Somos el mejor equipo

Ana Punset

Fragmento

cap-1

imagen

No puedo creer que ya estemos aquí. Y no me refiero a aquí, en la biblioteca, sino a «estudiando como locos para los exámenes finales». A solo unas pocas semanas de que termine el curso y me despida de este año en Vistalegre. Un año increíble, diferente a todo lo que he vivido antes de llegar a este colegio. No ha sido fácil, para nada, pero me doy cuenta de que he ganado muchísimo viniendo al internado. Lo principal y más importante... Álex, mi mejor amiga, mi alma gemela, mi otra mitad en el mundo. No sabía lo que significaba la amistad hasta que la conocí a ella.

—¿Te has quedado dormida con los ojos abiertos o qué? Si es así, tienes que enseñarme, me sería muy útil en algunas clases... —me suelta sacudiéndose la melena pelirroja más salvaje que he visto nunca.

Esa es Álex, sí. Está sentada a mi lado en la biblioteca, pero no estamos solas, también nos acompañan Adrián, Matías y Sergio, los inseparables. Y no soy la única en reírme cuando me sale con esas, nos reímos todos, porque sabemos bien que habla en serio; ella es así: directa, franca y sincera. Sobre todo, muy sincera.

—Solo estaba pensando en que en menos de un mes nos iremos a casa —le confieso, y no sé si esa es una buena noticia o una mala. Para Matías, buena, a juzgar por el gesto que hace con los brazos en el aire.

—Cualquiera diría que no te apetece demasiado —me responde Adrián, sentado justo enfrente de mí.

Él también entra en el saco de lo ganado este año, de aquellas vivencias que solo Vistalegre me podía regalar. El chico más bueno, paciente y dulce del planeta, y encima resulta que le gusto y que pasamos bastante tiempo juntos por aquí. Cuando me mira como lo está haciendo ahora, con esos ojos verde botella, las mariposas que viven en mi tripa desde que lo conocí revolotean en estampida por todo mi cuerpo. Me concentro en responder a la pregunta para no quedar como una boba engatusada.

—A ver... Sí que me apetece estar en casa y ver a mi familia, pero... —digo, y me encojo de hombros en lugar de acabar la frase. Supongo que me da un poco de vergüenza reconocer mis sentimientos en voz alta.

—Pero aquí ya no se está tan mal, ¿verdad? —Álex acaba la frase por mí, clavándome el codo en las costillas y con media sonrisa, para endulzar el golpe.

Me conoce demasiado bien como para no saber lo que me pasa: que no quiero despedirme de ella, ni tampoco de Adrián ni de los demás.

—Exacto —respondo con un mohín triste antes de agachar la cabeza hacia mi libro de geografía para taparme un poco con la melena rubia.

Álex me aparta el pelo de la cara antes de hablarme otra vez:

—Eh, que sepas que este verano no te vas a librar de mí. ¿Vale?

Aprieto la boca emocionada y asiento, convencida de que va a ser así. Álex no va a salir de mi vida, por mucho que la distancia nos separe. ¿Qué son unos pocos kilómetros en la inmensidad de la amistad verdadera? Te lo diré: NADA DE NADA, la nada más absoluta.

—Podríamos quedar todos a medio camino de nuestras casas un día de las vacaciones, ¿no? —comenta entonces Matías.

Y a todos nos parece una idea genial. Miro a Adrián para asegurarme de que piensa lo mismo, y su sonrisa abierta me demuestra que, efectivamente, así es. ¿Y qué mensaje deja eso en mi cerebro? Pues que Adrián quiere seguir en contacto conmigo durante las vacaciones, y no perderme de vista en cuanto doble la esquina de este recinto y me meta en el coche de mis padres. Cojo aire y lo suelto, llenándome de una especie de seguridad y fuerza que me estaba costando encontrar. Sí, mis amigos seguirán siendo mis amigos el año que viene, cuando regrese en septiembre otra vez. Y para regresar tras las vacaciones, necesito mantener mi beca, y para ello debo sacar buenas notas. No me puedo entretener más...

—Pero eso será en vacaciones, ahora... toca hincar los codos. Así que venga, centraos, que tenemos que aprobarlo todo —les recuerdo abriendo de nuevo el libro de geografía.

—Si solo fuera aprobar... —protesta Álex arrugando la nariz, y entiendo a qué se refiere, porque a mí me pasa lo mismo que a ella.

La condición que le ha puesto la malvada directora Carlota a Álex para poder continuar el año que viene es sacar notas altas. Lo de columpiarse con los estudios estaba bien mientras sus padres soltaban cada año un buen puñado de billetes que mejoraban su expediente, pero ahora... Ahora que su familia no tiene ni un euro, literalmente, Carlota ha llegado al siguiente acuerdo con Amanda, la madre de Álex: gracias a las buenas donaciones pasadas, Álex podrá permanecer en el colegio siempre y cuando su media sea de las más altas. El resultado es que Álex se está esforzando como nunca para ganarse su plaza en Vistalegre; de hecho, se está esforzando tanto como yo.

—Lo vamos a lograr. Sacar buenas notas no es tan complicado si estudiamos juntos, como un equipo. Ya lo verás —le digo cogiéndole la mano para que sepa que estoy con ella, ahora y siempre.

Pasamos el resto de la tarde tomando apuntes, haciendo esquemas y compartiendo dudas sobre los próximos exámenes, y cuando vemos a través de los grandes ventanales que el sol empieza a caer y se acerca la hora de la cena, recogemos nuestros bártulos, dispuestos a relajar un poco el cerebro. Todos los demás alumnos parecen mimetizarse con nosotros, porque dejan lo que están haciendo para salir a los pasillos y dirigirse a la cafetería, por lo que la fila que se crea en cuestión de minutos es larguísima.

Álex enseguida empieza a resoplar, impaciente; no le gusta perder el tiempo y cuando tiene hambre me recuerda a mi hermano Nico, se pone un poco insoportable.

—Haz como los niños pequeños, ponte a contar cosas, a ver si así se te olvida el hambre que tienes.

—A mí me funciona más irme a caminar —suelta Matías.

Álex lo mira con cara de horror y luego le pregunta:

—¿En qué se parece un plato de lentejas a una caminata de dos kilómetros?

Matías enseguida se justifica:

—¿Qué pasa? No me lo he inventado. Se ve que, como se generan endorfinas cuando haces ejercicio, ya no te hace tanta falta la comida...

Álex empieza a reírse, descontrolada, y yo no puedo evitar imitarla, porque la risa de mi amiga es así, contagiosa, y entonces a Adrián y a Sergio se les escapan las primeras carcajadas, que hacen que se le descoloquen las gafas al segundo, lo que acaba provocando que el mismo Matías se tronche de risa también, y que al final acabemos los cinco con dolor de tripa.

La risa se me queda congelada en la cara cuando distingo a Irene y sus fieles Leyre y Norah charlando divertidas delante del tablón de anuncios de la entrada al comedor, señalando algo tras ellas. Desde que Álex dio por zanjada su amistad con ese grupo no han vuelto a molestarnos, pero siempre que las percibo cerca y con esa sonrisa de malas intenciones, me pasa como cuando te dan un susto y se te eriza el vello, me pongo en alerta y hasta que no desaparecen de mi vista no me relajo. Y eso sucede exactamente en este momento... Cuando el grupito de las malvadas se mete al fin en el comedor y las pierdo de vista, m

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos