Hermanas para siempre

Daniela Golubeva

Fragmento

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¡Bufff! No sé ni cómo empezar a contaros lo que me acaba de pasar... Se trata de una aventura taaan loca y taaan alucinante que ¡puede que ni os la creáis! En realidad, si no fuese porque me ha pasado a mí... ¡creo que ni yo misma me la creería! Pero es cien por cien real. ¡Os aseguro que vais a flipar! A ver, a ver..., ¿por dónde empiezo?

Mmm... Lo mejor será que empiece por el principio, ¿no? Pero es que, ahora mismo, estoy tan nerviosa que en lo único que pienso es en compartir mi historia con todos vosotros antes de que se me olvide alguna cosa. Muchas veces, las historias comienzan con una personita que está viviendo su vida tan tranquilamente. En este caso, esa personita soy yo: Daniela Golubeva.

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Por si hay alguien que todavía no me conoce, soy una chica de catorce años de lo más normal y tengo una familia que es la más yippee del mundo. (¿Cómo? ¿Que qué significa eso de «yippee»? Bueno, ¡ya os lo explicaré más adelante!) Me encanta bailar, la gimnasia, los viajes y los unicornios. Una cosa que tenéis que saber sobre mí es que vivo en San Petersburgo, pero cuando llegan las vacaciones de verano, mi familia y yo viajamos a España. San Petersburgo es una ciudad megaalucinante y preciosa, y aunque a veces puede hacer mucho frío...

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Si seguís mis cuentas de YouTube y de TikTok, puede que ya sepáis todo esto, claro. Si no, ¡os invito a que les echéis un vistazo! Son como una especie de resumen de todas las cosas divertidas que me suceden en el día a día. La verdad es que yo siempre me lo paso en grande haciendo actividades con mi familia y subiéndolas a la red. A veces nos gastamos bromas, otras hacemos bailes y, por supuesto, también hacemos...

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Esto de los challenges no os lo cuento porque sí. Es que resulta que esta historia tan loca y alucinante que estáis a punto de leer tiene mucho que ver con ellos. Sí, sí, ya sé lo que estaréis pensando:

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Yo solía pensar que la respuesta a esa pregunta era «nada», pero ahora ya no estoy tan segura. Desde luego, no estamos hablando de unos challenges cualesquiera. Jo..., ni siquiera se me ocurren las palabras para describíroslos... ¿Locos y alucinantes? No, no, que eso ya lo he dicho. ¿Increíbles? Mmm..., no, no, tiene que haber una palabra mejor. Pero... ¿cuál?

—¿Qué te parece «superyippees»?

¡Oh! La persona que se acaba de colar en el libro para decir eso es mi hermana pequeña, Erika, que anda por aquí haciendo de las suyas.

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Si seguís mis cuentas, seguro que ya la conocéis, ¿verdad? Erika es la niña de cinco años más lista y más divertida que conozco. ¡Es una pasada! Y no os penséis que lo digo porque soy su hermana, ¿eh? Yo la quiero un montonazo y me siento superunida a ella. Y después de lo que nos ha pasado... ¡más todavía! Y es que antes os he dicho que esta historia me ha pasado a mí. Y es verdad, pero se me ha olvidado deciros que no me ha pasado a mí sola.

¡Ups! ¡Ya me estoy adelantando otra vez!

Vamos al grano.

Mi historia comienza con Erika y conmigo en la habitación de mi casa de San Petersburgo, mirando por la ventana aburridísimas, sin saber muy bien qué hacer. Fuera, no paraba de nevar. Por lo general, a mi hermana y a mí nos encanta todo lo que tenga que ver con la nieve (¡es una de las cosas que más echo de menos cuando vuelvo a España!), pero lo de aquella nevada no era normal. Ni siquiera para una ciudad como San Petersburgo, donde hace tanto frío que los lagos de los parques se congelan durante meses y la gente sale a la calle tan pancha aunque los termómetros estén bajo cero. Y es que llevaba nevando sin parar... ¡semanas enteras! ¡Y se estaban batiendo todos los récords de frío de la historia! La gente del tiempo no se lo explicaba, y no sabían predecir cuándo volvería a salir el sol y las temperaturas dejarían de ser tan increíblemente bajas. La calle estaba repleta de montañas de nieve taaan enormes y compactas que no se podían quitar ni con quitanieves. Los bomberos habían recomendado salir de casa lo menos posible, y los colegios estaban cerrados. Vaya panorama, ¿eh?

Aquella situación tan extraordinaria tenía una cosa buena y una cosa mala. La buena era poder quedarse en casa la mar de cómoda en camiseta y pijama (en los pisos de Rusia siempre se está calentito por mucho frío que haga fuera, ya que los sistemas de calefacción son de lo mejorcito). A mis padres no les quedaba más remedio que salir a la calle por cuestiones de trabajo, y la verdad es que no me daban ninguna envidia. Cuando se despidieron de nosotras aquel día, iban mucho más abrigados que de costumbre, tanto que parecía como si estuviesen a punto de partir a una misión de exploración en el Polo Norte. ¡Solo les faltaba llevar encima una tienda de campaña plegable y una mochila con provisiones!

En cambio, la cosa mala era que, bueno..., ¡no podíamos salir a la calle! A mí me encanta el frío y poder salir a disfrutar de la nieve, pero, como todas las autoridades recomendaban no salir a menos que fuera supernecesario, tampoco me parecía un mal plan quedarme en casa tranquilita. Pero ¿a Erika? ¡Esa es otra historia! Erika solo es capaz de estarse quieta cuando duerme, ¡y a veces ni eso! A ella le daba igual el tiempo que hiciese: lo único que quería era salir fuera a jugar. En otro momento, mis padres podrían haber llamado a algún familiar o hasta a una canguro para hacerle frente al huracán Erika. Pero, claro, con el temporal que estaba cayendo... adivinad a quién le tocaba encargarse de ella. ¡Pues a mí, por supuesto! ¡Sola ante el peligro! ¿Os suenan esas ruedas que se ponen en las jaulas de los hámsteres para que den vueltas y vueltas? ¡Pues me habría encantado tener una de tamaño gigante para Erika! ¡Tenía tanta energía que estaba que no paraba!

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Me preguntaba sin dejar de dar vueltas por la habitación, como si fuese un pequeño tornado humano.

¿Que qué hacemos ahora? ¡Pero si ya habíamos hecho de todo! Habíamos preparado varias coreografías, nos habíamos probado montones de ropa, habíamos saltado sobre la cama, habíamos hecho cientos de dibujos de unicornios... No sé, yo me considero una chica bastante creativa, pero ¡me estaba empezando a quedar sin ideas! Y entonces se me encendió la bombilla.

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—¿Qué te parece si echamos un vistazo a nuestro canal de YouTube, Erika? ¡Seguro que encontramos algún challenge divertido para pasar el rato!

Erika se puso a dar saltos de alegría y yo solté un pequeño suspiro de alivio. Pero si hubiese sabido en lo que estábamos a punto de meternos, ese suspiro habría sido...

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