A la manera de Agustina

Cecilia Curbelo

Fragmento

Mis padres me pusieron de nombre Agustina, pero tienen la espantosa costumbre de llamarme «Tina», que me suena a bañera o, peor aún, a un balde (nadie querría que asocien su persona a un balde, está claro).

Ya se los expliqué mil veces, pero ellos ¡como si nada!

He probado todos los métodos para que dejen de apodarme así:

  • hablar (que es el que siempre dicen los adultos que resulta, y es mentira);
  • gritar (me encanta, pero no ha dado sus frutos);
  • suplicar (sí, de rodillas y con las manos juntas, poniendo cara de mártir y dejando asomar alguna lágrima);
  • no contestar cuando me dirigen la palabra (protesta que me ha dejado sin celular por cuarenta y ocho horas y que —por obvias razones— no he vuelto a repetir).

Cuando me dicen «Tina», también se me representa una señora mayor, sabihonda, con lentes de marco puntiagudos y aire sofisticado. Nada que ver conmigo, que uso lentes redondos para leer, de montura gruesa (hipsters, según Renata, mi hermana), y visto siempre jeans y remeras estampadas con frases que me identifican. Las colecciono.

Mi hermana dice que soy «clásica» con un toque «rebelde».

¿Qué es ser clásica y rebelde a la vez? ¡Solo lo sabe Renata!

A mi familia le costó tiempo entender mi forma de ser. De más chica pensaban que los rechazaba porque cada vez que hacían el intento de mimarme, yo salía corriendo y me encerraba en el baño.

Que la gente se me acerque taaanto cuando expresan afecto (incluso aunque sean los integrantes de mi familia) me pone incómoda.

Al principio creí que yo era producto de alguna mezcla genética fallida, porque todo el mundo se besa, se acaricia, se abraza para demostrar amor.

Pero no puedo ser así.

Por suerte hoy sé que no soy la única. Existe más gente como yo.

Lo descubrí de pura casualidad una noche en la que papá trajo a casa unos folletos que había impreso para entregarle a un cliente a la mañana.

Tomé uno y me atrapó al toque.

Decía: «Proxémica: tan cerca, tan lejos de ese abrazo».

Googleé el significado de esa palabra y resultó que, aparte de otras cosas más complicadas, la «proxémica» examina la distancia que mantenemos los seres humanos entre nosotros.

En un artículo, para explicar un poco de qué va, proponían dos ejercicios muy claros:

  1. Imagine que está sentado en el extremo de un banco de una plaza. El banco es muy largo. Imagine que un desconocido se sienta en el mismo banco que usted y lo hace pegado a usted, en vez de utilizar el medio o incluso el otro extremo opuesto al suyo. ¿Cómo se sentiría?

    ¡Desesperada! ¡Horrible!, pensé enseguida.

  2. Usted entra a una tienda y se acerca un vendedor. Le pregunta si lo puede ayudar, pero lo hace a una distancia tan corta de su rostro que hasta le puede oler el aliento. ¿Cuál sería su reacción?

Salir despavorida, ¡por supuesto!

Obvio que son situaciones exageradas, pero aclaran bastante de qué se trata lo de la distancia entre las personas. Es que cada uno de nosotros tenemos un espacio que consideramos nuestro, y cuando alguien lo atraviesa es cuando nos sentimos invadidos. Se supone que los latinos somos de espacios más bien cortos, y los nórdicos (o sea, gente de países como Suecia o Noruega) de espacios amplios (se molestan si alguien a quien no consideran un amigo íntimo les da un beso o un abrazo).

Yo soy latina y a mucha honra, pero en esto de los besos, abrazos y toqueteos cariñosos me siento nórdica. Que lo sepan.

Renata y yo dormimos en el mismo cuarto. Es un dormitorio grande, con una ventana que da a la calle de atrás de mi casa y desde donde se ven los patios de varios vecinos, porque vivimos en la parte superior de una casa de altos. Un ropero ocupa toda una pared, y en otra, tenemos un escritorio que es una tabla larga apoyada en dos caballetes.

La mesa de luz que divide las dos camas individuales está repleta de cosméticos (de Renata, evidentemente, porque yo no me maquillo), cargadores de celular, cables, auriculares y mis revistas de Sudoku.

Es que amo las matemáticas. En el liceo es la materia que más me gusta y en la que tengo mejor nota. También, aparte de las revistas de Sudoku, me descargué una aplicación en el celular con la que compito con gente de todas partes del mundo. Te miden la exactitud y la velocidad. Sé que es feo hacerse la capa, pero tengo que decir que estoy siempre en los primeros puestos.

Se supone que deberíamos guardar eso en los cajones, pero como son cosas que usamos todos los días, van quedando ahí y es más fácil tomarlas, aunque papá se enoje cuando hace lo que él llama «inspección de dormitorio».

Mamá asegura que Renata y yo manejamos a papá a nuestro antojo. Que tiene debilidad por «sus niñas». Prueba de ello es que aceptó adoptar unos años atrás a Hakuna, un pastor alemán cruza con pequinés, a pesar de que él se considera alérgico al pelo de perros y gatos. Dice que, cuando era chico, tuvieron un perro y él no paraba de estornudar…

Para mí que le quedó la idea, porque ahora no estornuda cuando está Hakuna, solo cuando está resfriado.

Eso sí, accedió a esto con una única condición: dividir la responsabilidad de su cuidado entre mi familia y la de Maxi, que es mi mejor amigo y vecino.

Maximiliano, su padre Elvis y su abuela Magdalena viven en la casa debajo de la nuestra, y hacía un tiempo que él y yo veníamos insistiendo en tener una mascota. Cuando la perra de un compañero de trabajo de Elvis tuvo cría, rogamos para que nos dejasen quedarnos con una. ¡Y lo logramos! Elegimos una cachorrita que —a diferencia de los demás— levantó la mirada cuando nos acercamos y enseguida agachó la cabeza y cerró los ojos, como diciendo: «Pfff, otros más que vienen a interrumpir mi siesta». Que nos ignorase por completo fue lo que la hizo especial.

Maxi y yo supimos que era la elegida sin siquiera hablarnos.

El único inconveniente que se dio en el proceso de la «custodia compartida» (como lo define Magdalena) fue que no logramos un consenso en cuanto al nombre, así que si bien en casa la llamamos Hakuna, en lo de Maxi la llaman Matata.

Por lo tanto, oficialmente es Hakuna Matata, o Matata Hakuna.

El tener doble nombre no resultó ser un problema, porque es tan inteligente que responde a los dos, y además no tiene preferidos: nos ama a todos, como nosotros a ella.