Esta escuela está embrujada

Fragmento

—¡No, no y no! Me niego rotundamente a pasarme otro año más sobre el escritorio —dijo girando el globo terráqueo mientras los países y los hemisferios se mareaban de dar tantas vueltas.

—¿Y se puede saber en dónde le gustaría ubicarse al señor globo? —preguntó la silla de la maestra con tono burlón.

El globo paró en seco sobre su eje y casi se caen el océano Índico y el mar Caspio.

—Yo quiero un lugar de más altura. Este año quiero estar… encima de la biblioteca.

—¡¿Qué?! —saltó la biblioteca de madera oscura con vidrios transparentes, repleta de libros y de materiales diversos, y de un golpe abrió sus puertas para contestarle al desubicado del globo terráqueo—: ¡Sobre mí, ni lo sueñes! Yo bastante tengo encima: las cajas, los biblioratos que no entran en los estantes y, por si fuera poco, cuando llega el calor me colocan recipientes de plástico con germinadores y quedo llenita de brotes de lentejas, de porotos frutilla y de porotos de manteca.

—Eso es porque estás al lado de una banderola y les entra más luz para la fotosíntesis —intervino la papelera, que había estado callada en el rincón.

—¡Qué fotosíntesis ni qué porotos de soja! —se exaltó la biblioteca—. Yo soy una pieza importante del mobiliario del aula y no tengo por qué aguantar germinadores y mucho menos al gordo del globo terráqueo con todos esos países y los berretines de cultura geográfica que tiene.

La discusión se estaba tornando acalorada y en medio de la noche los gritos en la escuela del barrio se oían con claridad. De pronto intervino el escritorio de roble. Carraspeó como era su costumbre y abriendo un cajón dijo:

—La verdad es que si el globo terráqueo se quiere ir sobre la biblioteca, a mí me sacaría un peso de encima. Bastante tengo con soportar la pila de cuadernos para corregir, la cartera de la maestra, las hojas de garbanzo, los portalápices que me rayan todo. Soy de una madera noble, por si no lo notaron —dijo con cierta soberbia.

—¡Y dale con lo de madera noble! —se fastidió la biblioteca.

—Yo no soy un escritorio cualquiera, te lo recuerdo. Tengo un pasado glorioso. Me crié en una casa muy importante. Mis dueños…

—No empecemos otra vez con los aires de grandeza, que no te aguanto —saltó la papelera—. No te olvides de que te donaron a la comisión de fomento y terminaste acá, en este salón. Este es un trabajo digno.

—Yo no reniego del trabajo —dijo el escritorio—. Digo que tengo mi prestigio y que un globo terráqueo, que además se la pasa girando todo el año, bien se podría ir a otro lugar.

—Mirá, si nos vamos poner en este plan de no estar conformes —subió de tono la papelera—, yo me doy vuelta y no me tiran más ni un papel arrugado, ni viruta del sacapuntas, y menos envoltorios de alfajores.

La discusión iba cada vez peor y entonces la luz, que tenía una sola bombita y que se usaba poco porque en el salón había ventanales que daban al patio, decidió intervenir para calmar los ánimos y se prendió y se apagó como diez veces. Cuando se encendió, todos los involucrados hicieron oooooohhhh y cuando se apagó gritaron aaaaaahhh. Al principio se callaron, pero al cabo de un rato la discusión continuó.

—Si todos van a cambiar de lugar, nosotros…, hablo en nombre de todos mis compañeros —aclaró el banco—, vamos a movernos porque estamos hartos de mirar siempre hacia delante.

—¡Típica conducta adolescente! —se quejó la biblioteca—. Estos mocosos no tienen respeto por los espacios de los mayores.

El pizarrón, que había estado observando, no se pudo contener y les contestó a los bancos:

—Ustedes no pueden ponerse de cualquier forma porque acá adelante, mis queridos, estoy yo, o sea, el pizarrón, y los niños tienen que mirar lo que el maestro escribe sobre mí. Por si no se dieron cuenta.

—¡Ay, el pizarrón, el señor importante! Te recuerdo que el año pasado se te salieron varios clavos y quedaste chueco como por un mes —y se mataron de risa todos los bancos.

—Esto es intolerable. ¡Que alguien les ponga límites a estos atrevidos! —gritó ofuscado el pizarrón, negro de bronca.

La luz se apagó por un rato largo y en la oscuridad parecía que todo se había calmado, pero de repente se oyó un bochinche tremendo y cuando la luz decidió encenderse el panorama era espeluznante. El globo terráqueo se había tirado desde el escritorio y giraba por toda la clase: Europa, Asia, América, la Antártida, Oceanía, Europa, Asia, América, la Antártida, Oceanía… No se quedaba quieto ni un momento. Los bancos se apilaban contra las paredes; uno se había arrimado a la silla de la maestra y le hacía cosquillas. La papelera se había dado vuelta y estaba subida sobre el escritorio, que protestaba gritando: ¡Soy de roble! ¡Soy de roble! La biblioteca abría y cerraba las puertas indignada porque ella era una señora respetable que no toleraba aquel relajo espantoso. El pizarrón vociferaba: ¡Basta, basta, basta! La situación era terrible dentro del salón. Para peor, apareció el cuadro de un prócer que venía de la dirección y al ver aquello trató de imponer respeto, como era su costumbre, pero terminó colgado al costado del pizarrón gritando: ¡Bájenme de aquí! ¡Yo voy en la pared de la dirección!

La señora Etelvina vivía enfrente de la escuela del barrio y se había quedado mirando una película hasta tarde. A esa escuela habían ido sus hijos y al día siguiente empezaba las clases su nieto más chico. Súbitamente le pareció oír una discusión, bajó el volumen de la tele, se acercó a la ventana y lo que contempló la dejó perpleja. No solo se oían gritos y muebles que eran arrastrados; también las luces se encendían y apagaban. Del julepe que se pegó despertó a su vecina y juntas salieron a la calle a ver qué era lo que ocurría. En la vereda se habían reunido varias personas: don Atilio, el carnicero; el señor Leopoldo, que salió con el perro por las dudas, y una joven que llegaba del cine con su novio. Aquello era muy extraño y todos estaban aterrorizados. Los bomberos no tardaron en llegar; tampoco la policía, y el verdulero, don Tomás, vino en la bicicleta lo más rápido que pudo. Para qué vino don Tomás el verdulero nadie lo sabe, pero lo cierto es que llegó con el patrullero.

Al oír las sirenas hubo una estampida dentro de la escuela y las luces se apagaron de inmediato.

A la mañana siguiente la escuela abrió sus puertas. Empezaba un nuevo año, las maestras estaban rodeadas de niños en el patio, los padres se despedían de sus hijos y la directora tocó el timbre. Cuando entraron a cada clase, todo estaba en su sitio: la biblioteca con sus puertas de vidrio y su interior llenito de libros, la papelera en un rincón, los bancos todos alineados mirando hacia el piz

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