«Esta tía vale de verdad»: Paloma del Río, la voz de los Juegos Olímpicos
Paloma del Río ha cubierto para Radiotelevisión Española campeonatos de Europa y del Mundo, nueve Juegos Olímpicos de Verano y siete de Invierno. En 2015 recibió la Medalla de Oro de la Real Orden del Mérito Deportivo; en 2024, el Premio Nacional de Televisión, apenas unos meses después de anunciar su jubilación. Los Juegos de París 2024 los vivirá de manera diferente. Ella y todos los que estaremos al otro lado de la pantalla. Serán los primeros en 37 años sin su voz para los demás. Volverá a verlos por la tele... y nosotros echaremos en falta la pasión y la chispa con la que narraba los eventos deportivos, especialmente los minoritarios. Con la antorcha a punto de encender el pebetero del Jardín de las Tullerías, publicamos a continuación un extracto del libro «Las mujeres salmón. Las deportistas que, a contracorriente, cambiaron la historia de España» (Debate, 2024), un texto en el que la periodista Patricia Cazón relata con detalle cómo Paloma del Río se convirtió en una de las voces más respetadas en el periodismo deportivo en España.
Por Patricia Cazón
Paloma del Río. Crédito: cortesía de RTVE. De fondo, carteles de algunas de las Olimpiadas de verano cubiertas por la periodista española. Crédito: Getty Images.
«Lo que Olga Viza dejaba en la televisión lo iba heredando yo», describe Paloma del Río con una sonrisa porque, al decirlo, se da cuenta de que no hay foto mejor para resumir esa frase que a continuación llena su boca y que siempre está en su cabeza: «Porque fueron, somos. Porque somos, serán». La leyó por primera vez un 8 de marzo y desde entonces se forró los zapatos con ella, para guiar sus pies y sus cuerdas vocales. «No sé a quién pertenece, pero creo que lo resume todo. Porque fueron, somos. Porque somos, serán. Habla de nosotras, de las mujeres, de que todo es como una cadena histórica: recoger lo que otras han hecho antes e ir dejando legado para las que vienen después», valora, en una mañana clara de febrero de 2023 que será el último que trabaje en RTVE. La palabra «jubilación» se atisba, aunque ella sea una de esas personas a las que el tiempo nunca podrá alcanzar de verdad. Porque en el deporte español hay muchos momentos que son y estarán para siempre cosidos a su voz. Y la voz nunca envejece. Cuando el futuro busque en YouTube o la red que venga las medallas de Gervasio Deferr en gimnasia artística (Juegos de Atenas 2004 y Pekín 2008), el oro de las niñas de rítmica en Atlanta 1996 o los mundiales de patinaje de Javier Fernández en Canadá (2014-2015) y Boston (2015-2016), Paloma del Río volverá a hacerse presente con su calidez de madre, enseñanza pedagoga y ejemplo de hermana mayor, siempre con la palabra justa, adecuada, en un tono agudo, monocorde, sin picos, y un ligero aire nasal. Esa voz de tantas y tantas cosas, luminosa como un foco. De los saltos de trampolín a la hípica. Paloma del Río siempre estuvo dispuesta a mirar y defender los deportes que a menudo pasan desapercibidos para contarlos bien alto con esa voz que en treinta y siete años no ha dejado de sembrar somos para el serán.
Una pausa. Un suspiro. Su mirada se dirige arriba a la izquierda, buscando un recuerdo, o muchos. Y su lengua se va al fueron antes de dirigirse a su propia vida, a esas noches en la UVI antes y durante la universidad que le enseñaron de la manera más cruda a distinguir esos momentos que separan el todo de la nada, como la última pelota de un partido de tenis a un lado u otro de la red, o el recuerdo del triste peaje al que tuvo que enfrentarse, «como si hubiera algo que pagar», cuando era una becaria recién aterrizada en una redacción televisiva de deportes en la que ya había mujeres pero dominaban los popes, los viejos veteranos que, en su mayoría, seguían viéndolas a ellas con la mirada del pasado, encerradas en casa, entre los muros de una cárcel levantados alrededor de su género. Otro suspiro. Largo. Toda la luz de su voz se posa sobre las que abrieron las primeras rendijas. «Subidas a una bicicleta», apunta, y su relato vuela al pasado lejano.
«La bici ha hecho más por el feminismo que muchas personas». De sus cuerdas vocales brota, inconsciente, el timbre de la maestra y la pedagoga. «La historia de cómo comienzan las mujeres se remonta al siglo XIX, cuando el uso de la bicicleta les "regala" cierta libertad de movimiento e independencia. ¿Cómo? Liberándolas de los trajes victorianos aquellos con los que era imposible pedalear». Cien años más tarde llegan los nombres propios. «A principios del siglo XX comenzaron una revolución para reivindicar su derecho a practicar deporte, como los hombres, hartas de ser las comparsas de sus maridos. Apareció Alice Milliat, nacida en Nantes en 1884, que le plantó cara al Comité Olímpico Internacional después de que en los Juegos de Amberes 1920 prohibieran la participación femenina (había habido mujeres antes, en especialidades como el golf y como el tenis en París 1900, pero esos eran deportes que no formaban parte del programa oficial, tan sólo de exhibición, como lo serían el patinaje artístico, la vela y el tiro con arco después). En 1919 Milliat había pedido de manera formal a la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo que permitieran en sus pruebas la presencia de mujeres. El primer "no" sería del propio creador del movimiento olímpico, el marqués Pierre de Coubertin, negacionista acérrimo de la mujer en el deporte, y, ante ello, Milliat creó unos Juegos paralelos y alternativos, sólo para ellas». Se disputaron por primera vez en 1921 en Montecarlo (Mónaco) y participaron cinco países: Francia, Italia, Suiza, Noruega y Gran Bretaña.
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«Al principio Milliat era el hazmerreír, hasta que vieron que cada edición sumaba cada vez más éxito, gente, participación y países. Cuando ya llevaba cuatro, en los Juegos de Ámsterdam 1928, el COI y el presidente de la IAAF tuvieron que admitir a las mujeres en el programa oficial de atletismo porque, si no, se les iba a caer el negocio de los Juegos Olímpicos». Alice Milliat fue la primera de las que fueron. En España ese lugar lo ocupaba Lilí Álvarez. «Era de la alta sociedad y lo que en su momento consiguió ella (y las que la siguieron) se vino abajo con la Guerra Civil: los hombres se fueron al frente y las mujeres se tuvieron que ocupar de las casas, de las familias. Cuando la contienda terminó, los roles se mantuvieron y todo lo que era el deporte femenino se desmanteló. La Sección Femenina, organizada por Pilar Primo de Rivera, tomó el mando y se distribuyó a lo largo de la geografía española. Más que deporte en sí, a lo que se obligaba a las mujeres era a hacer tablas de gimnasia y adquirir hábitos higiénicos: cómo lavarse, cómo ducharse…», explica Paloma del Río, con los ojos de nuevo mirando de frente. Su relato se funde con el yo.
«A mí me tocó en 1978, en su último año vigente. Se llamaba el Servicio Social y era como la mili: si no lo hacías, no podías acceder a un trabajo o sacarte el carnet de conducir». El suyo duró tres meses, en el número 36 de la madrileña calle de Almagro, donde estaba su sede central. «Te enseñaban a hacer canastillas, a coser una mantelería y cosas así. Afortunadamente, desapareció con el fin del régimen, porque eran tres meses perdidos. Me obligaban ir allí a hacer el gilipollas». Ella acababa de cumplir los dieciocho y «no sabía» a qué dedicar el resto de su vida. A pesar de que en sus recuerdos de infancia se colaba ya una televisión en blanco y negro en su casa de la calle Jorge Juan (Madrid) en la que siempre había deportes. «A mis padres ya les gustaba mucho». En ella vio, con ocho años, ese vuelo de Bob Beamon en longitud en México 1968 que llamarían el salto del siglo y el atentado de Múnich 1972, con la muerte de once deportistas israelíes.
«Cuando terminé el BUP no me veía con fuerzas para meterme en la facultad. Hacer COU y luego la universidad», revela. El desvío que cogió antes de llegar al periodismo marcaría su vida para siempre. Y su mirada. Le enseñaría de la manera más gráfica y cruda que hay instantes definitivos capaces de cambiarlo todo. Que en un momento algo existe, aún es posible, y en un chasquido se esfuma, en media respiración se va, desaparece sin vuelta, irreversible. Y de ésos la historia del deporte está llena.
La palabra «jubilación» se atisba, aunque ella sea una de esas personas a las que el tiempo nunca podrá alcanzar de verdad. Porque en el deporte español hay muchos momentos que son y estarán para siempre cosidos a su voz. Y la voz nunca envejece.
«Al acabar BUP, en 1979, me tomé, digamos, un año sabático», en el que hizo un curso de auxiliar de clínica y empezó a estudiar inglés. «Mi padre tenía un amigo que conocía al dueño de la Clínica Ruber de Madrid, la de Juan Bravo, y acabé allí haciendo las prácticas». Llegó para dos meses, se quedaría siete años. «Primero porque una de las enfermeras de la UVI se marchó y necesitaban un refuerzo. Pero después una de las de la noche se casó y me preguntaron si quería ocupar su puesto». «Por supuesto», dijo, y comenzó esa extraña rutina de estar de guardia durante veinticuatro horas y descansar dos veces en las siguientes veinticuatro. Empezó a tener mucho tiempo libre, escribió una novela, Nunca tendrás los ojos de la serpiente, estudió COU y aprobó la selectividad a la primera. Una mañana se vio caminando hacia el rectorado para elegir plaza en una carrera, aún sin saber qué camino tomar.
«No sabía si hacer Psicología, Periodismo o Políticas», enumera, como si la duda hubiera sido una travesura. Porque además de esa tele en casa estaban los veranos con la pandilla siguiendo los mundiales y europeos de natación, «viendo a todas las de la República Democrática Alemana nadando como locas ante las estadounidenses», esa desviación en la columna que a ella ya la había empujado a la piscina de manera amateur y la radio que dormía cada noche bajo su almohada, colmando su oído ya curioso por la noticia, por las cosas y acontecimientos que iban transformando el mundo como lo habían hecho Alice y Lilí, aunque a ella sus nombres aún no le sonaran de nada. «Escribí Periodismo en primer lugar». Treinta y siete años después aún no sabe por qué lo hizo. Quizá eran sus pies, que ya caminaban por ella. «Empecé la carrera en la Universidad Complutense en 1981, en una promoción en la que estaban Vicente Vallés, Teresa Viejo, Fran Sevilla…». No abandonó la clínica. Dormía por las mañanas, estudiaba por las tardes, se curtía por las noches, como ejecutando un Triple Axel, mucho antes de saber lo que ese término significaba. Triple Axel, el ochomil del patinaje. Y la vida a secas.
«Trabajar tan joven en una UVI te pone los pies en la tierra y traza una línea muy importante entre lo superficial y lo importante. Normalmente nuestro cerebro no está preparado para tanta desgracia, para tanto dolor», confiesa, con una sinceridad que aglutina todos los timbres en sus cuerdas vocales. Esa Paloma que habla como una madre, una hermana mayor, una maestra y pedagoga, y también una enfermera o médica. «De repente veías cómo una persona con la que acababas de hablar tenía una parada cardiorrespiratoria y no volvía. Decías: "¿Cuándo ha sido?, ¿cuál ha sido el momento en que este hombre ha muerto?"», se sigue preguntando en voz alta. ¿Cuál? Ese momento que separa el todo de la nada, lo que se puede arreglar de lo que ya no.
Paloma del Río, la voz del deporte en femenino. Crédito: RTVE.
Mientras sus compañeros aprovechaban los veranos para hacer prácticas en los medios, Paloma seguía en la UVI. «Veía que los contrataban, pero yo no podía hacer dos cosas a la vez. Y el de la clínica era un trabajo fijo que me servía para pagar la carrera y comer». Al llegar a quinto, con el título de Periodismo ya casi en el bolsillo, vio un aviso en una de las paredes de la facultad: RTVE abría el plazo para la petición de becas en verano. Diez eran para tele, treinta para radio. «Aquí sí que me tiro al río», recuerda que pensó. Las corresponsales Ana Cristina Navarro y Rosa María Calaf eran sus referentes. Tras ir al decanato de la universidad y pedir su expediente, que era el segundo mejor de aquella promoción, para presentarlo, Paloma del Río cruzó la puerta de Torrespaña como becaria. Era 1 de julio de 1986.
«No fui la primera mujer que llegó a la redacción de deportes. Cuando lo hice, ya estaba un pequeño grupo: Mercedes Milá, Olga Viza en Barcelona, Elena Sánchez, María Escario y María Antonia Martínez. Y Mari Carmen Izquierdo, la primera de todas, a quien nadie se atrevía a toser: no se arrugaba ni con Santiago Bernabéu». El aire alrededor, sin embargo, corría en dos direcciones. Por un lado, estaba el que exhalaban los de su quinta, «que nos aceptaban bien», que lo hacían diáfano, a favor. Por otro, el que masticaban los popes, tan espeso como el plomo, como obligándolas a bracear en chicle. «Nos miraban como preguntándose qué hacíamos allí si eso era territorio suyo». Suyo, el deporte. Suyo, el contarlo. «No sé las demás qué sensaciones tuvieron. Para mí fue así en mi etapa como becaria, que es la más vulnerable». Una becaria de deportes en el Telediario en la España de las dos cadenas, La 1 y La 2 (Antena 3 y Telecinco no llegarían hasta 1990). Uno de esos popes, «ya fallecido», además, siempre estaba encima de ella. Siempre demasiado pegado, siempre demasiado cerca. «Me pegaba tiritos todo el rato e intentaba quedarse a solas conmigo», rememora Paloma, como si aún no se creyera la protagonista de esa historia que le ocurrió a ella misma. Porque una de las veces aquel veterano lo consiguió. «Pasó por detrás de mí en la redacción y me puso una mano en la teta». «¿Qué tienes aquí? Qué gracioso», escuchó aquella becaria del verano de 1986. Una becaria curtida en la vida, que tenía muy clara la línea que separaba lo que sí de lo que no, aunque la sociedad que la rodeara aún estuviera lejos de trazarla. Silencio. Suspiro. Una frase viene de entonces enunciada igual: «¿Te gustaría que esto se lo hicieran a tu hija?». Él no se volvió a acercar. Ella no dejó de crecer por sí misma y, aunque aún no lo supiera, por todas las demás. Tras abandonar la Ruber, en noviembre de 1986 firmaría su primer contrato con RTVE.
«Terminaba mi carrera como auxiliar de clínica, comenzaba la de la periodista deportiva». A ningún hombre se le ocurrió volver a tocarle los pechos. «Porque estás en una televisión, en una televisión de la envergadura de RTVE y se acaban los peajes. Porque te dicen cinco cosas y las cinco las haces bien, y te proponen otras y también. Y se acaba el verte como una becaria a la que poder meter mano. Eres una profesional a la que pueden encargarle lo que sea, que luego tendrá sus relaciones personales con quien le parezca, no con quien te veas obligada», dice. Aunque a su alrededor siguiese el runrún, con el aire lleno de preguntas retóricas («¿a quién se la estará chupando?») sólo por ser mujer. Una mujer, además, que nunca escondió que no amaba a los hombres sino a otras mujeres.
«El tecnicismo vale para el técnico (...) no hay tantas personas en España practicando gimnasia o patinaje. Decidí bajar al terreno del lenguaje coloquial, y creo que ésa ha sido la clave en mi historia: ayudarle a la gente a comprender los pequeños detalles».
«Dos años más tarde, Julio Bernárdez, director de la sección de Deportes, me obligó a dirigir un programa en la segunda cadena. Ramón Trecet se había inventado uno semanal titulado Cerca de las estrellas para hablar de la NBA. Julio, en vista de su éxito, decidió hacerlo diario, de siete y media de la tarde a diez de la noche, con el mismo nombre y conmigo como directora. Estuvo dos años en antena y fue mi consagración». El esta tía vale de verdad. Un partido de tenis de mesa en Sevilla sería su primera vez como narradora, el deporte minoritario en su misma raíz. Sus primeros Juegos fueron los Mediterráneos de 1987, en Latakia, Siria, y de ahí ya se alzó en voz omnipresente de los Olímpicos de verano. Tiene nueve en sus cuerdas vocales (Seúl 1988, Barcelona 1992, Atlanta 1996, Sídney 2000, Atenas 2004, Pekín 2008, Londres 2012, Río 2016 y Tokio 2020), así como siete de invierno (Lillehammer 1994, Nagano 1998, Salt Lake City 2002, Turín 2006, Vancouver 2010, Sochi 2014, Beijing 2022); «empecé en los siguientes a Albertville en los que Blanca Fernández Ochoa se convertía en la primera mujer española en ganar una medalla olímpica, el bronce en el slalom», reseña, con la voz aún contraída por su pérdida y el sainete escabroso en el que muchos medios de comunicación la convirtieron, para tender bien alto ese metafórico hilo que le cedió Olga Viza como símbolo de la particular cadena histórica para mujeres que la hacen más grande, más ancha, para más. «Ella hacía la gimnasia artística y presentaba un programa que se llamaba Estadio 2, desde Barcelona, que continuaba en Madrid con María Escario bajo el nombre de Domingo Deporte, encargada a su vez de la rítmica. Julián García Candau, director de Deportes en RTVE entonces, decidió que no podía ser que cada vez que hubiera un torneo las dos presentadoras se tuvieran que marchar. Así que a ellas las dejó en el plató y a mí me encargó las gimnasias». La primera que cubrió fue la artística, pero sólo de oyente, en 1987. «Me fui a un torneo de la Blume, en Barcelona, para ver cómo lo hacían Olga y Pepe Novillo. Me interesaba conocer su vocabulario técnico. Tengo grabado que mientras ellos hablaban de kaskut, yo sólo veía a un chico dando vueltas como un molinillo. Pensé: "Anda que no me queda"». Regresó a Madrid con un cerro de apuntes que Olga sacó de un armario y una certeza: «Para poder contarla de verdad, pedí ayuda a la Real Federación Española de Gimnasia y me apunté a los cursos de jueces. No me examinaba, pero las clases me permitían entender mucho mejor sus veredictos, aprender a ver como ellos». Meterse en su cabeza para contárselo, de la manera más sencilla posible, durante años al espectador. Algo en lo que su madre, por cierto, resultó fundamental.
Almudena Cid a Paloma del Río en sus últimos Juegos: «Eres banda sonora de nuestras vidas». Crédito: RTVE.
«En una de las primeras retransmisiones, al terminar, la llamé y la pregunté: "¿Qué tal?". "Bien, pero no me he enterado de nada", me dijo. Y ahí me di cuenta de que el tecnicismo vale para el técnico, pero que no hay tantas personas en España practicando gimnasia o patinaje. Decidí bajar al terreno del lenguaje coloquial, y creo que ésa ha sido la clave en mi historia: ayudarle a la gente a comprender los pequeños detalles». Sus «fíjate en la axila». Sus «mira la mano». Sus «¡aivááá!». Tan espontáneos, tan de dentro, a veces mezclando ambos lenguajes, el coloquial y el técnico: escuchar de su boca «el kaskut» y a continuación «el mortal encima de la barra». «Porque los que no conocen qué es pueden pensar que se trata de un postre tradicional de La Rioja». Porque con el lenguaje técnico no se llega a nadie. Y el oficio del periodista siempre ha sido hacer la información accesible al gran público, a todo aquel que encienda la tele, aunque no sepa. Que vea, escuche, que se quede. Aunque al principio no entienda. Paloma lo cambia. Paloma enseña. Paloma cuenta.
De todos los para siempre, si tuviera que elegir, ella se quedaría con cuatro. Esos oros del gimnasta Gervasio Deferr en los Juegos. El último momento olímpico de la gimnasta Almudena Cid, «cuando ella se retira, besa el tapiz y yo le digo: "Ya te puedes poner tacones"», con las cuerdas vocales empapadas de lágrimas. El séptimo oro en Europa del patinador Javier Fernández, en Minsk 2019, que también fue el último y ella contó con una emoción que se palpaba en su voz desde la cabina de retransmisión. Y los Juegos Olímpicos de Invierno de Vancouver 2010, en los que no olvidará a la patinadora Joannie Rochette depositando su medalla de bronce sobre el féretro de su madre. «La competición comenzaba un martes y sus padres volaban el fin de semana para verla, pero su madre murió la noche antes de viajar. Aun así, decidió competir. No sabes lo que era aquel pabellón en cuanto puso un pie en él, cómo estábamos todos: su madre en un depósito y ella ahí. Sólo cuando tuvo el bronce en su cuello, rompió a llorar».
El oficio del periodista siempre ha sido hacer la información accesible al gran público, a todo aquel que encienda la tele, aunque no sepa. Que vea, escuche, que se quede. Aunque al principio no entienda. Paloma lo cambia. Paloma enseña. Paloma cuenta.
En el de Paloma cuelga un collar con aros olímpicos que le regaló su mujer, esas dos palabras que siempre salen de su boca clamadas como en mayúsculas: «MI MUJER», dice orgullosa, sin eufemismos que escondan. «¿Por qué? ¿Decir mi pareja? Yo nunca lo he ocultado dentro de mi familia y de mi ámbito laboral». El aire aún con matices de plomo que ya no la juzgan por ser mujer sino por a quién ama. «Me importa muy poco lo que digan de mí, siempre he vivido con naturalidad, sin ningún tipo de pudor». Como cuando en pantalla decía el «¡aivááá!» ante un fallo del gimnasta, del saltador, pues lo mismo. Por eso entre sus múltiples premios, más de cuarenta, entre ellos la Medalla de Oro de la Real Orden del Mérito Deportivo concedida por el Consejo Superior de Deportes en 2015 o el Premio Ondas en 2019 y 2022, está el reconocimiento de compañeros y deportistas y también el de ser un icono LGTBI. «Mi teléfono arde en la Semana del Orgullo en Madrid». Con peticiones de entrevistas, de palabras, de apariciones como en los 8 de marzo que siempre amanecen bajo esa frase que lee recordando a Olga Viza y sus apuntes.
«Porque fueron, somos. Porque somos, serán». «Y a mí ya no me queda nada por hacer», esgrime Paloma del Río con nostalgia, mirando las hojas de los calendarios que han caído a sus pies mientras sigue rebanándose los dedos (porque no lo puede evitar, siempre luchando por los derechos de las mujeres) golpeando puertas, pidiendo dinero para traer a España, junto al periodista de guerra Antonio Pampliega, a la selección de baloncesto femenino paralímpico de Afganistán, atrapada en el país tras la retirada de las tropas estadounidenses y la llegada al poder de los talibanes en 2020. Los Juegos de París 2024 se atisban, como la palabra «jubilación», en el horizonte, a sabiendas de que los vivirá de manera diferente. Serán los primeros en treinta y siete años sin su voz para los demás. Volverá a verlos por la tele, aunque ya sea en grande, a todo color y alta definición. En la tele. Como el salto del siglo, como el atentado de Múnich. Con su somos ya por completo de las que serán y ya son enredado en su cuello, en esos aros olímpicos que abrazan sus cuerdas vocales: el corazón de esa voz que es suya pero también es un poco de todos. O de todas. Sobre todo de todas.