La confesión de Micaela

Cecilia Curbelo

Fragmento

Nunca creí que iba a leer algo tan espantoso dirigido a mí. Pero acá está, en la pantalla de mi tablet. Un leve ruidito que suena así como tintín hizo que me fijase en las menciones de mi usuario en Twitter, mientras chateaba con mi prima Belén, y ahora estoy completamente paralizada con lo que estoy viendo.

Ya antes había tenido una sensación como de que algo malo iba a pasar. Premonición, le dicen algunos…, pero no le di corte. Sin embargo, debo de tener algo de bruja porque pocas cosas pueden ser peores que esta acusación que estoy leyendo.

Tiene una sola palabra escrita en mayúscula, pero dice mucho…, muchísimo. Porque es destructiva. Dolorosa. Y la pantalla la muestra bien clarito:

@Coti34star @mica14demi TRAIDORA

En realidad, si alguien me hubiera acusado de ser eso, una traidora, me habría afectado horriblemente, porque soy muy sensible… Pero que esa acusación la haya escrito y pensado Coti, mi mejor amiga, es algo que no le deseo a nadie.

Lo que siento en este instante es tan desgarrador que ni siquiera puedo razonar con coherencia. ¿Por qué me escribió en Twitter en vez de mandarme un SMS, que sabe que leo al toque? ¡No entiendo! Bueno, sé que no tiene mi nuevo número de celu, pero podría haber buscado otra manera de no exponerme tanto…

O sea, puedo comprender que no quiera hablar conmigo, que no soporte escuchar mi voz o… no sé, que no me quiera ver más, pero pensar eso de mí, con lo que nos conocemos, es…, es… Bueno, no tengo ya manera de describirlo. Y hacérmelo saber a través de una red social no deja de ser rarísimo… ¿no?

De repente, con pánico, comprendo todo de golpe. Si es lo que estoy pensando, la cosa va a ser aún peor. Voy a Interacciones en Twitter, y me encuentro con lo mismo:

@Coti34star @mica14demi TRAIDORA

¡Me quiero morir! Lo hizo público a todos sus contactos… y no solo eso, sino que está retwiteado por una de sus amigas megapopulares, que tiene casi dos mil seguidores:

@Princesitahermosa RT @Coti34star @mica14demi TRAIDORA

¡Claro! Quiso que todo el mundo se enterase de lo que piensa de mí. Y por supuesto que lo debe de haber logrado, porque esa tal princesitahermosa tiene conectado todos sus posts de Twitter en su Facebook, es decir que ahora ese mensaje lo debe de haber leído por lo menos medio país.

Bue, estoy exagerando, pero para mí es lo mismo porque seguro ya lo leyó alguien del liceo, alguien de la academia, alguien del club, alguien de mi zona… y el chusmerío vuela, así que a estas alturas todos mis conocidos deben de estar pensando que hice algo horripilante, que soy una porquería, una pésima amiga y vaya uno a saber qué más… Y me van a dar vuelta la cara. ¿Qué hago? Las preguntas se me agolpan una tras otra: ¿Fui de verdad una traidora? ¿Es cierto que falté a mi palabra? ¿Tendría que haber actuado distinto? ¿Había acaso otra salida mejor?

¡Estoy tan confundida! Siento que me arden los ojos… y sé que estoy conteniendo las lágrimas. Intento recordar exactamente cómo fue que llegamos a lo que llegamos, pero la memoria me falla porque el dolor me paralizó hasta la capacidad de recordar. Solo quiero tirarme en la cama y dormirme esperando que esto sea una pesadilla de la que me voy a despertar y de la que me voy a reír más adelante.

Pero no soy tonta ni ilusa. Sé lo que hice y sé que tuvo consecuencias no solo para mí, sino para Coti y su familia. Ya soy grande, no tengo ocho años, así que soy consciente de lo que hago, aunque confieso que a veces me siento perdida si no me indican qué hacer.

Debe de ser porque estoy tan acostumbrada a recibir órdenes y aceptarlas sin cuestionar que no me imagino tomando mis propias decisiones o diciendo que no a algo que no quiero. Tuvo que suceder todo lo que pasó para que yo, finalmente, admitiese que las clases de gimnasia artística, que de chica me gustaban, ahora hacía tiempo que me aburrían y me pesaban un montón.

Si hiciera lo que de verdad quiero, tendría que decirles a mis padres que mi vocación es ser escritora, pero no de novelas, sino de poesías. Y anotarme en…, no sé…, en un taller literario. Pero creo que les vendría un ataque cardíaco y no me puedo arriesgar, ni a eso, ni a que se arme un ambiente podrido en casa, que ya de por sí no es Disneylandia.

Quisiera ser diferente y tener la capacidad de expresar lo que de verdad siento. Sin embargo, termino callándome y haciendo lo que se espera de mí.

Soy soñadora por naturaleza, me gusta la paz, el silencio y la tranquilidad; las peleas o los lugares donde el aire se corta con tijera, como dice el dicho, me deprimen un montón. Así que busco la forma de no tener ningún tipo de confrontación.

«¡Qué modosita!», dicen las amigas de mi abuela… Seguro les gusta lo que yo odio: esa manera de mostrarme taaaan educada y predecible. La hija perfecta. La nieta perfecta. La alumna perfecta.

Mi madre dice que soy demasiado insegura, que tengo que tener más confianza en mí misma, que eso se proyecta, que la gente lo percibe, y no sé cuántas cosas más… Pero yo soy como soy, por más que quiera ser fuerte o decidida no es algo que toque con una varita mágica y se cambie de golpe. ¡Ojalá fuese tan sencillo! Pero a mí me parece que uno nace como nace y que hay cosas que son difíciles de cambiar de la personalidad y de la manera de ver el mundo…

Admiro a esas chicas que van a algún lado donde no conocen a nadie, se presentan y al rato están charlando con todos como si fuesen amigos desde siempre. Yo no puedo. Se me traba la lengua, empiezo a tartamudear, se me levanta la ceja (porque cuando me pongo nerviosa, arranco con un poco de tartamudeo y simultáneamente la ceja derecha se me sube solita… ¡horrible!), me siento poca cosa y termino en un rincón observando a los demás e intentando pasar desapercibida.

Soy el polo opuesto a mi mamá, que donde va se transforma en una estrella que brilla con luz propia… Ella entra en un lugar y enseguida se vuelve el centro de atención, mientras que yo quedo relegada a su sombra. Y, aunque trata de integrarme, no dejo de ser «la hija de Laura».

Ni siquiera recuerdan mi nombre: Micaela.

«¿Cómo era que te llamabas?», me preguntan veinte veces a lo largo de la reunión. Un bajón. Y cada vez que me vuelven a preguntar lo mismo más me achico, hasta transformarme, en mi mente, en un bichito de la humedad que se enrosca y se vuelve una diminuta bolita, escondiendo la cabeza. Mi madre se enoja mal y, cuando nos vamos, lo primero que hace cuando se sube al auto es comenzar con toda la perorata de que la avergüenzo con mi actitud antisocial, mi falta de soltura para entablar diálogos, etcétera, etcétera. Y a mí me hace sentir más inútil todavía y me voy volviendo más retraída, más pequeñita, más poquita cosa. Sé que tendría que hacer un esfuerzo y juro que lo hago, pero… Pero ¡no me sale!

Además, una vez que decido algo tan fundamental, como lo de Coti, y encaro lo que creía que era lo mejor para ella, termina como terminó: con su alejamiento y la peor acusación que podría recibir.

Traidora. La palabra me retumb

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