El camino de la luna

Fragmento

Dedicatoria

Seguramente fue el ruido del paso de los camiones por la avenida Roca. Nunca me pude acostumbrar a ese ruido: vibraba en los brazos, y a mí me temblaba el pulso y metía mal, de costado, como un ciego, afuera de la vena. Los ruidos o el fastidio que hacer eso me provocaba; me tendría que haber animado a decirles que no quería hacerlo, no quería ese rol en nuestra historia y por eso jamás había empujado el émbolo. Ni una vez. Luego esa vez, la única. Y hoy, ahora quiero decir, en esta noche donde acabo de cerrar este libro, me decía:

—Ya está, con los vivos y con los muertos.

Me decía:

—Ahora voy a poder dormir de noche, o al menos voy a poder dormir en paz.

Lindita descansaba a mi lado. En los otros cuartos, como siempre, gente. Tres amigos, mi hijo mayor, una amiga de alguien. Me tiré en la cama y comencé a llorar. De cansancio creo, porque hacía dos noches que casi no dormía. Y el llanto trajo tu nombre, David, y supe que ni ese pago me iba a poder ahorrar. Y supe que si hasta hoy había logrado sostener a puro convencimiento el disfraz de impotencia que le puse a la responsabilidad, tu nombre venía a derrumbarlo todo. Y me levanté a escribir.

Nunca supe si la frase se le ocurrió a ella, hoy creo que sí. Es que después de lo que te pasó, después de tu muerte, porque te pasó eso, te pasó la muerte, jamás volvimos a hablar de vos, jamás volvimos a recordar ni un momento en el cual estuvieras vos. Quemamos las remeras. Y nos pusimos cualquier cosa, con frases de otros, con frases en inglés. Bob Dylan, Pink Floyd, The Doors o Leonard Cohen. Nos daba lo mismo. Habíamos perdido lo que vos te llevaste: la frase nuestra, hecha para nosotros, las tres remeras iguales pero con diferentes tonos de violeta. El camino de la luna, impreso en negro y con una flecha en perspectiva que señalaba hacia adentro. El mismo lugar de adentro pero en lugares distintos del cuerpo a cada uno. A mí me señalaba el esternón, a ella el pecho izquierdo, el que decía que era más grande, y a vos la panza. ¿Qué es lo que quería decir? No la frase: Mariana, ¿qué es lo que nos quiso decir Mariana con esa frase, con esa flecha? ¿Qué cosa nos venía diciendo que iba a pasar? No la pudimos entender, no la entendimos nunca, la llevábamos a una cama, entre los dos, a un hotel cualquiera, y drogados los tres la convertíamos a ella en un cuerpo aislado, en carne a la parrilla. ¿Y sabés una cosa? Nosotros nos convertíamos en ellos. Éramos iguales a ellos, iguales a la policía, ¿te pusiste a pensar en eso? Éramos iguales, haciéndole lo que ellos le hacían. A Mariana, loco, que se había jurado indomable y que se entregaba por amor (eso era amor, eso es amor.) ¿Qué es lo que quiso señalar con esas flechas? ¿Qué cosas nos quería decir? ¿Paren de una vez, no sean policías? No se resistió a nada.

Las flechas son una oportunidad, lo entiendo ahora que corrijo lo escrito. A vos te señaló la panza para que morfes algo. No debías llegar a los cincuenta kilos y no comías nunca. A mí el pecho porque iba a pagar la cobardía de no enfrentarte. Enfermero. Me llamaste así, y tanta bomba debió ser una tormenta de sangre, un huracán de heroína que trajimos de Hurlingham y que era para fumar, vos lo dijiste, heroína marrón para fumar, no para meterse, y me pediste y me pediste tanto, mil veces, eras insoportable, y lo hice, pero lo peor fue que ella me miró cuando lo hice, me estaba mirando quiero decir, no con esa cara de puta que tanto nos gustaba, sino con otra cara, una cara horrible, implacable y seria. Y la metimos igual, porque en realidad la metimos, no te daba el cuero ni para empujarla y te ayudé, y enseguida me di cuenta de que esa vez te mataba. No hablo de mí, la droga te mataba, yo te mataba. Qué mierda, David. Y entró toda, media jeringa, a puro empujón de inflador directo al río de tu vida.

Yo me deshice ahí mismo, y como carne hervida con la sangre roja sobre lo blando y marrón te alcancé a dec

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