PRÓLOGO
Estoy convencido de que la mayoría de los padres nos sentimos orgullosos cuando vemos o escuchamos a uno de nuestros hijos aplicando algo que han aprendido de nosotros. Recordamos cómo reaccionaron el día que les enseñamos esa lección o les explicamos que ese comportamiento no era algo de lo que estar orgullosos. Recordamos la cara que pusieron, la rabia que sintieron cuando los corregimos o los animamos a hacerlo mejor.
«Él lo ha dicho primero» o «¡Ha empezado ella quitándome mi juguete!». Palabras para defenderse y justificarse. Sin embargo, ahí está ahora tu hija o tu hijo, enseñándole la misma lección a tus nietos, demostrándote que aquello que dijiste hace ya tantos años no ha caído en saco roto; que tus palabras fueron comprendidas y que siguen siendo válidas para la siguiente generación.
Sentimos orgullo, y un cierto alivio, al saber que las enseñanzas que nosotros recibimos en su momento siguen su recorrido. Quizá es lo único que podemos esperar: que la siguiente generación aprenda cómo se debe vivir, cuidándonos entre nosotros y respetando nuestra humanidad. Así que, imaginaos mi alegría cuando me pidieron que escribiera el prólogo para un libro de mi nieta, Mungi, sobre un principio que ha sido esencial en la educación de mis hijos y en la de toda nuestra comunidad.
El concepto de ubuntu simboliza para nosotros los aspectos fundamentales de la vida: valor, compasión y conexión. Siempre ha estado presente en mi vida. Desde muy pequeño, entendí que ser reconocido como una persona con ubuntu era uno de los elogios más bonitos que te podían decir. Casi a diario, nos animaban a utilizarlo con la familia, los amigos y los desconocidos, con todos por igual. Siempre he dicho que la idea y la práctica del ubuntu es uno de los mejores regalos que África le ha hecho al mundo; una idea con la que, por desgracia, no demasiada gente está familiarizada. Existe un proverbio africano en casi todas las lenguas del continente que describe a la perfección el concepto de ubuntu y que se traduciría más o menos así: «Una persona es persona a través de los demás». Esto significa que todo lo que aprendemos y experimentamos lo hacemos a través de las relaciones que establecemos con la gente que nos rodea. Por lo tanto, debemos ser conscientes de nuestras acciones y pensamientos no solo por cómo nos afectan a nosotros, sino también por el impacto que causan en los demás.
Lo que nos enseña este proverbio, y el ubuntu en general, se parece a la regla de oro presente en casi todas las enseñanzas basadas en la fe: «Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti». Pero el ubuntu va un paso más allá. No solo debemos estar atentos a lo que hacemos, sino a cómo lo hacemos. Cómo vivimos, hablamos y caminamos nos define tanto como nuestros actos. Una persona con ubuntu es alguien que valora todo lo que le rodea. Así pues, no es solo una forma de comportarse, ¡es una forma de ser!
Ubuntu para la vida diaria te ofrece la oportunidad de reflexionar sobre cómo valerte del ubuntu para convertirte en una persona conciliadora que ve en cada interacción la posibilidad de mejorar su entorno. Las historias que Mungi comparte en este libro conectan con nosotros en un nivel o en otro. Son los retos a los que nos enfrentamos a diario en un mundo con ubuntu. Cada día es una oportunidad para mostrarse solidario y para cuidar y cultivar nuestras relaciones, ya sea a través de palabras, acciones o incluso del silencio y la inactividad.
Me siento feliz y orgulloso de poder recomendarte este libro que resume una filosofía que tanto ha significado para mí; y encima lo ha escrito mi nieta. Estoy convencido de que te abrirá los ojos, la mente y el corazón a una forma de ser, de existir en el mundo, y en consecuencia hará de este un lugar mejor y más solidario.
Que Dios te bendiga.
Arzobispo Desmond Tutu
Ciudad del Cabo, Sudáfrica
Mayo de 2019
«Cuando queremos elogiar
a alguien decimos:
“Yhu, u nobuntu”; “Vaya, él o ella
tiene ubuntu”. Significa que
es generoso, que es acogedor,
que es amable, generoso
y compasivo.»
Arzobispo Desmond Tutu,
Sin perdón no hay futuro
El ubuntu es una forma de vida de la que todos podemos aprender. Y es una de mis palabras favoritas, una palabra pequeña capaz de resumir una gran idea. De hecho, me despierta unos sentimientos tan profundos que la llevo tatuada en la muñeca derecha. Originaria de la cultura sudafricana, engloba todas nuestras aspiraciones sobre cómo vivir bien y en armonía con los demás. Lo sentimos cuando conectamos con otras personas y compartimos una sensación de humanidad; cuando escuchamos con atención y experimentamos una conexión emocional; cuando nos tratamos a nosotros mismos y a los demás con la dignidad que merecemos.
Existe ubuntu cuando la gente se une por un bien común. En un mundo tan caótico y a menudo complicado como el nuestro, los valores que transmite son más importantes que nunca. El ubuntu nos recuerda que, si nos unimos, somos capaces de superar los problemas y las diferencias que nos separan. No importa quiénes seamos, dónde vivamos o de qué cultura provengamos; el ubuntu nos puede ayudar a coexistir en paz y armonía.
He tenido la suerte de criarme en una comunidad que me enseñó la práctica del ubuntu como una de mis primeras lecciones vitales. Mi abuelo, el arzobispo Desmond Tutu, me explicó su esencia con estas palabras: «Mi humanidad está unida a la tuya, profundamente conectada a ella».
Mi familia me educó para que entendiera que una persona con ubuntu es alguien cuya forma de vida merece ser imitada. La base de esta filosofía es el respeto, por uno mismo y por los otros. Por eso, si eres capaz de ver a los demás, incluso a los desconocidos, como humanos de pleno derecho, jamás los tratarás mal o como si fueran inferiores.
La vida en las complejas sociedades actuales está llena de dificultades y preocupaciones. Hay muchos libros de autoayuda que intentan guiarnos en nuestro día a día; nos recomiendan que meditemos, que reflexionemos, que busquemos las respuestas en nuestro interior porque es el único lugar donde las encontraremos. Se insiste en la importancia del autocuidado.
Y aunque es cierto que debemos dedicar tiempo a la introspección, el ubuntu nos enseña que también debemos buscar respuestas en el exterior para tener una visión más amplia, una versión distinta de la historia. El ubuntu consiste en conectar con los otros, hombres y mujeres, porque solo a través de ellos encontraremos el consuelo, la alegría y la sensación de pertenencia que necesitamos. El ubuntu nos dice que un individuo no es nada sin el resto de los seres humanos; y esto nos incluye a todos, sin tener en cuenta raza, religión ni color. Acepta nuestras diferencias y las celebra. Hay un proverbio que define a la perfección esta idea; dice así: «umuntu, ngumuntu, ngabantu» («una persona es persona a través de los demás»).
El concepto de ubuntu está presente en casi todas las lenguas bantúes africanas. Comparte raíz con el término «bantu», que significa «gente» y hace referencia a la importancia de la comunidad y de la conexión entre sus miembros. Es más, el término ubuntu, y todas las palabras relacionadas con él, es conocido en muchos otros países africanos y en sus culturas: en Ruanda y Burundi, significa «generosidad humana»; en algunas zonas de Kenia, el concepto «utu» hace referencia a la idea de que cualquier acción debería tener como objetivo el bien de la comunidad; en Malaui es «uMunthu», concepto según el cual un individuo aislado es como un animal salvaje, mientras que dos o más forman una comunidad. La idea de que «yo soy porque tú eres» está presente en todos estos países.
En 1994, después de las primeras elecciones democráticas de Sudáfrica, mi abuelo acuñó el término «Nación del Arcoíris» para simbolizar la unidad de las distintas culturas de su país tras la caída del apartheid. En este libro encontrarás catorce lecciones basadas en el ubuntu, el mismo número de capítulos que tiene la constitución sudafricana.
El ubuntu es el principio básico de todo el trabajo que mi abuelo ha realizado a lo largo de su vida. Yo, como miembro de la Fundación Tutu en el Reino Unido, también aspiro a vivir según sus enseñanzas y te propongo iniciarte en esta filosofía con la esperanza de que tu experiencia vital mejore tanto como lo ha hecho la mía. Espero que te anime a conectar con la gente que te rodea, ya sean amigos o desconocidos, porque son los que hacen de ti la persona que eres.
«Sawubona!»
«¡Te veo!»
(Saludo típico sudafricano)
Si somos capaces de vernos a nosotros mismos en los otros, nuestra existencia será más plena, más amable y más consciente. Si miramos a los demás y nos vemos reflejados en ellos, inevitablemente los trataremos mejor.
Eso el ubuntu.
Sin embargo, no debemos confundirlo con la amabilidad. La amabilidad es algo que, sin duda, debemos practicar, pero el ubuntu es más profundo. Reconoce el valor intrínseco de cada ser humano, empezando por uno mismo.
El ubuntu guio la lucha contra el apartheid, un sistema duro e institucionalizado de segregación racial vigente hasta 1994, que obligaba a blancos y negros a vivir completamente separados. El antiapartheid nunca fue un movimiento «antiblancos», sino una lucha para que todos los sudafricanos fueran vistos y tratados como iguales. Hacer frente a la adversidad y a la opresión, mantenerse fieles al ubuntu y aplicarlo en la vida diaria fue la mejor manera de superar la división. Fue el regalo que Sudáfrica le hizo al mundo entero.
He tenido la suerte de crecer rodeada de un montón de gente sabia. Mi madre, Nontombi Naomi Tutu, es activista por la paz, feminista, conferenciante y, desde hace poco, pastora de la Iglesia anglicana. Mis abuelos estuvieron en primera línea del movimiento antiapartheid y mi abuelo ganó el Premio Nobel de la Paz en 1984 por su lucha no violenta contra el sistema. Empaparme de sus palabras, de sus experiencias, sus risas y sus creencias, me ha ayudado mucho; su forma de vivir la vida, siempre al servicio de los demás, es en gran medida el paradigma del ubuntu.
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La lucha contra el apartheid en Sudáfrica fue la respuesta a la colonización y a la opresión de negros, coloured (mestizos) y asiáticos sudafricanos. Miles de personas perdieron la vida y la violencia destruyó el país; la recuperación costó años. Todo terminó en 1994 con la celebración de las primeras elecciones democráticas, aunque a día de hoy Sudáfrica sigue trabajando para superar las consecuencias del apartheid.
En 1984, mi abuelo cogió un avión a Noruega para recibir el Premio Nobel. Como sacerdote, estaba comprometido con la lucha por la justicia desde la no violencia y, al mismo tiempo, aprovechaba su posición para mostrar al mundo el dolor y las desigualdades provocadas por el apartheid. Quería que todo el mundo viera el efecto que estaba teniendo en los sudafricanos.
El comité de organización comunicó a todos los galardonados que se celebraría una ceremonia en la Universidad de Oslo y que podían invitar a tanta gente como quisieran. Mi abuelo se tomó el ofrecimiento al pie de la letra e invitó a toda la familia, a la cercana y a la no tan cercana; al final, en su lista había unas cincuenta personas. Llegaron amigos de todo el mundo: Sudáfrica, Estados Unidos, Lesoto, Reino Unido; personas a las que mi abuelo conocía bien y con las que había compartido buena parte de su vida.
Aquella tarde hubo una amenaza de bomba y el auditorio de la universidad tuvo que ser evacuado. Fue una falsa alarma y finalmente mi abuelo pudo subir al escenario a recoger el premio. Una vez arriba, se detuvo un instante para observar al público y, de pronto, fue consciente de que su nominación había sido posible gracias a toda aquella gente que abarrotaba la sala y de que todo lo que había conseguido en la vida había sido con la ayuda de los demás.
Más tarde, durante la fiesta, cuando los músicos ya se habían marchado, pero todos los invitados, incluido el rey de Noruega, continuaban aún en la sala, los invitados sudafricanos amenizaron la celebración con sus cánticos, haciendo así más notoria su presencia.
El ubuntu nos enseña que si somos lo que somos es precisamente gracias a los otros. El mérito no solo es de nuestros padres por habernos traído al mundo, sino de los cientos, miles de relaciones, más o menos importantes, que nos han ido enseñando lecciones sobre la vida y sobre cómo vivirla de la mejor manera posible. Nuestros padres nos enseñan a andar y a hablar; los profesores, a leer y escribir. Posiblemente hayamos tenido un mentor que nos ha ayudado a encontrar nuestra vocación y una pareja con la que hemos descubierto las emociones, tanto buenas como malas. Cada una de estas interacciones nos ha convertido en lo que somos ahora.
Sin embargo, en Occidente sigue triunfando la idea del «hecho a mí mismo». Aplaudimos a aquellas personas que, a nuestro parecer, han alcanzado la fama y la fortuna gracias a su propio esfuerzo, ignorando el hecho de que nada se consigue de la nada. Nos enseñan que competir es la mejor forma de realizarnos y de progresar, cuando en realidad solo genera comparaciones innecesarias y sentimientos de inferioridad.
¿Cuántas veces has comparado tu vida con la de los demás y has pensado que la tuya es peor? ¿Cuántas veces has deseado tener más, a pesar de todo lo que ya tienes? Una casa más grande. Más dinero. Más trabajo, más tiempo libre.
El auge de las redes sociales juega un papel muy importante cuando se trata de alimentar nuestra insatisfacción. Cada vez que abrimos Facebook o Instagram nos asomamos a una ventana a través de la cual vemos las vidas ajenas. Las fotos se repiten y se retocan tantas veces como haga falta para conseguir que sean atractivas. Familias felices y sonrientes que viven en casas perfectas, dan fiestas perfectas y tienen trabajos y relaciones perfectas.
Disfrutamos celebrando las cosas buenas que les pasan a nuestros amigos, pero la mayoría también seguimos a un montón de desconocidos que, a simple vista, viven vidas más plenas, más divertidas y más brillantes que las nuestras; y aunque no los conocemos personalmente, influyen en nuestros deseos, en cómo nos sentimos y en nuestras aspiraciones vitales. Llegamos así a la conclusión de que la vida de un influencer es infinitamente mejor que la de una persona normal y corriente.
El ubuntu nos enseña lo contrario; nos dice que todos los seres humanos valemos lo mismo porque lo más importante que poseemos es precisamente nuestra humanidad. En vez de compararnos unos con otros, deberíamos valorar lo que los demás aportan a nuestras vidas. Porque también hay buenos influencers. Yo hace tiempo que no uso las redes sociales, pero todavía sigo a algunos, normalmente a través de podcasts, que se centran más en crear buenos contenidos que en ganar dinero a toda costa. Comparten mensajes, entrevistas y consejos sobre temas tan importantes como la salud mental, el bienestar, el trabajo o las relaciones personales.
Piensa en quién ha hecho de ti la persona que eres ahora. Siéntate y haz una lista de toda la gente que te ayuda en tu día a día; seguro que has incluido a tus padres y a tus amigos. Ahora intenta ampliar el círculo. Hay más gente de la que pensabas, ¿verdad? El mecánico que te arregla el coche para que puedas irte de fin de semana, la camarera que te perdona unos céntimos cuando no te llega para pagar el café de la mañana o la persona que te deja pasar para que no llegues tarde. Todas estas interacciones, aparentemente insignificantes, te ayudan a avanzar en la vida. Las acciones de todas esas personas mejoran tu día a día del mismo modo que tú puedes mejorar el suyo.
Piensa en la gente a la que tú ayudas. Haz otra lista. La amiga que te pide consejo, el compa