh! —grité, muy sorprendida.

Mamá y papá me sonrieron.

—¡Se te mueve un diente! —dijo mamá.

—Un colmillo —la corrigió papá—. ¡Qué emocionante! Eso significa que tus dientes de vampiro adulto deben de estar saliendo ya.

—Podrás ponerlo bajo la almohada cuando se te caiga —dijo mamá—. ¡El hada de los dientes te dejará una reluciente moneda de plata!

—¡Ohhh! —exclamé, y Pinky se puso a dar saltos de alegría junto a mi silla. (Pinky era mi peluche favorito hasta que mamá le dio vida con su varita mágica).

Papá no parecía tan entusiasmado.

—¿El hada de los dientes? —dijo, frunciendo el ceño.

—¡Claro! —respondió mamá—. Es la tradición. Todos los niños y niñas hadas le dejan sus dientes al hada de los dientes. Los necesita para construir su palacio.

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—¿Y por qué no usa ladrillos, como todo el mundo? —preguntó papá.

—Porque no parecen perlas —dijo mamá.

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—¡Ja! —protestó papá—. ¡Pues a mí no me gusta lo del hada de los dientes! ¡Los vampiros NUNCA le dan a nadie sus valiosos colmillos! ¡Los ponen en un marco y los cuelgan en la pared! Seguro que habréis visto LOS MÍOS expuestos en la casa de los abuelos…

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—Ahora que lo pienso… —dijo mamá—. Creo que sí. —Y le dio un sorbito a su té de pétalos de flores, con cara de decepción—. Entonces supongo que Isadora tendrá que decidir qué quiere hacer con los suyos.

—Supongo que sí —dijo papá, igual de decepcionado que ella.

Miré a mamá y luego a papá, una y otra vez. De pronto, ya no quería que el diente se me cayera. ¡Todo sería más fácil si seguía en mi boca! Así no decepcionaría a nadie.

—Esto me recuerda que tengo que pedir cita con el dentista de vampiros —dijo papá—. Han pasado muchas lunas llenas desde que me hice la última revisión. Isadora, deberías venir también, ahora que tus colmillos de adulto están empezando a salir. Aprenderías a cuidarlos bien.

—¿Yo? —pregunté con voz de pito.

—¡Sí! —dijo papá—. Será un momento bonito para estar juntos.

Contemplé a papá con horror. La idea de ir a un dentista de vampiros no me parecía «un momento bonito para estar juntos». Me vinieron a la cabeza imágenes de herramientas de acero brillante y taladradoras ruidosas, y empecé a sentir ganas de vomitar.

—Estoy bien, papá, no te preocupes —dije—. No me hace falta ir a tu dentista.

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—¡Oh, sí que te hace falta —repuso papá— si quieres aprender a mantener tus colmillos perfectamente relucientes! Solo un dentista de vampiros sabe cómo cuidar los dientes de los vampiros.

—Pero… Es que no quiero ir —repliqué.

—No hay nada de lo que asustarse —dijo papá—. Mi dentista es un vampiro muy agradable. Es el conde Vernáculor. Te hará solo una pequeña revisión. ¡Será muy rápido! Y luego a lo mejor podemos ir a tomar algo, como premio. ¿Qué te parece ese restaurante del que hablas tanto? ¿El que les gusta a tus amigos humanos?

—¡BatiBurguer! —exclamé—. ¡Tiene una máquina para hacer helados!

—¡Ese mismo! —dijo papá—. Te llevaré allí a comer una hamburguesa con patatas fritas después del dentista. Bueno, entonces ya está resuelto. ¡Reservaré cuando termine de desayunar!

Durante los siguientes días no podía parar de pensar en el dentista y tampoco podía dejar de mover mi diente... Aunque me esforcé mucho por no hacerlo. No quería que se me cayera, porque tendría que decidir qué haría con él. Mamá se decepcionaría si no lo ponía debajo de la almohada para el hada de los dientes, y papá se decepcionaría si no se lo daba a él para colgarlo en la pared.

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—No pareces contenta —me dijo Zoe el lunes en el colegio—. ¿Qué te pasa, Isadora?

—Tengo que ir mañana al dentista —respondí.

—Pero eso no da miedo —dijo Zoe—. ¡Yo fui la semana pasada! Me regalaron una pegatina con una carita sonriente.

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