Equipo Kimono 2. ¡Viajamos a Japón!

Pau Clua

Fragmento

cap-1

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Aviones que despegan y aviones que aterrizan. Abrazos y carteles de bienvenida. Lágrimas de despedida. Mochilas, bolsas, maletines diminutos y baúles gigantescos. Maletas con ruedas, sin ruedas, rotas, perdidas, nuevas, de colores, encontradas, acolchadas, viejas y de plástico. Megafonía incomprensible y muchos «corre, corre, que no llegamos». Vuelos cancelled, vuelos on time y vuelos delayed.

—¿Qué significa delayed? —pregunta Julia fijándose en las pantallas, en las que está todo en inglés.

—Ni que nunca hubieras subido a un avión —responde Carlos, extrañado, mientras comprueba su equipaje una vez más.

—Es que nunca he cogido un avión —continúa Julia.

—Significa que el vuelo va retrasado —responde la directora Yang—. Pero nuestro vuelo a París saldrá puntual, o sea que estad todos atentos, que iremos a facturar las maletas.

En el aeropuerto todos están listos para el gran viaje. No para el vuelo a París, que solo dura dos horas y es donde las Sardinas Peleonas van a hacer escala, sino para el fantabuloso y supermegaviaje de París a Tokio, la capital de Japón, el país del sol naciente.

—¿Kamal? —pregunta la directora Yang, consultando sus papeles.

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—Pasaporte, mochila y maleta a punto.

—¿Carlos?

—Pasaporte, macuto y maleta a punto.

—¿Priscilla?

—Pasaporte… —duda Priscilla, buscando y rebuscando en todos sus bolsillos—. Juraría que… ¡aquí! Pasaporte, bolsa y maleta a punto.

—A ver, sardinillas —dice la directora Yang, poniendo los brazos en jarra—. Ya sois mayores y yo no soy vuestra madre, o sea que a partir de este momento sois los únicos responsables de todas vuestras pertenencias. ¿Oído?

¡Oído cocina! —responde Takeshi mientras muestra el pasaporte, la bolsa, la maleta y una gran sonrisa.

¿Una gran sonrisa?

¡Qué va!

¡Una sonrisa enoooooorme!

Takeshi está contentísimo porque por primera vez podrá abrazar a sus abuelos maternos. Nunca hasta ahora había tenido la oportunidad de viajar a Japón para conocerlos en persona. Conoce a sus tías y a sus primos, porque ellos lo fueron a visitar cuando tenía diez años, pero solo ha podido ver y hablar con sus abuelos a través de Internet. Entre que la abuela Shizuka nunca sale de Tokio y que el abuelo Takeshi, de quien le viene el nombre, odia volar, el encuentro ha sido imposible.

—¿Julia? —prosigue la directora Yang.

—Pasaporte, mochila, maleta y desastre aéreo inminente y a punto —contesta la yudoca, visiblemente nerviosa.

—Vamos, Julia, no seas así —le dice la maestra Kiko, que también los acompaña—. Ya verás como no será para tanto.

—Nos meteremos en una caja cerrada herméticamente que volará por encima de las nubes a mil kilómetros por hora. ¿Qué podría salir mal? —responde Julia con ironía.Está claro que Julia todavía no ha superado su claustrofobia.

—Estuviste encerrada en una salita mucho rato y no pasó nada, ¿te acuerdas? —le dice Kamal, intentando animarla.

—No es lo mismo. Si las personas no tenemos alas, será por algo, ¿no?

Nada. Que no hay manera. Por un lado, no quiere perderse este viaje, porque seguramente nunca más tendrá la oportunidad de asistir al Torneo Internacional de Artes Marciales en Japón. Pero, por el otro, no puede evitar pensar en los trillones de cosas que pueden salir mal. Y no son pocas.

¿Y si se acaba el combustible? ¿Y si un pájaro se estrella contra los motores? ¿Y si pasamos por encima del Triángulo de las Bermudas y desaparecemos para siempre jamás? —pregunta con pánico en la voz.

—No volaremos por allí, Julia —puntualiza Priscilla—. Las Bermudas están en el Atlántico y nosotros vamos en dirección opuesta.

—Sí, claro —insiste Julia—. ¿Y si alguien decide hipnotizar a los pilotos y los obliga a pasar por allí? ¿Y si mientras estamos arriba la Tierra se mueve?

—Bueno, no quiero parecer tiquismiquis —insiste Priscilla—, pero la Tierra siempre se mueve. De hecho…

Vale, ya está bien de cháchara —interviene, por fin, la directora Yang—. Cada cosa a su tiempo. De momento, vamos a facturar el equipaje, que a este paso nos van a dar las uvas.

Uno a uno, maleta a maleta y pasaporte a pasaporte, el equipo Kimono al completo, junto con la directora Yang y la maestra Kiko, factura su equipaje y, cada uno con su bolsa o mochila de mano, se dirige al control de seguridad. Ahora solo falta despedirse de los familiares, pero como no van muy bien de tiempo tienen que hacerlo deprisa y corriendo.

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—Pásatelo bien.

—Haz caso a los maestros.

—Dales muchos besos a los abuelos.

—Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero.

¡Disfrutad mucho y ganad el torneo!

Después, pasan el control y se dirigen todos a la zona de embarque, y ya solo falta esperar. ¿Y qué mejor momento que este para ponernos un poco al día sobre los planes de los cinco deportistas?

La primera fase del viaje, la de llegar puntuales al aeropuerto para no perder el vuelo a París, ya se ha cumplido casi a la perfección y sin ningún incidente. A partir de ahora, el plan es cambiar de avión en París para unirse a otras delegaciones europeas de Kimonos Milenarios y aterrizar en Tokio tras doce largas horas sobrevolando medio mundo. Está previsto que lleguen a su alojamiento a las nueve de la mañana del día siguiente. Es decir, a las cinco de la tarde, hora local.

—Nunca he entendido por qué es necesario venir con tanta antelación si después te pasas una hora aquí dentro sin hacer nada —comenta Carlos, que es el que más experiencia tiene en aeropuertos.

—¿Y no da nada de miedo? —le pregunta Kamal, que tampoco ha subido nunca a un avión.

—¿El qué? —pregunta Carlos.

—El avión.

—Al contrario —responde Carlos—. Es superemocionante, sobre todo cuando está a punto de despegar. Los motores van a tope, cada vez más rápido, y, en pocos segundos, ¡fiuuuuuuuu!, ya estamos en el aire.

—Sí, encerrados y sin poder salir. Superemocionante —murmura Julia, que no está para nada emocionada.

Kamal, al ver que su amiga sigue en sus trece y se agobia sin motivo, decide llamar la atención de sus cuatro compañeros para enseñarles un pequeñísimo objeto que saca de su bolsa.

—¿Qué es? —pregunta Priscilla.

—Una minicámara.

—¿Tan pequeña? —pregunta Carlos—. Imposible.

—Además, es adhesiva —continua Kamal—. Mirad —dice mientras pega la cámara en el pecho de Julia.

—¿Y por dónde se ve?

Kamal levanta la mano en señal de espera, abre una aplicación en el móvil y, después de mirar a ambos lados para asegurarse de que no va a ser desc

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