Calles de Edimburgo + Castle Hill

Samantha Young

Fragmento

CALLES_DE_EDIMBURGO-1.html

Créditos

Título original: Uuntil Fountain Bridge / Castle Hill

Traducción: Ruth M. Lerga / Anna Casanovas

1.ª edición: febrero, 2015

© Samantha Young, 2012, 2013

© Ediciones B, S. A., 2015

para el sello B de Bolsillo

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

DL B 3557-2015

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-973-2

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

CALLES_DE_EDIMBURGO-2.html

Contenido

Portadilla

Créditos

CALLES DE EDIMBURGO

Nota para los lectores

1

2

3

4

5

6

7

8

9

CASTLE HILL. Una novela corta de Joss y Braden

Dedicatoria

1. La pedida

2. Misión cumplida

3. La boda

4. La luna de miel: primera parte

5. La luna de miel: segunda parte

6. La vuelta a casa

7. Castle Hill

Notas

CALLES_DE_EDIMBURGO-3.html

CALLES DE EDIMBURGO

CALLES DE EDIMBURGO

CALLES_DE_EDIMBURGO-4.html

Nota para los lectores

Nota para los lectores

Tras la publicación de Calle Dublín me sentí abrumada por la cantidad de lectores que se pusieron en contacto conmigo no solo para decirme cuánto habían disfrutado de la historia de Joss y Braden, sino también para expresarme su amor por Ellie y Adam, y pedirme más sobre ellos. Calles de Edimburgo es la respuesta a todas aquellas peticiones, con mi agradecimiento por su inquebrantable apoyo y entusiasmo.

Así que ahí van Ellie y Adam.

¡Feliz lectura!

CALLES_DE_EDIMBURGO-5.html

1

1

Siempre era lo mismo cuando buscabas algo en una pila enorme de «algos»: el algo que estabas buscando se hallaba en lo más bajo de esa enorme pila de algos. Después de un buen rato deposité la última caja en la otra punta del cuarto y me sequé el sudor de la frente.

Cuando me mudé al piso de Adam, hacía ya tres meses, le prometí que todas las cajas de trastos que había dejado en la habitación de invitados estarían clasificadas y colocadas en un par de semanas como máximo. Desgraciadamente no había cumplido con mi palabra, y no me avergonzaba decir que estaba todavía demasiado paralizada por el miedo al tumor como para reñirme a mí misma como correspondía. Me habían diagnosticado un tumor cerebral benigno —y aun así terrorífico— ocho meses antes, un diagnóstico que no solo traumatizó a mi familia y a mi amiga Joss, sino que sacudió a Adam, el mejor amigo de mi hermano, de pies a cabeza. Finalmente, había admitido delante de todo el mundo que estaba enamorado de mí, y desde entonces era raro el día que no habíamos estado juntos. A pesar de que nuestra relación había cambiado, seguíamos siendo nosotros, y Adam intentaba no tratarme como si fuera de cristal. De todas formas, me había dado cuenta de que me dejaba hacer cosas que no me hubiera permitido antes —como ocupar con mis cachivaches su minimalista dúplex de lujo—, y no sabía si era por mi mismo temor o porque habíamos pasado a ser pareja y estaba haciendo concesiones.

Me lancé sobre la última caja con un gruñido de triunfo y arranqué la cinta de embalar. Dentro encontré exactamente lo que estaba buscando y sonreí. Ya había volcado la caja y dejado caer mis viejos diarios cual cascada sobre el parqué de Adam cuando se me ocurrió que volcar una caja llena de diarios podría dejar arañazos. Hice un pequeño, estúpido aspaviento hacia las memorias desparramadas como si de ese modo, por arte de magia, fuera a suavizarse el impacto de su rápida caída.

No sirvió de nada.

Me arrodillé, recogí las libretas y revisé la madera. Nada. Gracias a Dios. Adam era arquitecto, y eso significaba que le gustaba que su espacio estuviera de una determinada manera, y esa manera tendía a ser impoluta, especialmente cuando todo le había costado una fortuna. Aquel suelo no era barato, Adam ya había cambiado su vida por mí, dando un giro de trescientos sesenta grados, pasando de hombre sin compromiso y orgulloso propietario de un piso de soltero a novio encantado y orgulloso propietario de un piso lleno de bártulos inservibles que su peculiar pareja, romántica hasta decir basta, recogía de los lugares más variopintos, incluyendo casas de caridad. Me había permitido dejar mi impronta en

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos