Listas para la party

Karina & Marina

Fragmento

cap-1

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¡Madre mía, lo que está pasando!

Y nunca mejor dicho, porque... ¡tiene que ver con nuestra madre!

Nos mira a Marina y a mí con seriedad y nos dice:

—Vosotras ya sois mayorcitas, ¿no? ¿Puedo confiar en vosotras? ¿Verdad que sí?

Mi hermana y yo asentimos, moviendo la cabeza arriba y abajo con tanta fuerza que... ¡Ay! ¡Se me va a estropear el peinado!

—Entonces, os puedo dejar SOLAS EN CASA hoy, esta noche, mientras yo voy a esa reunión tan importante..., ¿no? ¿Sabréis cuidar de la casa? Es solamente una noche, pero ya habéis hecho cosas mucho más difíciles: habéis viajado solas al extranjero, habéis organizado conciertos... Creo yo que puedo confiar en que os portéis bien una noche.

—¡Sí, sí! —decimos a la vez—. ¡Claro que sí!

—Bien —prosigue nuestra madre—. Me voy a marchar ahora, que es temprano, y volveré mañana domingo a primera hora... ¿Me estáis escuchando, niñas? Tenéis que ser buenas, formalitas... Haréis vuestros deberes y cenaréis a vuestra hora, ¡y nada de comer porquerías!

—¡Sí! ¡Sí, sí! —asentimos.

—Más os vale... ¡Ah, y que no se os olvide sacar a Chanel! No vaya a pasar como la otra vez, una decía que la iba a sacar la otra, y la otra que la una, y al final la pobre perra se hizo pis en la alfombra del salón... ¡Que no vuelva a suceder!

—No, no...

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Mamá se cruza de brazos y nos observa, sonrientes, antes de darnos, ¡ayyy!, ¡un montón de besuqueos por la cara y por la frente!

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—¡Ay, ay! —protesto—. ¡Mamá, que me despeinas! ¡Que me estropeas el maquillaje!

Marina se ríe de tapadillo, pero entonces mamá le da besos también a ella, de esos que suenan ¡CHUIIIIIIC! como un globo desinflándose en la oreja, y ya no se ríe tanto... La que se ríe es mamá, que coge sus maletas y se pone los zapatos.

—Bueno, hijas, bueno —refunfuña—. Que tampoco se os olvide ducharos... Y regar las plantas... Y no veáis mucho rato la televisión... Y cuidado con manchar o con ensuciar las cosas...

—¡Hasta luego, mamá! —exclama Marina.

—¡Hasta mañana!

—Hasta mañana, hijas, adiós... Adiós... —se despide, mientras cierra la puerta detrás de sí misma.

Chanel también se despide, con un par de ladriditos que parecen ¡de algodón! ¡Como toda ella! Mi perrita es la más guapísima del mundo entero, y cuando se va mamá, se sube a mi regazo para que la acaricie.

—Bueno —dice Marina.

—Bueno... —digo yo.

Nos miramos la una a la otra.

Sabemos perfectamente... ¡que nada de lo que le hemos dicho a mamá se va a cumplir!

Marina enciende la tele, pone el canal de deportes, con el volumen a tope, y se va corriendo al sótano a sacar la máquina de pesas que guardamos allí. La arrastra por las escaleras y por todo el parquet hasta colocarla delante del televisor...

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Yo saco la lengua, asqueada, y le doy la espalda a mi hermana.

—¡Esta chica no entiende nada! —le comento a Chanel, que a veces creo que me entiende como si fuera una persona—. ¡Lo primero que hace cuando la dejan sola en casa es... ejercicio! Pues bien..., ¡mira lo que voy a hacer yo!

Subo a la perrita a la encimera de la cocina, para que vea mejor desde allí (la pobre es tan pequeñita...) y saco de la nevera y de la despensa... ¡todos los dulces que tenemos guardados! Se supone que son para fiestas y ocasiones especiales, y ¿no es esta una ocasión muy especial? ¡Mamá nunca nos deja solas!

—¡Mira, Chanel, mira lo que voy a preparar! —le digo a la perrita, que me mira con la cabeza ladeada, como pensando «¡Qué cosas raras hace mi humana!».

Echo en un bol todas las cosas más ricas que hay por casa: cereales de azúcar, sirope de chocolate, gominolas, chispitas de colorines de las de decorar tartas, dulce de leche, pedacitos de un bizcocho que he desmigado a pellizcos, leche condensada, miel... ¡y por encima, azúcar glas! ¡Qué buenísima pinta! Nunca he comido nada así... ¿A qué sabrá?

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Chanel lo olisquea con precaución.

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—¡No seas boba, amorcito! ¡Eso no te lo puedes comer tú! Las perritas tienen que comer de su pienso... Y, ya que estamos solas, ¡mira! Te voy a echar un montón de comidita, de la buena, para que merendemos juntas...

Le lleno el cuenco a Chanel con el mejor pienso, el más caro y el más bueno, que no se lo damos muy a menudo porque le gusta tanto que se lo come enseguida... ¡Pobre! ¡Pues ahora ella también puede comer lo que quiera, como yo!

Pongo la música en la radio de la cocina, porque suena ¡superfuerte! la tele con el programa de ejercicio que tiene puesto Marina en el salón. Subo el volumen también al máximo, ¡no quiero escuchar ninguna de esas cosas suyas! Que si «levantar una pesa», que si «hacer una sentadilla»... ¡Puaj! ¡Ni me puedo imaginar lo sudorosa y lo poco glamurosa que estará Marina ahora!

Hinco la cuchara en la merienda que me he preparado... ¡y está tan llena de azúcar y de cosas que me cuesta sacarla! Pero lo consigo, y me la meto en la boca, y ¡bua! ¡Está buenísimo! ¡Sabe super, superdulce!

—¡Qué riquísimo está esto! —le digo a Chanel—. ¿Está rico lo tuyo? ¿Sí?

Parece que sí, porque come como una fiera... Bueno, una fiera pequeñita, caniche-bichón frisé, una fiera muy elegante con su collar de brillantes.

—Y ahora me voy a hacer las uñas —anuncio—. Que, ¡claro!, te las pintaría a ti también, Chanelita, pero ya lo intentamos una vez y no te gustó nada... ¡Te revolviste y me tiraste toda la laca de uñas! Así que esta vez me las pintaré yo sola... ¡Que tiemble Rosalía!

imagenVoy al baño a buscar los pintaúñas perfectos; quiero intentar seguir un tutorial de TikTok en el que salía una chica pintándose un degradado. imagenLo hacía con una esponjita, mezclaba los dos colores en el medio de la uña. Luego se ponía una capa de purpurina holográfica y después un top coat transparente y superresistente para que no se le estropearan... ¡Eso mismo quiero hacer yo! Tengo que romper la esponja de la ducha para conseguir el material, no creo que nadie se dé cuenta.

Lo malo de pintarse las uñas es... ¡que es un rollo esperar a que se sequen!


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