Escúchate a ti mismo
ESCUCHA TUS propios sentimientos; no hace falta que mires a tu alrededor. Y si miras a los demás, no ves exactamente qué les ocurre porque su rostro no es su realidad, como tampoco lo es tu rostro. Su aspecto exterior no es el interior, igual que te ocurre a ti.
No mires a los demás; mírate a ti mismo. Y deja que salga lo que hay en tu interior, aunque corras riesgos. No existe mayor riesgo que la represión.
Ahí radica la hipocresía de la sociedad: en no mostrar lo interno, el centro, el verdadero rostro, mostrarlo solo a quien es realmente íntimo y puede comprenderlo. Pero ¿a quién puede considerarse íntimo? Ni siquiera los amantes muestran sus verdaderos rostros. Porque nadie sabe nada, en este momento alguien es tu amante, y al momento siguiente no lo es. Por eso, cada cual es como una isla, algo cerrado.
No mires a los demás; mírate a ti mismo. Y deja que salga lo que hay en tu interior, aunque corras riesgos. No existe mayor riesgo que la represión. Si te reprimes, perderás todo entusiasmo, todo apetito por la vida. Perderás toda tu vida si sigues reprimiendo cosas. Es algo tóxico, que envenena al ser.
Escucha tu corazón, y haya lo que haya en él, sácalo al exterior. Al cabo de poco tiempo lo conseguirás y lo disfrutarás. Y una vez que aprendas a ser veraz, es tan hermoso que nunca estarás dispuesto a ser falso. Nos decidimos por la falsedad porque no hemos probado lo real. Reprimimos lo real desde la infancia. Antes de que un niño se dé cuenta de lo que es real, se le enseña a reprimirlo, y sigue suprimiéndolo de una forma mecánica, inconsciente, sin saber lo que hace.
Sé sincero contigo mismo: no existe otra responsabilidad. Hemos de ser responsables con nuestro ser. Tienes que responder ante tu ser, y Dios no va a preguntarte por qué no has sido otra persona.
Una vez que aprendas a ser veraz, es tan hermoso que nunca estarás dispuesto a ser falso. Nos decidimos por la falsedad porque nunca hemos probado lo real.
Cuentan que cuando el místico hasid Josiah estaba moribundo, alguien le preguntó por qué no estaba rezando a Dios, y si tenía la certeza de que Moisés prestaría testimonio a su favor. Contestó: «Voy a decirte una cosa. Dios no me va a preguntar por qué no soy un Moisés. Me va a preguntar por qué no soy un Josiah.»
En esto radica el problema, en cómo ser uno mismo. Y si puedes resolverlo, lo demás no será problemático. La vida es un hermoso misterio para ser vivido, no un problema para resolver. Sencillamente, vivir y disfrutar de ello.
Confía en ti mismo
LA CONFIANZA solo es posible si primero confías en ti mismo. Lo fundamental ha de ocurrir primero en tu interior. Si confías en ti mismo, podrás confiar en los demás, en la existencia, pero si no es así, no hay posible confianza en nada.
Y la sociedad destruye la confianza desde la raíz misma. No te permite confiar en ti mismo. Enseña otro tipo de confianza: en los padres, en la iglesia, en el estado, en Dios… ad infinitum. Pero la confianza básica se destruye, y las demás son pura farsa, como flores de plástico, porque no tienes raíces reales para que crezcan flores de verdad.
La sociedad lo hace a propósito, porque una persona que confía en sí misma le resulta peligrosa: la sociedad depende de la esclavitud, ha invertido demasiado en la esclavitud. Quien confía en sí mismo es independiente. No se puede predecir qué va a hacer, porque actúa libremente. La libertad es su vida. Tendrá confianza cuando tenga sentimientos, amor, y su confianza será tremendamente intensa y verdadera, estará viva, será auténtica. Y entonces estará dispuesto a arriesgarlo todo por ello, pero solo cuando lo sienta, cuanda sea verdadero, cuando mueva su corazón, cuando mueva su inteligencia y su amor. No se le puede obligar a creer sin más ni más.
Esta sociedad depende de las creencias. Su estructura se basa en la autohipnosis, en crear robots y máquinas, no personas. Necesita personas dependientes, hasta tal punto que siempre les hace falta ser tiranizadas, hasta tal punto que buscan y encuentran a sus tiranos, a sus Hitlers, Mussolinis, Stalins y Mao Zedongs. Esta tierra, esta maravillosa tierra, la hemos convertido en una gran prisión. Unas cuantas personas ansiosas de poder han reducido la humanidad a una masa. Solo se permite existir a quien adquiere compromisos estúpidos.
Esta tierra, esta maravillosa tierra, la hemos convertido en una gran prisión. Unas cuantas personas ansiosas de poder han reducido a toda la humanidad a una masa. Solo se permite existir a quien adquiere compromisos absurdos.
Decir a un niño que crea en Dios es una completa estupidez, no porque Dios no exista, sino porque el niño aún no ha experimentado la necesidad, el anhelo, porque aún no está preparado para ir en busca de la verdad, de la verdad última de la vida. Aún no tiene madurez suficiente para preguntarse sobre la realidad de la existencia. Esa historia de amor ocurrirá algún día, pero solo si no se le impone ninguna creencia. Si se le convierte antes de que haya aparecido su sed de conocer, de explorar, pasará toda su vida de una forma falsa, en una pseudovida.
Sí, hablará de Dios, porque le han enseñado que Dios existe. Se lo han contado con gran autoridad personas que ejercieron gran influencia durante la infancia: sus padres, los sacerdotes, los profesores. Se lo han contado y tiene que aceptarlo; es una cuestión de supervivencia. No podía decir no a sus padres, porque sin ellos no habría sobrevivido. Corría demasiado peligro al decir no; tenía que decir sí. Pero sus ojos no dicen la verdad.
¿Cómo pueden decir la verdad? Dice que sí solo por una cuestión de política, de supervivencia. No has hecho de tu hijo una persona religiosa; lo has convertido en un diplomático, en un político. Has saboteado su potencial para que llegue a ser un auténtico ser humano. Lo has envenenado. Has destruido la posibilidad misma de su inteligencia, porque la inteligencia solo surge cuando surge el deseo de conocimiento. Y en este caso, ese deseo no surgirá, porque antes de que la pregunta se haya adueñado de su alma, ya se le ha dado la respuesta. Antes de que tuviera hambre, se le obligó a comer. Y ahora, sin hambre, no puede digerir esa comida que le metieron a la fuerza; no tiene hambre para digerirla. Por eso la gente vive como tuberías por las que pasa la vida como comida sin digerir.
Hay que ser muy pacientes con los niños, tener mucho cuidado de no decir nada que obstaculice el surgir de su inteligencia.
Hay que ser muy pacientes con los niños, tener cuidado de no decir nada que obstaculice el surgir de su inteligencia, para no obligarlos a ser cristianos, hindúes o musulmanes. Se necesita una paciencia infinita. Un buen día ocurre el milagro, cuando el niño empieza a preguntarse. No le des respuestas ya hechas. Estas respuestas no sirven de nada; son absurdas. Debes ayudarle a ser más inteligente. En lugar de ofrecerle respuestas, ofrécele situaciones y retos, de modo que se agudice su inteligencia y plantee preguntas más profundas; así las preguntas llegarán al centro mismo, se convertirán en cuestiones de vida o muerte.
Pero eso no se permite. Los padres tienen miedo, y también la sociedad. Si se permite que los niños sean libres, ¿quién sabe? Quizá no vuelvan al redil al que pertenecían los padres, quizá no vayan nunca a la iglesia, católica, protestante o lo que sea. ¿Quién sabe qué puede ocurrir cuando sean inteligentes por sí mismos? Ya no estarán bajo tu control, y esta sociedad utiliza una política cada vez más complicada para controlar a todo el mundo, para poseer el alma de todo el mundo.
Por eso, lo primero que tienen que hacer es destruir la confianza: la confianza del niño en sí mismo, la seguridad en sí mismo. Tienen que hacerle miedoso e inestable. Si tiembla, se le puede controlar, mientras que si tiene confianza es incontrolable, tratará de imponerse y de seguir su camino. No querrá seguir el camino de otros. Realizará su propio viaje y no satisfará los deseos de viajar de otros otros. No será un imitador ni una persona aburrida, muerta. Tendrá tanta vida, tal pulsión de vida, que nadie podrá controlarlo.
Si destruyes su confianza, le castras. Le arrebatas su poder, y así siempre será impotente y necesitará a alguien que le domine, le dirija y le dé órdenes. Será buen soldado, buen ciudadano, buen nacionalista, buen cristiano, musulmán o hindú.
Sí, será todo eso, pero no un verdadero individuo. No tendrá raíces, vivirá desarraigado toda su vida. Y vivir sin raíces significa llevar una vida desgraciada, infernal. Los árboles necesitan raíces en la tierra, y las personas son como árboles que necesitan raíces en la existencia, pues si no llevarán una vida sin inteligencia.
Hace unos días, leí lo siguiente: tres médicos, viejos amigos, se encontraron cuando estaban de vacaciones. En la playa, al sol, se pusieron a fanfarronear. Uno dijo:
—Me trajeron a un hombre que había perdido las dos piernas en la guerra. Le puse piernas artificiales, y fue un milagro. ¡Es uno de los mejores corredores del mundo! Tiene muchas posibilidades de ganar en los próximos Juegos Olímpicos.
Otro dijo:
—Eso no es nada. A mí me trajeron a una mujer que se había caído del trigésimo piso de un edificio, y le quedó la cara completamente destrozada. Hice un trabajo excelente de cirugía estética. Y el otro día me enteré por la prensa de que es Miss Universo.
El tercer médico era un hombre modesto. Los otros dos le miraron y preguntaron:
—¿Qué has hecho últimamente? ¿Alguna novedad?
Respondió:
—Nada especial… y además, no se me permite hablar sobre ello.
A sus dos colegas les picó la curiosidad e insistieron:
—Pero somos amigos; guardaremos el secreto. No te preocupes, que no trascenderá.
Así que dijo:
—Vale. Si me lo prometéis… Me trajeron a un hombre que se había quedado sin cabeza en un accidente de tráfico. Yo no sabía qué hacer. Salí al jardín para pensar, y me encontré una col. Como no vi nada más, le puse al hombre la col en el lugar de la cabeza. ¿Y sabéis qué? Pues que ese hombre es ahora el presidente de Estados Unidos.
Se puede destruir a un niño, pero de todos modos puede llegar a presidente de Estados Unidos. No existe ninguna imposibilidad inherente de triunfar sin inteligencia. Aún más: resulta más difícil triunfar con inteligencia, porque la persona inteligente tiene inventiva. Siempre se adelanta a su tiempo, y se tarda tiempo en comprenderla.
Se entiende con facilidad a la persona no inteligente. Encaja en la gestalt de la sociedad, que tiene sus valores y criterios para juzgarla. Pero la sociedad tarda años en valorar a un genio.
Se entiende con facilidad a la persona no inteligente. Encaja en la gestalt de la sociedad, que tiene sus valores y criterios para juzgarla. Pero la sociedad tarda años en valorar a un genio.
No digo que una persona sin inteligencia no pueda alcanzar el éxito o la fama, pero seguirá siendo falsa. Y eso es lo triste: que puedes hacerte famoso, pero si eres falso, también serás desgraciado, no conocerás las bendiciones que te puede deparar la vida, nunca las conocerás. No tienes suficiente inteligencia como para saberlo. Nunca verás la belleza de la existencia, porque no tienes sensibilidad para conocerla. Nunca verás el auténtico milagro que te rodea, que se cruza en tu camino de millones de formas distintas cada día. Nunca lo verás, porque para verlo necesitas una enorme capacidad de comprender, de sentir, de ser.
Esta sociedad está dominada por el poder. Es una sociedad completamente primitiva, bárbara. Unos cuantos —políticos, sacerdotes, catedráticos— dominan a millones. Y esta sociedad está dirigida de tal manera que a ningún niño se le permite ser inteligente. Es pura casualidad que de vez en cuando aparezca un Buda en la tierra, pura casualidad. De vez en cuando, alguien escapa de las garras de la sociedad. De vez en cuando, una persona no es envenenada por la sociedad. Tiene que deberse a un error, a un fallo de la sociedad, porque normalmente la sociedad logra destruir tus raíces, la confianza en ti mismo. Y cuando eso ocurre, ya no podrás confiar en nadie.
Cuando eres incapaz de quererte a ti mismo, nunca podrás querer a nadie. Es una verdad absoluta, sin excepciones. Solo podrás querer a otros si puedes quererte a ti mismo. Solo quieres a los demás si eres capaz de quererte a ti mismo. Pero esto lo condena la sociedad. Dice que es puro egoísmo, narcisismo.
Es pura casualidad que de vez en cuando aparezca un Buda en la tierra, pura casualidad. De vez en cuando, alguien escapa de las garras de la sociedad.
Sí, quererse a sí mismo puede llegar a ser narcisismo, pero no necesariamente. Será narcisismo si no va más allá, si se queda confinado en uno mismo. En otro caso, quererse a sí mismo significa el comienzo de querer a otros.
Tarde o temprano, una persona que se quiere a sí misma empezará a desbordar de amor. Una persona que confía en sí misma no puede desconfiar de nadie, ni siquiera de quienes la van a engañar, ni de quienes ya la han engañado. No puede desconfiar de ellos, porque sabe que la confianza vale más que ninguna otra cosa.
Puedes engañar a una persona, ¿pero con qué? Puedes quitarle dinero o cualquier cosa, pero quien conoce la belleza de la confianza no se molesta por tales pequeñeces. Seguirá queriéndote, confiando en ti. Y entonces ocurre un milagro: si alguien confía realmente en ti, es imposible que lo engañes, prácticamente imposible.
Ocurre todos los días. Siempre que te fías de alguien es imposible que te engañe, que te defraude. Estás en un andén de ferrocarril, no conoces a la persona que está sentada a tu lado —no la conoces de nada— y le dices: «¿Puede echar un vistazo a mi maleta? Es que tengo que comprar un billete. Por favor, échele un vistazo.» Y te vas. Confías en alguien que no conoces en absoluto. Pero casi nunca te decepciona. Podría haberte decepcionado y engañado si no hubieras confiado en él.
La confianza encierra su magia. ¿Cómo puede engañarte alguien en quien has confiado? ¿Cómo puede llegar tan bajo? Si te engaña, jamás se perdonará a sí mismo.
Si una persona realmente confía en ti, es imposible engañarla, prácticamente imposible.
En la conciencia humana existe una cualidad intrínseca, de confianza mutua. A todo el mundo le gusta que confíen en él. Supone el respeto de la otra persona, y cuando se trata de un desconocido, aún más. No existe razón alguna para confiar en un desconocido, y sin embargo, lo haces. Lo elevas a un pedestal tan alto, lo valoras tanto que le resulta casi imposible caer desde tales alturas. Y si cae, nunca podrá perdonárselo, tendrá que llevar la carga de la culpa toda la vida.
Una persona que confía en sí misma llega a conocer su belleza, a saber que cuanto mayor la confianza, más brilla, más tranquila y relajada se siente, más serena y en calma. Y es tan hermoso que empieza a confiar en más gente, ya que, cuanto más confía, más profunda es la calma, la tranquilidad, que llega a lo más profundo de su ser. Y cuanto más confía, más se eleva. La persona que confía conocerá, tarde o temprano, la lógica de la confianza. Y un día confiará en lo que no conoce.
Empezar a confiar en sí mismo: esa es la primera lección, la lección fundamental. Empezar a amarse a sí mismo. Si no te quieres tú, ¿quién va a quererte? Pero recuerda, que si solo te quieres a ti mismo, será un amor muy pobre.
Hillel, un gran místico judío, dice: «Si no eres para ti mismo, ¿quién será para ti?» Y: «Si solo eres para ti mismo, ¿qué significado puede tener tu vida?» Una frase tremendamente importante. Recuerda: quiérete a ti mismo, porque si no, nadie podrá quererte.
No se puede querer a alguien que se odia a sí mismo. Y en este desdichado mundo, casi todos se detestan y se desprecian a sí mismos. ¿Cómo puedes querer a alguien que se autocensura? No te creerá. Si no se quiere a sí mismo, ¿cómo te atreves tú? Si no puede quererse a sí mismo, ¿cómo puedes tú? Sospechará que se trata de un juego, de un truco, que vas a engañarlo en nombre del amor. Actuará con cautela, y sus sospechas envenenarán tu ser. Si quieres a una persona que se odia a sí misma, intentas destruir el concepto que tiene de sí misma, y nadie abandona fácilmente ese concepto, el de su identidad. Luchará contigo, te demostrará que tiene razón y que tú te equivocas.
¿Cómo puedes querer a alguien que se autocensura? No te creerá. Si no se quiere a sí mismo, ¿cómo te atreves tú?
Eso es lo que ocurre en todas las relaciones amorosas, en las así llamadas relaciones amorosas. Ocurre entre esposo y esposa, entre el amante y el amado, entre el hombre y la mujer. ¿Cómo puedes destruir el concepto que tiene el otro de sí mismo? Es su identidad, su ego, como se conoce a sí mismo. Si se lo quitas, no sabrá quién es. Es demasiado arriesgado; no puede renunciar a ese concepto tan fácilmente. Te demostrará que no merece el amor, sino el odio. Y lo mismo puede aplicarse a ti. Tú también te odias y no puedes permitir que nadie te quiera. Cuando se aproxima alguien con una energía de amor, te asustas, deseas huir, tienes miedo. Sabes perfectamente que no mereces amor, sabes que solo en la superficie pareces tan bueno, tan bello, y que en el fondo eres feo. Y si permites a esa persona que te quiera, tarde o temprano —más bien temprano— se enterará de cómo eres realmente.
¿Cuánto tiempo podrás fingir con una persona con quien tienes que vivir enamorado? Puedes fingir en la calle, en un bar: sonrisas, todo sonrisas. Puedes actuar y representar un papel magníficamente. Pero si vives con una mujer o un hombre vei