La máscara de la diversidad

Fragmento

PRÓLOGO

―¿Ese tema? ¿Te parece…?

―¡Sería una pegada!

―¡Estás loco! Fernando es además político, no podés meterlo ahí, es delicado.

―Lo matás. Se le viene en contra la comunidad, y él siempre fue pro.

―Está muy bueno el tema, pero no sé si es el momento.

―Yo recomendaría no meterse en ese terreno. Desde el punto de vista legal es un riesgo que no aconsejo correr.

Palabras más, palabras menos, recuerdo que surgieron este tipo de frases, en el marco de reuniones de trabajo en mi editorial, deliberando cuál podría ser el tema de mi próximo libro. Alternadamente participaban mi amigo y ex gerente general de Random House, Luis Sica; el actual gerente general, Rodrigo Arias; el abogado de la editorial; mi entrañable editora, Mariana Zabala, y mi consejero y hermano, Martín Bueno.

Año tras año, a veces en más de una oportunidad, ponía el tema de la diversidad sexual sobre la mesa y escuchaba las mismas devoluciones, que se repetían una y otra vez. Mi inquietud era aproximarme a un amplio segmento de la población que estaba “tapado” —y que por diversas razones ahora ganaba visibilidad—, así como conocer qué yace debajo de esa alfombra.

Con café y mate como acompañantes, insistía con mi tema, casi como en un ritual.

Mis interlocutores intentaban cuidarme, y cuidarse también. Ya desde entonces quedaba claro que era un tópico que merecía ser tratado, investigado y desentrañado, con el estilo de mis trabajos. Sobrevolaba la tentación de que podía ser “taquillero”. Pero siempre, al final, predominaba el resquemor ante posibles efectos colaterales legales, sociales, ¡hasta electorales!

Aunque ellos no lo saben —y se están enterando al momento en que entrego estas líneas—, cada una de esas instancias me reafirmaba que tarde o temprano debía concretar este libro.

En aquellas tertulias quedaban de manifiesto algunos preconceptos que claramente están instalados en la sociedad casi como verdades absolutas. A partir de ellos fui construyendo algunas de las piedras angulares para abordar esta investigación. El desarrollo del libro mostrará qué tanto encierran de verdad, de fantasía, o de mito.

En primer lugar aparecía con fuerza la convicción de que la diversidad sexual en un sentido amplio, y específicamente la homosexualidad, podía verse como sinónimo de botín electoral. De ahí que al defender mis posturas prodiversidad una parte de la sociedad (que claramente no comparte mi visión) muchas veces intentaba atacarme políticamente, tomando el atajo de creer que mi interés tenía un fin proselitista, oportunista. Aparecía entonces el clásico: “¡Lo hacés para juntar votos! ¡Todo por los votos!”.

En segundo lugar, casi que en una contradicción, surgía el temor a que fuera “linchado”, aun cuando en mi actividad política claramente me he jugado a defender la agenda de derechos. Es que existía la sensación de que, pese a mis antecedentes, indagar en el orden de lo políticamente correcto —ahora instalado en la veneración a la diversidad— podía ser mal visto o incluso derivar en la “muerte” política y social de quien osara meterse, por ejemplo, con el poder rosa y demás variantes.

Simultáneamente, iba confirmando mi percepción de que en la sociedad estaban pasando cosas fuertes, cambios sociales profundos, ¡por suerte!, ¡al fin! Una minoría históricamente excluida, perseguida, escondida, ultrajada, discriminada, parece que ahora comenzaba a “meter miedo”. Y eso me generaba una enorme satisfacción interior.

¿Por qué entonces no le di para adelante y escribí sobre el tema? La respuesta tiene dos aristas, una producto del azar y otra de la coyuntura.

Hay una condición que se debe cumplir necesariamente para que yo pueda encarar este tipo de investigaciones: me tengo que enamorar del tema y del objeto de estudio. Me tiene que mover el piso y dejarme girando en el aire, desesperado por encontrar respuestas, ya sea que se trate de fenómenos políticos, institucionales, comunitarios, personales o religiosos que estén rodeados de cierta penumbra y elucubración de poder, y que se sitúen en lo que podríamos llamar “el backstage del Uruguay”, donde se suele creer que “se corta el bacalao”. El azar quiso que me fuera entusiasmando con otros temas en los que me hundí hasta el tuétano: la colectividad judía, los militares y los millonarios en Uruguay. Antes lo había hecho con la masonería en dos oportunidades (2008 y 2011), el Opus Dei (2009) y Óscar Magurno (2010).

El segundo aspecto, el de la coyuntura, tenía mucho que ver con mi profunda convicción política y ciudadana de la importancia de que nuestro país avanzara decididamente en materia de derechos humanos. Allí se mezclaban el político y el escritor, y cada tanto aparecía el dilema: ¿podría lograr la objetividad que aspiro en mis investigaciones estando en el medio del tiroteo parlamentario? Sabía que vendrían discusiones fundamentales en esos años y que desde mi lugar de representante nacional yo estaría defendiéndolos en la primera línea de fuego. No se puede estar “en la misa y en la procesión”, concluía (quizá es poco oportuna la vinculación religiosa, pero permítanme usarla por lo gráfico del dicho).

Se agregaba que en el medio de ese proceso de reformas legales —aprobación de leyes antidiscriminación, de unión concubinaria, de adopción homoparental, de identidad de género, de matrimonio igualitario, entre otras— un texto de estas características podría haber sido utilizado como material (tanto para fundamentar a favor como en contra) en esa contienda; por cierto, un aspecto que yo no habría permitido. También, habría privado al libro del análisis de la “foto” completa del proceso político y legislativo cuyo último capítulo tuvo lugar hace pocos meses, cuando se reglamentó la Ley Integral para Personas Trans.

Por eso este es el momento ideal para desembarcar en el mundo de la diversidad sexual en Uruguay, con claro énfasis en la homosexualidad (ya que, como veremos, juega un papel preponderante en esta historia). Recién aprobado el último bastión de esta avanzada de derechos, la provocativa ley Trans que puso una vez más al Uruguay en el foco del mundo como faro de igualdad de derechos y oportunidades, queremos ahora ir a fondo, interpelar y no quedarnos en la epidermis, mareados con las luces de la novedad.

Nos propusimos conocer la verdad de esa comunidad integrada por cientos de miles de uruguayos que quizá toda su vida o gran parte de ella han debido permanecer en la oscuridad por miedo al rechazo y la discriminación, o bien han dado el paso de la transparencia, pero pagando un costo alto.

Una catarata de preguntas comenzaron entonces a aflorar.

¿Cómo era en otros tiempos tener una orientación sexual distinta a la dominante heterosexualidad? ¿Y específicamente durante la dictadura? ¿Cómo se sobrevivía siendo gay? ¿Cómo fueron cambiando las costumbres? En las décadas de los 60, 70 y 80, en las que la homosexualidad se vivía estrictamente “pu

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