Juntas, of course (El Club de las Zapatillas Rojas 8)

Ana Punset

Fragmento

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El año no podía ir mejor. Y es que habiendo celebrado el primer día todas las amigas juntas, nada menos que en Berlín, el año empezaba por todo lo alto. ¡Les había traído suerte, seguro! Porque claro, desde que Marta se había trasladado allí hacía un año justo, eran pocas las ocasiones en las que podían estar todas juntas.

El día de antes habían sido los premios por el blog, y ahora Lucía acababa de enterarse por un cartel colgado en el pasillo del colegio que ese año se organizaría una gran fiesta de San Valentín, en poco más de una semana. La noticia le había quitado el sueño de golpe. Eran las nueve de la mañana y estaba como si se hubiera tomado tres Coca-Colas seguidas. ¡Sería genial asistir a la fiesta con Mario! Estaba tan encantada con su novio... Sonrió maliciosa al imaginar a Marisa y sus Pitiminís celosas de la muerte viéndola bailar con un chico tan impresionante y, también, mayor que ella (aunque no mucho, porque él iba a cuarto de ESO). Tendría que encontrar un vestido y unos zapatos perfectos para la ocasión, y eso que no tenía mucho tiempo... Se planteó la posibilidad de convencer a su madre de que le era imprescindible comprar ropa nueva ese fin de semana. Aunque pensándolo bien... era un plan abocado al desastre, sobre todo teniendo en cuenta que estaban viviendo una racha madre-hija bastante mala. El hecho de que María rechazase a Mario sin conocerlo sacaba a Lucía de sus casillas. Así que nada de tardes de compras madre-hija... quizá lo mejor sería recuperar el vestido de fin de año, después de todo Mario no había estado en Berlín para verlo...

En eso estaba rumiando Lucía ese martes por la mañana sentada ya en su pupitre cuando percibió la figura minúscula de Saratita, la profe de lengua y literatura, que se abría paso por el aula entre los alumnos como una hormiguita entre gigantes. Nadie se percató de su presencia hasta que tomó asiento en su mesa y, aun así, todos permanecieron de pie, hablando con los demás compañeros, como si no hubiera ningún profesor cerca. Toni el Musculitos se reía a carcajadas de alguna anécdota que su amigo Richie le contaba, mientras Marisa y Sam parloteaban sin parar sentadas sobre sus mesas. Lucía escuchó que Saratita tosía para tratar de llamar la atención sin efecto. El jaleo, en lugar de reducirse, se triplicó.

De pronto, la puerta se abrió y sonó una voz más imponente, y también más insoportable, que resonó entre las cuatro paredes:

—¡¿Qué está pasando aquí?! —preguntó Morticia, la tutora del curso, desde el umbral.

Lucía se fijó en que no iba sola. La acompañaba una chica alta, de pelo azul despeinado y ojos oscuros. Observaba a la clase como con media sonrisa que Lucía no supo interpretar.

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Los alumnos que estaban de pie se sentaron en sus sitios en el acto y se callaron, como si no hubieran roto un plato en su vida.

Morticia avanzó con la chica hasta el frente de la clase y se dirigió a Saratita, que miraba al suelo como una alumna amonestada más. Desde su fila Lucía no conseguía escuchar lo que Morticia le estaba diciendo en voz baja, pero la chica del pelo azul parecía divertirse muchísimo con aquella situación. Saratita asintió y Morticia se dirigió a la clase después con su hablar sosegado, pero soberbio:

—¿Tengo que venir yo... a castigaros para que hagáis caso... a vuestra profesora de lengua?

Mientras Saratita contemplaba la situación con la cabeza gacha, totalmente avergonzada, nadie dijo nada. Morticia debió de interpretar el silencio como un sí, porque anunció:

—Hoy pasaréis todos el recreo en el aula de estudio... Quizá así aprendáis la lección.

Esta vez sí, los murmullos de protestas corrieron rápido por la clase, pero a Morticia no le hizo falta abrir la boca. Bastó una mirada directa bajo sus cejas hiperarqueadas para que volviera el silencio.

—Ahora que estáis más tranquilos... Quiero presentaros a una compañera nueva... Ella es Alicia. Se incorpora ahora al colegio... Así que espero... vuestra colaboración para darle la bienvenida.

Alicia hizo una especie de reverencia que Morticia contempló con una mueca de desagrado. Los alumnos se rieron por el gesto y Lucía sintió curiosidad por aquella chica que no dejaba de sonreír. Como a ella lo que le iba era fantasear, imaginó que sería alguien alegre y confiado, y que estaría deseando formar parte de aquella clase, de integrarse y conocer los defectos de todos los profesores para poder criticarlos con sus compañeros. Sí, seguro que le encantaba hacer reír a sus amigos, como acababa de suceder. Morticia le pidió que se sentara y la chica nueva se dirigió al asiento que la tutora le señalaba: justo el que estaba al lado de Lucía.

En cuanto se sentó, Lucía la saludó animada. Seguro que se lo pasaban de maravilla juntas. Ya que tenía a sus amigas en la otra punta de la clase, quizá hacía una nueva este año.

—Hola, me llamo Lucía.

Entonces la sonrisa de Alicia se desvaneció por arte de magia y, con una voz que daba miedo, le dijo:

—Me importa un pimiento cómo te llames.

Lucía se quedó petrificada.

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¿Había oído bien? ¿Se lo había imaginado? Aquello no le cuadraba nada... Miró primero a Frida, que vocalizó «qué tal» en silencio, a lo que ella respondió con un encogimiento de hombros porque todavía estaba flipando. Después miró a Susana, que se mordía el piercing del labio y la observaba con el ceño fruncido, tratando de adivinar lo que había sucedido. Decidió que debía explicárselo a sus amigas para acabar de convencerse de lo que acababa de descubrir: esa chica era una maleducada. Así que sacó el móvil, lo colocó estratégicamente dentro del pupitre para que su nueva compañera no pudiera leer lo que escribía y entró en el grupo del WhatsApp ZR4E!

imagen, anunció.

La primera en contestar fue Bea, que al no estar en su clase no había tenido oportunidad de conocerla.

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Lucía estaba leyendo los mensajes de sus amigas cuando escuchó algo de fondo que, al principio, le pareció imposible:

—Profe, Lucía está hablando por el móvil.

Lucía levantó la cabeza patidifusa: Marisa jamás se había chivado de algo así porque, precisamente, ella whatsapeaba tanto o más. La posibilidad le pareció demasiado rastrera incluso para ella. Entonces... ¿quién la había delatado?

¡¡¡ALICIA!!!

No se lo podía creer, además de maleducada la chica nueva era una soplona. Lucía guardó rápidamente el móvil en el bolsillo de su chaqueta azul marino con la intención de negarlo todo, pero ya era demasiado tarde: Morticia, que estaba a punto de salir de la clase, se había acercado hasta su sitio a pasos agigantados y la contemplaba con la mano extendida:

—¿Me lo das, por favor?

—Pero, profe...

Le parecía tan injusto aquello que todavía no entendía qué había pasado.

—Pero profe nada.... Sabes d

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