Lucas (e Inés) sin etiquetas

Cecilia Curbelo

Fragmento

Sería difícil comprender que dentro de una caja azul encontré un secreto guardado por mi padre, o que mi madre llegó casi a desilusionarme cuando descubrí una mentira, si no comenzase a contar mi historia desde el principio.

Y para eso, es vital explicar cómo soy y aclarar que no he cambiado, ni jamás pensé en hacerlo, por más incómodo que haya resultado a veces encajar o por más que haya tenido que escuchar teorías absurdas acerca de mí.

La gente intenta encasillarte en algún lugar para tratar de entenderte, y cuando no lo logran, inventan o imaginan.

Son sus propios miedos, creo, que los hacen actuar de esa forma.

El miedo a enfrentarse al diferente.

El miedo a convivir con el «raro».

A lidiar con aquel que no es igual a ellos.

Si bien yo no modifiqué mi forma de ser, mi vida sí lo ha hecho (y mucho) en los últimos tiempos.

Haciendo balance, puedo asegurar que fueron transformaciones positivas y que, al final, ser callado, tímido y antisocial, como me tildan algunos, aunque sé que está mal visto por la sociedad, no es taaan negativo como afirma mi abuelo Gervasio.

Así que debo comenzar por decir que generalmente soy invisible para todos.

Y que eso no me molesta.

Mi presencia no suma ni resta para los demás. Solo ocupo un banco en la clase y veo pasar el mundo.

O al menos supongo que eso piensan los otros, mis compañeros de liceo.

Ellos tienen claro adónde pertenecen y quiénes son. Van seguros por la vida. Caminan pisando firme, riendo y bromeando entre sí.

Se ve, a lo lejos, que saben lo que quieren.

Yo los observo desde fuera de ese universo. Ellos no me ven.

Nadie me ve.

Tampoco es que me irrite o me enoje.

Me gusta pasar desapercibido, aunque confieso que tiene sus desventajas. Una de ellas es que los profesores argumentan que «no participo en clase» cuando me bajan el promedio de las notas que aparecen en el boletín. Y mis padres empiezan con la perorata de que tengo que ser más activo.

Bah, mi padre no, porque papá es igual a mí y me comprende. Más bien mi madre, que es todo lo contrario y no capta que uno no puede ser quien no es. Además, ¿quién dice que alguien que participa en clase sabe más que otro que no? Nunca entendí ese concepto. La mayoría de las veces que un profe hace una pregunta, me sé la respuesta, pero ni a palos levanto la mano.

Estoy seguro de que si lo hago y el profesor me da la palabra, todas las cabezas se girarían a observarme y se preguntarían quién es ese loco sentado ahí en su clase, que está con el brazo levantado.

Le tengo fobia a la atención excesiva sobre mi persona.

No, no entré ayer. Llegué hace cuatro meses a este liceo, y desde el primer día ocupo el mismo asiento del salón, en la tercera fila a la izquierda, debajo de la ventana.

Tengo un mecanismo propio para ordenar mis pensamientos: a través de la creación de listas y teorías.

Así que agrupé y seleccioné algunos de los distintos tipos de compañeros o grupos de compañeros con los que me topo en mi liceo, y —en contraposición— mi lugar en ese listado.

El resultado es el siguiente:

  1. Futboleros
    Llevan un corte de pelo parecido, la rompen jugando al fútbol y ese deporte es la prioridad número uno en sus existencias. Se juntan después de clase para ir a las prácticas. Los fines de semana se reúnen a ver partidos de ligas europeas de las que no tengo idea (ni me interesan). Después se pasan la semana entera hablando del resultado, del offside de no sé quién, de «transpirar» y defender la camiseta, que para ellos es la razón de ser de la raza humana. ¡Ah! No solo se copian el peinado, también las poses: se paran con ambas manos en las caderas y miran a lo lejos, entrecerrando los ojos, arqueando las cejas, como si el sol les diese de lleno en el rostro… aunque estén dentro del gimnasio cerrado del liceo, que tiene solo dos ventanas sucias, altas y pequeñas, y que se ilumina con varias bombitas de luz eléctrica que viven quemadas.
  2. Nerds
    Caminan por los pasillos con caras largas, cabizbajos y estresados porque en el último oral se sacaron un 10, cuando esperaban «por lo menos un 11».
  3. Músicos
    Forman bandas y grupos con nombres extravagantes en otro idioma (en mi liceo, al menos hay tres: The Coolest Place, Whatever Tomorrow y Evil I am) y ridículos en español (#Ternuritayotequiero y #Decimeyvoy son dos de mi generación). En clase, hacen que tocan instrumentos en el aire, como si estuviesen marcando acordes imaginarios, con las manos y con los pies, y se proyectan sobre un escenario frente a una horda de gente que los aclama.
  4. Chicas
    Para mí vienen de otra galaxia, de un planeta desconocido, lejano, inaccesible. Hablan, hablan y ¡hablan! Y como si eso no alcanzase, se escriben cosas en internet, como:

    X: Te amo, mejor amiga.
    B: Yo más.
    X: No, yo más, bombona.
    B: Sos diosa, eh?
    X: Aprendí de la mejor.
    B: Bomba, siempre juntas

    Completamente incomprensible. Más aún cuando por alguna razón se dejan de hablar, se distancian y se evitan en los corredores, para luego amigarse y volverse, otra vez, inseparables. Cierto que no todas son así, lo comprobé cuando conocí a Inés, pero esta subdivisión no podía faltar en mi listado.
  5. Fans de youtubers
    Repiten expresiones de su youtuber favorito y se ríen por horas.
  6. Cosplayers
    Se visten como sus personajes preferidos de cómics, cine, libros, animé, manga y videojuegos. Sin ninguna vergüenza, salen disfrazados, por ejemplo, de codorniz gigante, a la vez que te hablan del próximo escrito de Matemáticas.
  7. YO
    Lucas Santino Berriel Infanti.

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