Queen (Band Records 4)

Soledad Romero Mariño

Fragmento

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El pequeño Farrokh Bulsara desembarcó en Bombay, India, cargado con una gran maleta. Con 8 años empezaba sus estudios en el prestigioso St. Peter’s School, un internado inglés sólo para chicos de cierto nivel social.Farrokh era un niño tímido. No hablaba demasiado, pero tenía una mirada despierta, ya desde pequeño sus ojos chisporroteaban estrellas blancas. Cuando se reía —cosa que hacía a menudo—, sus enormes y desordenados dientes parecían que iban a salir disparados como una bandada de gaviotas asustadas.En la escuela, a Farrokh empezaron a llamarle Freddie, una versión inglesa de su nombre. Pero al bueno de Farrokh no pareció importarle y se adaptó a las mil maravillas a su nueva vida, lejos de las playas de arena blanca y de los campos perfumados de Zanzíbar, la isla donde nació y creció junto a su familia.
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Freddie era un estudiante aplicado y buen deportista. Jugaba a hockey, tenis de mesa y también boxeaba, pero su talento artístico destacó por encima de todo durante una clase de música: todos los niños cantaban bajo la dirección del profesor, pero la voz de Freddie destacó entre las de sus compañeros.—¡Es un niño con una voz extraordinaria! —Murmuraba el profesor gordinflón, mientras con sus rechonchos dedos se rizaba el bigote.—Sería maravilloso que tomase clases de piano...—. Seguía murmurando mientras Freddie dejaba a todos boquiabiertos con su interpretación.Ante tal espectáculo, el refinado profesor no pudo esperar a acabar la clase y salió como un rayo del aula, haciendo aspavientos por los pasillos de la escuela hasta llegar al despacho del director de la escuela. —¡Freddie es un prodigio!—. Repetía como un loco mientras caminaba sofocado hacia el despacho.No le costó demasiado convencer al director para que escribiera a la familia Bulsara y empezar con las clases de piano. Freddie también cantó en el coro, actuó en las obras teatrales y montó una banda de rock con otros cinco amigos de la escuela. Su pasión por la interpretación sería ya algo imparable. Era fácil imaginar que nunca más bajaría de los escenarios.
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