El desarrollo político

Mariano Grondona

Fragmento

Índice

Índice

Cubierta

Prólogo

Capítulo I. Puntos de partida

Capítulo II. Desarrollo económico y equidad social

Capítulo III. Breve historia de la democracia

Capítulo IV. Historia de la idea democrática

Capítulo V. Los grados de la democracia

Capítulo VI. La democracia como fin

Capítulo VII. La cultura como medio

Capítulo VIII. ¿Qué son los valores?

Capítulo IX. La función de los valores

Capítulo X. Tipología cultural de la democracia

Capítulo XI. La tolerancia, hija de la intolerancia

Capítulo XII. La madre republicana de la democracia

Capítulo XIII. El Poder y el Derecho

Capítulo XIV. Estado y Gobierno

Capítulo XV. La restricción cultural

Capítulo XVI. La cultura vespertina y la cultura matinal

Capítulo XVII. La cuenta de la justicia

Capítulo XVIII. Legitimidad y eficacia

Capítulo XIX. El concepto del Derecho

Capítulo XX. ¿Contra la pobreza o contra la desigualdad?

Capítulo XXI. El papel de la tradición

Capítulo XXI.I Religión y democracia

Capítulo XXIII. Frente al desafío de la corrupción

Capítulo XXIV. La democracia constitucional

Capítulo XXV. Intransigencia y flexibilidad

Capítulo XXVI. Excusa y responsabilidad

Capítulo XXVII. Democracia y representación

Capítulo XXVIII. El consenso y la coacción

Capítulo XXIX. El lugar del carisma

Capítulo XXX. El derecho a la felicidad

Capítulo XXXI. La acción directa

Capítulo XXXII. Veinte contrastes

Capítulo XXXIII. Jano en Latinoamérica

Epílogo. La Argentina adolescente

Bibliografía

Créditos

Acerca de Random House Mondadori ARGENTINA

Notas

Portadilla
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Prologo

PRÓLOGO

El mundo se divide en dos grandes categorías de naciones. Llamamos desarrolladas a aquellas naciones que ofrecen un alto nivel de vida a sus habitantes desde el punto de vista económico y que les aseguran estabilidad institucional, participación ciudadana y libertad de expresión desde el punto de vista político. Llamamos subdesarrolladas a aquellas naciones que aún no han alcanzado estas metas.

Entre las naciones desarrolladas se encuentran el Reino Unido, Alemania, Francia, los países nórdicos y casi todas las naciones de Europa Occidental, los Estados Unidos y Canadá en América del Norte, Japón, Corea del Sur y Taiwán en Asia y tanto Australia como Nueva Zelanda en Oceanía. Las naciones subdesarrolladas cubren a su vez gran parte de Asia, incluidas China y la India, toda África y toda América Latina.

¿Por qué algunas naciones se han desarrollado y otras no? Esta pregunta es obsesiva en las naciones subdesarrolladas, pero ya no les quita el sueño a las naciones desarrolladas.

El desarrollo se dice de dos maneras. Es desarrollo económico en el caso de aquellas naciones que ofrecen a la mayoría de sus habitantes un alto nivel de vida. Es desarrollo político, o “democracia”, en el caso de naciones que aseguran a sus habitantes altos índices de estabilidad institucional, participación ciudadana y libertad de expresión. La forma concreta que adoptan las naciones políticamente desarrolladas es un régimen de partidos en el que dos o más fuerzas políticas se alternan en el poder, bloquean el reeleccionismo ilimitado y, si bien compiten entre ellas por el favor del electorado, también han logrado diseñar políticas de Estado de largo plazo cuya continuidad está asegurada sea cual fuere el partido en el poder.

Por largo tiempo se pensó que el desarrollo económico de las naciones todavía subdesarrolladas debería preceder a su desarrollo político, que la prosperidad económica tendría que anticiparse a la democracia. Esta presunción provenía del ejemplo de algunas naciones subdesarrolladas que, desde los años sesenta, impusieron la disciplina que requiere el desarrollo económico inicial, sin requerir el consenso de sus ciudadanos hasta que el mejoramiento decisivo de las condiciones económicas y sociales permitió sin riesgos la apertura política de la democracia. Tal fue el caso de las naciones crucero, que “cruzaron” de la orilla del subdesarrollo a la orilla del desarrollo, como Corea del Sur y Taiwán.

A la doctrina que anteponía el lanzamiento del desarrollo económico a la adquisición de la democracia se la llamó desarrollista. El “desarrollismo” del presidente argentino Arturo Frondizi y del presidente brasileño Juscelino Kubitschek prevaleció en América Latina hacia fines de los años cincuenta. Ni la Argentina ni Brasil consiguieron repetir en aquellos años, sin embargo, los éxitos desarrollistas de Corea del Sur y Taiwán. China es aún desarrollista. La India, por el contrario, fue durante largo tiempo una democracia antes de perseguir, como lo ha venido haciendo en la última década, el desarrollo económico.

Al fracaso latinoamericano del desarrollismo en los años cincuenta y sesenta le sucedió el éxito que está obteniendo en nuestra región, a partir de los años ochenta, una fórmula inversa a los modelos coreano y taiwanés. Según esta nueva fórmula, primero no viene el desarrollo económico sino el desarrollo político. Ésta es la revolucionaria comprobación que estamos obteniendo hoy mismo en nuestra América en países como Chile, Uruguay, Brasil y Colombia. ¿Es que, entonces, la clave del desarrollo latinoamericano no residía en la prioridad de la prosperidad económica sino en la previa maduración de las instituciones democráticas? Si esto es así, nuestro desarrollismo economicista había puesto el carro delante del caballo.

En 1958, el general De Gaulle fundó las instituciones de la Quinta República que le ha dado a Francia, desde entonces, la estabilidad política que hasta ese momento se le había negado. Cuando anunció las nuevas bases políticas de la democracia francesa, un periodista con reminiscencias “desarrollistas” le preguntó a De Gaulle qué pasaría de ahí en más con la economía, a lo cual el presidente francés contestó “¿L’economie? Ça va…Cuando se ha fundado un sistema político democrático sólido y estable la economía y las inversiones, simplemente, ‘van’…”.

¿No es esto lo que está ocurriendo ahora mismo en países vecinos como Chile, Uruguay y Brasil? ¿No es esto lo que podría ocurrirnos a los argentinos desde el momento en que adquiriéramos el desarrollo político que aún nos falta? El desarrollo político es, en este sentido, la asignatura pendiente de los argentinos. Los elementos decisivos de un régimen político democrático, venimos de decir, son la alternancia en el poder entre dos o más partidos políticos que, sin dejar de competir entre ellos por el favor de la ciudadanía, consiguen trazar políticas de Estado de largo plazo que todos ellos respetarán cuando les toque el turno de gobernar. Éstos son los elementos que ya tienen Chile, Uruguay, Brasil y Colombia. Cuando los argentinos los obtengamos, recién entonces se abrirá ante nosotros la prometedora avenida del desarrollo político y, junto a ella, la avenida “colectora” del desarrollo económico.

América Latina en general y la Argentina en particular han pasado así, a lo largo de las décadas, del desarrollismo economicista que prevaleció durante los años sesenta y setenta al desarrollismo “político” que prevalece hoy. Junto con otros latinoamericanos y argentinos, yo también atravesé las etapas de este aprendizaje. En 1988 y 1989, después de haber sido durante algunos años “investigador asociado” en la Universidad de Harvard, dicté por dos semestres, en el Departamento de Gobierno de esa Universidad, el curso Values and Development (Los valores y el desarrollo) que, si bien reflejaba la influencia original del “desarrollismo” económico, también incorporaba los aportes del llamado culturalismo, según el cual ni el desarrollo económico ni el desarrollo político serían posibles sin el viento de cola de una “cultura” que acogiera en su seno los valores, las creencias, las preferencias que conducen, tanto a los gobernantes como a los ciudadanos, a decisiones congruentes con el progreso político y económico.

Y fue así que en 1999 publiqué Las condiciones culturales del desarrollo económico. Hacia una teoría del desarrollo. En este primer libro sobre el desarrollo recogí las influencias preponderantes del desarrollismo y el culturalismo que me habían orientado hasta ese momento. En el libro que el lector tiene ahora en sus manos recojo además la influencia preponderante que me ha ido ganando en la década de los años 2000 y a través de la cual me ha sido posible advertir que la antesala del “desarrollo integral” al que aspiramos los argentinos y los latinoamericanos, de un desarrollo que sea por consiguiente político, económico y cultural, es, por lo pronto, política. Será política o no será, porque la maduración de una democracia pluralista y estable está demostrando ser la vía, aunque sea una vía lenta y acumulativa, que terminará por darnos a los latinoamericanos un ambiente cultural favorable a las decisiones que conducen al desarrollo político y un clima de inversiones de largo plazo que viabilice, a su vez, el desarrollo económico.

Este libro contiene por ello no sólo una historia y una definición de la democracia sino también la enumeración de los valores que la impulsan. Es, por otra parte, el fruto de amistades y colaboraciones durante más de veinte años, que en el momento de presentar este libro me mueven a agradecer a todos quienes lo hicieron posible. Por eso el libro está dedicado a Larry Harrison, el primero que me hizo ver que “el subdesarrollo está en la mente”. Con su ferviente apostolado, Larry atrajo a la ribera del “culturalismo” a intelectuales del porte de Francis Fukuyama, con su libro Trust (Confianza), y de Sam Huntington, cuyo estudio magistral sobre El choque de las civilizaciones marcó su propia “conversión” al culturalismo. Por eso este libro está dedicado asimismo a la memoria de Sam, a quien tanto Larry como yo tuvimos de maestro en la Universidad de Harvard, un ámbito donde pude recibir además las lecciones de otro intelectual privilegiado, cuya memoria querría destacar en estos momentos: el filósofo Robert Nozick.

En el curso de todos estos años pude ir exponiendo y revisando mis ideas sobre el desarrollo en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA), la Universidad Católica Argentina (UCA) y la Universidad Argentina de la Empresa (UADE), una institución de gran empuje en la que ahora me desempeño como catedrático. Pero son más todavía las instituciones en cuyo seno fui sometiendo a mis alumnos, cual si fueran sorprendidos “conejillos de Indias”, al ir y venir de las ideas que me iban surgiendo en torno del tema que también domina este libro: esa preocupación, esa obsesión por el desarrollo político, económico y cultural que los latinoamericanos todavía no hemos completado, aunque ya estemos cerca de él. Dentro de aquellos que rodearon con su afecto insustituible mi trabajo intelectual, querría incluir aquí al entorno familiar de Elena, nuestros hijos y nuestros nietos, sin olvidar por cierto a nuestra bisnieta Paulita, recién llegada al banquete de la vida.

Vayan, en fin, dos observaciones prácticas. Dado que mi labor principal en este terreno ha sido universitaria, el lector sabrá perdonarme algunas repeticiones de conceptos típicas de los cursos docentes porque, a la inversa de lo que ocurre en las exposiciones escritas, donde lo que se dice sólo hace falta decirlo de una sola vez, en las exposiciones orales el profesor suele insistir en sus dichos no sólo para grabarlos mejor en la audiencia sino también para aprender de las frescas reacciones de sus alumnos, ya que enseñar es aprender.

La otra observación es que, habiéndose desplegado mi trabajo sobre el desarrollo a partir del estimulante clima que me brindó la Universidad de Harvard en los años ochenta y noventa, en este segundo libro que dedico al tema se citan, al igual que en el primero, muchas fuentes en inglés. He indicado aquí, cada vez que me fue posible, los textos en castellano que traducen y enriquecen a esas fuentes.

Como otras veces en el pasado, Editorial Sudamericana y su director Pablo Avelluto me brindaron generoso apoyo, salvándome de errores que me habrían pasado desapercibidos y dejando a mi cargo, inevitablemente, otros errores que por ahora no detecto aunque aún espero aprender de ellos porque, siendo el hombre un animal “errante”, sus errores le enseñan no bien los asume y los acepta.

MARIANO GRONDONA

Buenos Aires, marzo de 2011

Capitulo I Puntos de partida

CAPÍTULO I

PUNTOS DE PARTIDA

En Las condiciones culturales del desarrollo económico habíamos establecido ciertas pautas que también nos servirán en este libro1.

La primera de ellas es que el desarrollo es una perspectiva: aquella que obtienen los países subdesarrollados cuando miran a los países desarrollados.

¿Qué ven los países subdesarrollados en los desarrollados? Eso que ellos querrían ser: democracias auténticas y estables, con un alto índice de producto bruto por habitante que se traduce en beneficios sociales como educación, salud y servicios públicos para todos, jubilaciones y salarios dignos, el acceso general a una vivienda adecuada y un nivel casi nulo de pobreza, todo ello apoyado por una cultura “moderna”, por un sistema de valores congruentes con la democracia y con el desarrollo económico y la equidad social.

Esto equivale a decir que el desarrollo es un concepto comparativo. Los conceptos comparativos suelen venir de a pares: “alto-bajo”, “crudo-cocido”, “blanco-negro”… Si no forman parte de alguna “pareja” de conceptos en contraste, la comparación pierde sentido. Si no hubiera “altos”, no habría “bajos”. Si no hubiera “desarrollo”, no habría “subdesarrollo”. Sin la contemplación de las naciones desarrolladas, las naciones que no lo son no se sentirían subdesarrolladas. Así ocurrió hasta que irrumpió el desarrollo en el siglo XVIII: como “todas” las naciones eran lo que hoy llamaríamos “subdesarrolladas”, al no haber naciones desarrolladas ninguna se sentía subdesarrollada. Con la mirada en dirección inversa, algo similar pero no idéntico les ocurre a las naciones desarrolladas de hoy cuando miran a las naciones subdesarrolladas.

“Algo similar pero no idéntico” porque hay una diferencia entre estas dos perspectivas. Cuando miran a las naciones desarrolladas, las naciones subdesarrolladas anticipan en cierto modo su propio futuro: aquello a lo que aspiran. Cuando miran a las naciones subdesarrolladas, en cambio, lo que ven las naciones desarrolladas es su propio pasado, algo a lo que no querrían volver2.

Por eso hemos definido el desarrollo como la perspectiva que se obtiene desde el subdesarrollo y no como la perspectiva que se obtiene desde el desarrollo. Para las naciones que no lo tienen, el desarrollo es un proyecto que las moviliza. Para las naciones que lo tienen, el desarrollo no es un proyecto sino una realidad donde están instaladas, en tanto el subdesarrollo es sólo un recuerdo. De ahí que el desarrollo sea una bandera, una meta, sólo entre las naciones subdesarrolladas. Las desarrolladas concentran su atención más allá del desarrollo.

Lo cual otorga a las naciones subdesarrolladas cierta ventaja. Ellas saben lo que quieren: acercarse a las naciones de punta. ¿Hacia dónde miran en cambio las naciones de punta? Como no tienen por delante otras naciones a las cuales emular, sólo son capaces de vislumbrar un objetivo vago y distante, el posdesarrollo, también llamado a veces “posmodernidad”. Pero el prefijo “pos” marca el límite de esta visión. “Pos” no es algo conocido; es algo de lo que apenas se sabe que vendrá “después” de lo conocido. Lo conocido, por ahora, es el desarrollo. El “posdesarrollo” no existe aún en ninguna parte, fuera de las especulaciones de los filósofos.

En tanto el posdesarrollo es hasta el momento sólo una vaga visión filosófica, el desarrollo es una comprobación histórica, encarnada en naciones concretas como Noruega, Suiza, Alemania, Japón o los Estados Unidos. Las naciones desarrolladas, por otra parte, no viven su situación como si fuera plenamente satisfactoria, como si fuera una estación terminal: al contrario, se autocritican y quisieran superarla en dirección de nuevas alturas. Desde la perspectiva de las naciones subdesarrolladas, en cambio, se tiende a idealizar el desarrollo que ya han obtenido las naciones de punta, sin reparar demasiado en su autocrítica. Es humano, después de todo, colorear la meta3.

Según vimos en la breve descripción de aquello que las naciones subdesarrolladas quisieran emular en las naciones desarrolladas, el desarrollo no es un concepto solamente económico. Incluye, sin duda, una dimensión económica y social: un alto producto bruto por habitante que esté razonablemente distribuido de manera que sus beneficios lleguen a todos. Pero el desarrollo, en su dimensión política, también supone la existencia de un régimen estable de libertad y participación, al que le damos el nombre de “democracia”. Y, como ni el desarrollo económico y social ni la democracia podrían adquirirse ni sostenerse sin el apoyo de un sistema de valores que les sea congruente, el desarrollo incluye asimismo una dimensión cultural.

Por eso en Las condiciones culturales… sostuvimos que el desarrollo es un concepto “integral” que abarca tres dimensiones: económico-social, política y cultural. El desarrollo es un triángulo cuyos lados no son independientes; al contrario, gravitan unos sobre otros. Cuando sus interacciones son positivas, impulsan el desarrollo integral. Cuando son negativas, lo demoran.

Una teoría general del desarrollo debería incluir por ello no sólo el análisis de cada uno de los lados del triángulo del desarrollo —el desarrollo económico-social, la democracia política y la modernidad cultural— sino también el estudio sobre la manera en que cada lado influye a, y es influido por, los otros dos lados. Si la cultura es premoderna, difícilmente se asentarán el desarrollo económico-social y la democracia. Si la democracia es inestable, su ausencia o debilidad pondrá límites al desarrollo económico-social y a la modernización cultural. Si el desarrollo económico-social es insuficiente, tanto la democracia como la modernización de los valores sufrirán la consiguiente insuficiencia de los recursos.

El análisis del triángulo del desarrollo exige explorar, por ello, seis interacciones posibles: (i) y (ii), la influencia del lado económico-social sobre los lados político y cultural; (iii) y (iv), la influencia del lado político sobre los lados económico-social y cultural; (v) y (vi), la influencia del lado cultural sobre los lados económico-social y político4.

En Las condiciones culturales… se exploró sólo la (v) interacción: la influencia de la cultura sobre el desarrollo económico-social. En este libro exploraremos sólo la interacción (vi), la influencia de la cultura sobre la democracia. Para presentar una teoría general del desarrollo faltaría explorar cuatro interacciones más: de la economía sobre la política y sobre la cultura, y de la política sobre la economía y la cultura. Al final de este libro, habiendo examinado en el libro anterior dos de las seis interacciones mencionadas, la nuestra será todavía una teoría parcial, algo así como un “tercio” de la teoría general del desarrollo.

El desarrollo como “situación” y como “proceso”

Para completar los puntos de partida de este libro nos falta subrayar la distinción que separa el desarrollo como situación del desarrollo como proceso. De las naciones desarrolladas decimos que viven el desarrollo como “situación”. De aquellas naciones subdesarrolladas que marchan con paso decidido hacia el desarrollo, decimos que viven el desarrollo como “proceso”. Hay naciones desarrolladas y naciones en proceso de desarrollo, pero también hay naciones sumidas en las profundidades del subdesarrollo: “en situación de subdesarrollo”.

Esta distinción entre situación y proceso es válida no solamente para el triángulo del desarrollo sino también para cada uno de sus lados. Hay naciones económica y socialmente desarrolladas y hay naciones en proceso de desarrollo económico-social. Hay naciones democráticas y otras en proceso de democratización. Hay naciones culturalmente modernas y otras en proceso de modernización. En cada uno de estos campos hay, además, naciones estancadas en el subdesarrollo económico-social, en la predemocracia o en una cultura premoderna.

A menos que se la emplee con cuidado, esta terminología puede prestarse a confusiones porque, en tanto los lados no económicos del desarrollo cuentan con palabras específicas para designar el desarrollo como situación y el desarrollo como proceso, esas palabras específicas no se utilizan por lo general en materia de desarrollo económico-social. La pareja de conceptos “democracia” y “democratización”, designa así el desarrollo político como “situación”, en el primer caso, y como “proceso” en el segundo. La pareja de conceptos “modernidad” y “modernización” cumple la misma función en el campo cultural. Cuando llegamos al campo económico-social, en cambio, generalmente se utiliza la misma expresión para designar tanto el proceso como la situación de desarrollo: “desarrollo económico”.

De lo cual surge el siguiente cuadro:5

Capitulo II Desarrollo economico y equidad social

CAPÍTULO II

DESARROLLO ECONÓMICO

Y EQUIDAD SOCIAL

En Las condiciones culturales… dijimos que el desarrollo económico en cuanto “situación” coincide con el nivel del producto bruto por habitante que han alcanzado las naciones a las cuales los informes anuales del Banco Mundial llaman “de alto ingreso” o “económicamente desarrolladas”6.

Si bien tratamos a las naciones económicamente desarrolladas como si fueran un conjunto homogéneo, la idea presentada en el capítulo anterior de que ellas sólo ven por delante el paisaje aún borroso del “posdesarrollo económico” vale especialmente para las que ocupan la vanguardia de la lista de las naciones económicamente desarrolladas, es decir, las que igualan o superan el promedio de este conjunto.

A las naciones desarrolladas restantes, pese a ser ya desarrolladas, todavía les queda un objetivo dentro del desarrollo económico en el cual se encuentran: emular el producto por habitante de las naciones desarrolladas de vanguardia. Las naciones menos desarrolladas de la lista de la naciones económicamente desarrolladas aún no padecen, por ello, la perplejidad filosófica que afecta a las más desarrolladas, ya que, a la inversa de ellas, todavía tienen un desafío concreto por delante: alcanzar a las más desarrolladas7.

Otra presunción proveniente de Las condiciones culturales… es que las naciones ahora ubicadas en el desarrollo económico en cuanto situación no habrían llegado a él si no hubieran superado en el camino, durante el desarrollo económico en cuanto “proceso”, los grandes desafíos sociales que les venían del subdesarrollo y que hemos señalado en el capítulo anterior: ofrecer servicios de educación y de salud para todos o casi todos, promover el pago de salarios y jubilaciones dignas, asegurar el acceso general a una vivienda adecuada y, como resumen de todo ello, superar total o casi totalmente la pobreza.

Estos logros sociales deben darse en el curso del desarrollo económico en cuanto proceso por dos razones. La primera de ellas es política porque las naciones que, habiendo obtenido una tasa alta y persistente de desarrollo económico como proceso, no la traducen en el bienestar social de una gran parte de la población, sufren tarde o temprano el disenso de los que están peor. Si este disenso llega a ser poderoso, arrastra finalmente al país al extremo opuesto de la capitalización necesaria para el desarrollo: la promoción de un distribucionismo demagógico capaz de detener el proceso del desarrollo económico debido al consiguiente debilitamiento de las inversiones.

Como ejemplo de este doble desvío de acumulación excesiva seguida por distribución excesiva, en Las condiciones culturales… vimos lo que le

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