Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
PERSONAJES (por orden alfabético)
PRÓLOGO
Libro I. LOS LOBOS
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Libro II. LOS CORDEROS
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Libro III. LOS LEONES
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DESENLACE
NOTA DEL AUTOR
Para Erika Kutzi,
1922-2012,
quien me enseñó que el pasado sigue vivo
PERSONAJES
(por orden alfabético)
Amalrico I |
rey de Jerusalén |
Balián de Ibelín |
noble del reino de Jerusalén |
Blacwin |
templario normando |
Casandra |
una esclava |
Cuthbert de Durham |
monje benedictino |
Gaumardas |
templario francés |
Gérard de Ridefort |
Gran Maestre de los templarios |
Guido de Lusignan |
regente de Jerusalén |
Edwin |
presbítero de la orden de los cluniacenses |
Lady Escheva |
esposa del conde Raimundo |
Farid el Armenio |
jefe de caravanas |
Hugo de Lacy |
preceptor de Metz |
Hunfredo de Toron |
esposo de Isabela |
Lady Isabela |
hija de Amalrico I |
Kathan |
templario bretón |
Mercadier |
templario francés |
Raimundo III |
conde de Trípoli |
Reinaldo de Châtillon |
conde de Antioquía |
Reinaldo de Sidón |
noble del reino de Jerusalén |
Robert de Morvaie |
alguacil de Berwickshire |
Rowan de Lauder |
monje laico, criado de Cuthbert |
Lady Sibila |
hija de Amalrico I |
Ung-Jan |
señor de los kerait |
Yussuf Salah al-Din |
sultán de Siria y Egipto |
PRÓLOGO
Bretaña
Otoño de 1151
El viento del norte azotaba el mar en violentas ráfagas, lanzaba olas grises contra los arrecifes y finalmente las estrellaba contra las rocas negras, donde se disolvían convirtiéndose en blanca espuma.
Una solitaria figura estaba de pie en el acantilado, como si pretendiera enfrentarse a los enfurecidos elementos, con las manos unidas y la cabeza gacha. El joven llevaba el atuendo y las armas de un caballero; sin embargo, se había quitado el yelmo y el capuchón, y su espada estaba clavada en la tierra. El caballero hacía caso omiso del azote de la lluvia y del viento, que le revolvía los cabellos e hinchaba su manto. Mantenía la vista clavada en el pequeño montículo de piedras erigido en la parte más alta del arrecife y coronado por una cruz de madera en la que aparecían tres nombres tallados, unos nombres que resonaban en su mente amenazando con hacerle perder el juicio.
Clarisse.
Ruvon.
Alicia.
Permaneció allí durante un momento que parecía eterno mientras la lluvia le empapaba los ropajes y enfangaba la tierra bajo sus pies. El caballero permanecía indiferente a todo ello, como si el tiempo y el mundo ya no lo afectaran.
En cierto momento hincó las rodillas y, aferrado a su espada, con la cabeza inclinada y los ojos cerrados, evocó en silencio una oración. Entonces, cuando el dolor se volvió insoportable, levantó la cabeza y soltó un alarido de tristeza y desesperación, pero las ráfagas de la tormenta se llevaron sus gritos.
Nadie los oyó.
No obtuvieron respuesta.
De pronto el caballero se puso de pie, arrancó la espada de la tierra y la enfundó en la vaina que colgaba de su cinturón. Haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, abandonó el túmulo y se volvió a los dos animales que permanecían estacados un poco más allá, al amparo de una tumba m