Vengo de urgencias

Laura Santolaya
Fernando Fabiani

Fragmento

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PRÓLOGO


YO TE DIGO MI VERDAD

 

 

Mira, niño, yo te escribo el prólogo, pero no me vayas a tocar ni una coma, que seguro que a Manu Sánchez no le retocaste nada. Ya lo sé, él tiene mucha gracia, pero yo soy tu madre y madre no hay más que una.

 

Párate un poco, hijo, que te va a dar algo. Que estás muy canijo y solo se te ve cabeza. No vaya a ser que se te suba la tensión. Que los infartos dan más de estrés que de comer. Entre la consulta, el teatro, que no paras, las charlas esas que das (que a ver si me invitas a alguna, que yo te vea allí desde el fondo, que yo no digo a nadie que soy tu madre), las entrevistas, los vídeos y ahora los libros, es que no descansas nada. Duerme, que vas a acabar arrugado como tu madre. Hablando de vídeos, en esos vídeos que grabas parece que se te van a salir las bolas de los ojos. ¡Lo que te pareces a tu madre, joío por culo! Eso me dicen. «Es clavaíto a ti». Yo no nos veo tan parecidos. Pero eso me dicen. ¡Para un poco! De verdad, que tienes que tener el cuello como una piedra. ¿Te doy unos pellizcos en el cuello para relajarlo? Como cuando estabas todo el día estudiando en el cuarto. A todas horas que pasaba por la puerta estabas ahí con el cuello para abajo. ¡Qué angustia! Todo el día estudiando. ¿Te acuerdas, que iban tus hermanos chicos para ver si jugabas con ellos? Bueno, eso era antes, cuando estabas en el colegio, que ellos eran chicos. Todo el día estudiando con esa cabeza para abajo. «No me lo sé bien». Y yo sufriendo y poniendo velas. «¿Cómo te ha salido el examen, hijo?». «No lo sé» y yo «¡Cago’n la leche!», y al final ¡una pedazo de nota!

 

Oye, que a ver qué cuentas de mí en el libro. Porque tú cuentas las cosas como tú crees que fueron, pero yo te digo mi verdad... Tan feo no eras de chico. No vayas a poner eso. Era solo que la gente tenía muy mala idea y para cotillear y verte no iban a venir. ¡Qué gordo eras! Se te salía la lengua de la boca y yo te la metía para dentro con el dedo. Te puse a plan con meses. Qué tragón. Qué grande. Me decían: «Pero eso ¿cómo ha podido nacer de ti?». Y yo tan canija, que me veía tu abuelo y me decía: «Hija, que se te va a caer el brazo con esa cabeza». ¡Qué cabezón tenías! Bueno, y tienes, tienes un buen melón. Y tu hermana. Y yo también tengo un buen melón. Lo que pasa es que a las mujeres se nos disimula más. Pero tú tranquilo, que eso adorna. Que una cabeza chica en un hombre queda fatal.

 

Y con esa cabeza que tienes, tú tienes que estudiar lo mío. Porque romperse una vértebra riéndose, eso solo le pasa a tu madre. Porque la otra vez que me caí en mitad de la cocina pisando el meado del King —vaya el perro ese, si no era malo, que se iba de casa y aparecía a los tres días después de haberse cogido a todas las perras de la urbanización—, esa vez sí que pegué un buen jardazo que no podía ni respirar. Qué dolor más malo. No podía ni llamar a tu hermano, que estaba acostado, que tú estabas de guardia ¿te acuerdas? Pues esa vez vale, pero ¿la de la risa? ¿Ya no me puedo ni reír? No vayas a poner eso en el libro. Yo tengo que tener los huesos hechos una mierda. Claro, que es que he sido siempre tan canija... Cuando yo vivía en la plaza de Pilatos, ¡no lloraba yo na! Tan canija. Sentada en el balcón: «Yo quiero un napolitaaaaaano». Esos eran los helados de crema, los otros, los de hielo eran los Pochicle. «Yo quiero un napolitaaaaaano» y no me lo compraban. Vamos, que era muy canija, pero yo he sido muy mona. ¿Te acuerdas de la foto esa que tengo encima de la cómoda? Con esa carita... Y no ahora, que estoy más arrugá... Pues eso, que a ver si me estudias. Y no me vengas con la tontería esa de que no puedes ser mi médico porque soy tu madre. Que siempre estás con lo mismo. Aunque luego, la verdad es que cuando me pongo mala ahí estás. Como la vez aquella que me revoleó uno cuando me quiso robar el bolso. ¿Te acuerdas? ¡Qué chichón! ¡Cómo se me puso la cara, por Dios! Yo es que me tiraron del bolso y salí volando detrás. Que al final ni se lo llevaron ni na. Pero es que entonces estaba yo más canija que ahora.

 

Claro que en mi casa gordo no ha habido nadie. ¡Qué buen tipo tenía tu abuelo! ¡Y qué te pareces tú al abuelo! ¿No viste la foto que te mandé por WhatsApp que me mandó tu primo? Eres clavaíto a tu abuelo de joven. ¡Y lo listo que era tu abuelo! ¡Don Julián! Todos lo querían. El pobre, que estuvieron a punto de matarlo en la guerra y luego lo metieron en la cárcel los alemanes creyendo que era judío. Pues a tu abuelo, en las huelgas de alumnos que hacían en la universidad, que tiraban piedras y todo, era al único que los estudiantes lo dejaban pasar... Es que era muy bueno. Muy humano. Qué importante es la humanidad. Te lo vengo diciendo de toda la vida de Dios. Si eres médico pero no eres humano, no eres buen médico. Por eso me gusta cuando la gente habla bien de ti y dice que eres muy humano. Ahora a ver si yo encuentro un médico como tú para mí. Como tú no quieres serlo...

 

¿Cómo? ¿Que tengo que escribirte el prólogo sin leer el libro? ¡Muérete, que vienen los vikingos! Pero eso ¿cómo va a ser? Pues entonces no sé de qué hablar. Yo no te lo escribo y punto pelota.

 

SU MADRE

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VINE DE URGENCIAS

 

 

Me llamo Teodoro Jarcia, Teo para los amigos, Teodoro para mi madre, doctor Jarcia para algunos pacientes, don Teo para la mayoría de ellos y Chiqui para mi mujer, aunque acabo de cumplir cuarenta y dos años.

 

Soy médico de familia; tras varios años trabajando en urgencias hospitalarias decidí ejercer mi profesión en la atención primaria, con mis pacientes, para los que soy «su médico», el de toda la vida.

 

Y sí, yo también puedo decir que vine de urgencias. Y cuando digo vine, me refiero a que vine a este mundo. Porque sí, nací de urgencias, sin avisar, como la mayoría de nosotros. Quizá eso explique la afición de muchos ciudadanos de acudir a los servicios de Urgencias a las primeras de cambio, que lo hemos aprendido desde chiquetitos. Lo que no es tan habitual es venir disfrazado d

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