Nuestro amigo común

Charles Dickens

Fragmento

cap-1

INTRODUCCIÓN

A media novela un maleante es pescado en el Támesis. En la taberna local, donde un médico y cuatro clientes habituales intentan reanimar la inánime carcasa, están todos alborotados. A los primeros signos de vida, los tipos duros rompen a llorar. No derramarían ni una lágrima por un hombre vivo ni por su memoria, en este mundo o en el otro, pero «un alma humana que pugna entre los dos mundos lo consigue fácilmente».

En la última novela de Dickens, casi toda forma de vida se encuentra en un estado de animación suspendida. Nada parece del todo muerto ni del todo vivo. La madera que levanta la taberna de la ribera del río recuerda a los bosques de la que proviene. La pierna de Silas Wegg olvida que es una «ficción de madera» y se comporta como si fuera un miembro de carne y hueso. En la tienda de su amigo, el señor Venus, los esqueletos, los animales disecados y los bebés en frascos son un público entregado a los acontecimientos que presencian. Las muñecas a las que Jenny Wren viste con retales no se distinguen de sus modelos ni de las clientas. La idea de un producto acabado por completo es una ficción, como también que el material sea de primera mano. Todo ya ha sido usado y se volverá a usar. Cada cosa y cada cuerpo está parcialmente formado por algo no-del-todo-muerto, que a su vez será descompuesto para convertirse en otras formas de materia. Mientras tanto, ¿qué hay de la vida que alberga, temporalmente, su «alma»?

Nuestro amigo común comparte, con las anteriores obras de ficción de Dickens, la visión de un mundo donde los vivos y los muertos, los seres y las cosas, la materia y el espíritu, no se pueden distinguir unos de otros. Pero el temple con que disecciona una sociedad corrupta es más pesimista, más sutil y más consternado de lo que nunca antes había sido. En la amplitud de su alcance y en sus peligrosas ambiciones tiene mucho en común con La Casa lúgubre y La pequeña Dorrit, pero su estilo es más sigiloso, tenso y enigmático. Su luz es irregular y tenue; los movimientos son forzados, espasmódicos.

Las cualidades que la caracterizan responden de algún modo a las circunstancias vitales de Dickens en los primeros años de la década de 1860, triste y a la vez enardecido por el distanciamiento de su esposa y la aventura secreta con Ellen Ternan. Había sufrido una serie de pérdidas. En septiembre de 1863 murió su madre («al final, de repente. Su estado era espantoso», escribió);[1] al cabo de unos meses también murió, en la India, su hijo Walter. Le apesadumbraba la pérdida de viejos amigos y colegas como Frank Stone, Arthur Smith, Thackeray, Augustus Egg o John Leech. Y, además, debía atender dolores más mundanos. Había cumplido ya los cincuenta y su cuerpo se resentía cuando lo forzaba. Nunca era feliz si no podía pasear largo y tendido, y rápido, de noche y de día. Hasta con el viento en contra. Sal de la ciudad si puedes, le dijo a Forster en marzo de 1864, aunque él no podía hacerlo: «Ayer (caminé mucho con el viento en contra) hizo un día como para salir volando. Absolutamente abominable y nada saludable» (Nonesuch). Imaginad su enfadado la primavera siguiente cuando tuvo que hacer reposo durante meses porque, según insistía él, tozudo, se le había congelado un pie. El 9 de junio de 1865, durante el viaje de vuelta en tren con Nelly desde París, casi muere en el accidente de Staplehurst. Contó a sus amigos lo horrible que había sido debatirse «entre la vida y la muerte durante horas» (Nonesuch, vol. III). Para tener terminada esta novela a principios de septiembre, tuvo que sobreponerse y conjurar todas sus fuerzas.

Vivía, según sus propias palabras, «sin descanso». En una carta a Forster de junio de 1862 se remontó hasta la infelicidad de su infancia: «La miseria que nunca olvidaré del pasado hizo brotar una sensibilidad retraída en un niño mal nutrido y mal vestido que me ha sobrevenido en la miseria para no olvidar estos últimos tiempos» (Nonesuch). Algunos lectores se han esmerado en buscar trazos de Ellen Ternan en las mujeres de esta última obra, pero hacerlo entre las protagonistas femeninas, Bella Wilfer y Lizzie Hexam, resulta un esfuerzo vano. Es más plausible pensar que la miseria de Dickens se refleja en los protagonistas masculinos, el retraído John Harmon, el disperso Eugene Wrayburn, el endemoniado Bradley Headstone y las distintas emociones que se despiertan entre ellos: compasión, insatisfacción, perplejidad e incluso odio. En el verano de 1863 Dickens confesó que había probado en privado el asesinato en Oliver Twist, pero «había algo tan horrible en ello, que no me atrevo a intentarlo en público» (Nonesuch). Iba a crear otro tipo de asesino, cuya violencia estuviera enmascarada por un deje de decencia, que produjera tanto terror a los lectores de los años sesenta del siglo XIX como había provocado Sikes veinticinco años antes, a finales de los treinta.

El tono de la novela también debe mucho al debate acalorado que tuvo lugar durante los años siguientes a la publicación de El origen de las especies de Darwin (1859) y del controvertido Essays and Reviews, escrito por un grupo de teólogos liberales. Resulta significativo el renovado interés por el origen y el fin de la humanidad; por las nuevas metáforas basadas en la biología evolutiva, el lodo, el cieno y los pantanos de los cuales la vida humana pudo haber evolucionado; y por los pájaros, reptiles y otras formas de vida animales, extintas o no, con las cuales se probó que los seres humanos guardaban mucho más en común de lo que la tradición alegórica jamás había reconocido. Los villanos de la novela tienen dos padres, Ben Jonson y Darwin, la nueva ciencia y la vieja moralidad. ¿Y qué hay de la vieja religión? Existe una creciente curiosidad por la fuerza de los relatos bíblicos y la credibilidad de sus enseñanzas. En realidad, una de las cuestiones más complejas de la novela se articula alrededor de la importancia que tienen las alusiones y las referencias religiosas. ¿Están todos vivos, o muertos? O, como la mayoría de elementos de este mundo de ficción, ¿en la frontera entre unos y otros?

Dickens terminó de escribir Grandes esperanzas en verano de 1861, pero pasaron dos años antes de que se embarcara en esta nueva novela. Estaba previsto que fuera una obra en veinte entregas, el mismo formato que ya había usado, por última vez, en La pequeña Dorrit (1855-1857), y en tantas otras obras anteriores. Decidió el título en otoño de 1862, y la primavera siguiente intentó empezarla, pero no fue hasta octubre de 1863 que se puso a ello. Su Book of Memoranda[2] contiene un gran número de entradas entre 1862 y 1864 relacionadas con la génesis de la novela y con los nombres de Tippins, Twemlow, Harmon, Lammle y Lightword [sic], Rokesmith, Snigsworth, Podsnap, Boffin, Wilfer, Glibbery, Mulvey, Wegg, Kibble, Akershem y Riderhood. En una de las entradas se describe un cartel clavado en una pared cerca de la ribera, «Encontrado ahogado», que parece datar de 1855, pero que el propio Dickens anota como «Hecho en Nuestro amigo». Hay otras que hablan sobre los Hexam y Rogue Riderhood, los Wilfer, los Lammle y los Veneering. Y la más relevante es una nota en la que el mismo Dickens se refiere a Rokesmith: «SUCESO PRINCIPAL PARA UNA TRAMA. Un hombre —¿joven y excéntrico?— finge su muerte, y

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