La cruzada de las máquinas (Leyendas de Dune 2)

Brian Herbert

Fragmento

bían perdido por uno o dos disparos; luego se pusieron de acuerdo para recoger las ganancias de la apuesta. Las horas de guardia pasarían de los ganadores a los perdedores, y generosas raciones circularían de un lado a otro entre las naves.

La misma operación se había repetido ya casi treinta veces. Pero en aquella ocasión, mientras las dos partes enfrentadas se acercaban, Vor tenía un as en la manga.

La flota de la Yihad permaneció en perfecta formación, con una disciplina digna de las máquinas.

—Allá vamos. —Vor se volvió hacia los hombres del puente—. Preparados para el encuentro. Escudos a máxima potencia. Ya sabéis qué hay que hacer. Lo hemos ensayado muchas veces.

Una intensa vibración se extendió por la cubierta, debida a las capas de fuerza protectora alimentada por grandes generadores acoplados a los motores. Cada comandante se encargaría de controlar cuidadosamente que no se produjera un sobrecalentamiento en los escudos, porque provocaría un fallo generalizado del sistema. Pero, de momento, las máquinas no sospechaban nada.

Vor vio cómo la ballesta de vanguardia se desplazaba por la ruta orbital.

—Vergyl, ¿estás preparado?
—Hace días que lo estoy, señor. ¡Vamos allá!

Vor consultó con sus especialistas en destrucción y táctica, dirigidos por uno de los mercenarios de Ginaz, Zon Noret.

—Señor Noret, imagino que ya habrás desplegado todas tus… ratoneras.

La señal fue la respuesta.
—Todos en posición, primero. He enviado las coordenadas exactas a cada una de las naves para que podamos evitarlas. La pregunta es: ¿se darán cuenta las máquinas?

—¡Yo las distraeré, Vor! —dijo Vergyl.

Las naves enemigas se acercaban al punto de encuentro. Aunque las máquinas pensantes no tenían sentido de la estética, con sus cálculos y sus eficientes diseños de ingeniería resultaban unas naves de curvas precisas y cascos impecablemente lisos.

Vor sonrió.
—¡Adelante!

Mientras el grupo de Omnius avanzaba como un banco de peces imperturbables y amenazadores, de pronto la ballesta de Vergyl salió disparada a gran velocidad, lanzando misiles gracias a un nuevo sistema que permitía activar y desactivar los escudos de la proa en una secuencia de milisegundos, coordinada con gran precisión para que los proyectiles cinéticos salieran sin obstáculos.

Cohetes de alta intensidad impactaron contra la nave enemiga más próxima y Vergyl se desvió; cambió el rumbo y arremetió contra el grueso de las naves robóticas como un toro salusano en estampida.

Vor dio la orden de dispersarse y el resto de naves rompieron la formación y se dispersaron. Para quitarse de en medio.

Las máquinas, en un intento por responder a aquella situación inesperada, poco pudieron hacer aparte de abrir fuego contra las naves de la Yihad protegidas por los escudos.

Vergyl volvió a arremeter con su ballesta de vanguardia. Tenía orden de vaciar las baterías de su nave en un ataque suicida. Uno tras otro, los misiles detonaron contra las naves robóticas; provocaron daños significativos, pero sin llegar a destruirlas. Por los comunicadores no dejaban de oírse vítores.

Pero la táctica de Vergyl no era más que una maniobra de distracción. El grueso de las fuerzas de Omnius seguía la ruta fijada… directos hacia al campo de minas espacial que el mercenario Zon Noret y sus hombres habían puesto en órbita.

Las gigantes minas de proximidad estaban revestidas por unas películas que las hacían prácticamente invisibles a los sensores. Unas naves de reconocimiento y unos escáneres muy precisos habrían permitido detectarlas, pero el ataque furioso e inesperado de Vergyl había desviado la atención de las máquinas hacia otro lado.

Las dos naves de vanguardia estallaron al chocar contra una hilera de potentes minas. Las detonaciones abrieron boquetes en las proas, los cascos y las cámaras inferiores de los motores. Las naves afectadas perdieron el rumbo envueltas en llamas; una de ellas chocó contra otra mina.

Sin acabar de entender todavía qué pasaba, otras tres naves colisionaron contra minas espaciales invisibles. Entonces el grupo de combate robótico se reorganizó. Haciendo caso omiso de los ataques de Vergyl, las naves restantes se dispersaron y desplegaron sensores para detectar la posición de las minas, que retiraron con disparos precisos.

—Vergyl… sal de ahí —transmitió Vor—. Las demás ballestas, reagrupaos. Ya nos hemos divertido un poco. —Se recostó en su asiento de mando con un suspiro de satisfacción—. Que cuatro kindjal de reconocimiento salgan a comprobar la magnitud de los daños que hemos causado.

Abrió una línea de comunicación privada, y la imagen del mercenario de Ginaz apareció en pantalla.

—Noret, tú y tus hombres recibiréis una medalla por esto. —Cuando no llevaban ropa de camuflaje para colocar minas o realizar otras operaciones clandestinas, los mercenarios vestían uniformes diseñados por ellos mismos, de color oro y carmesí. El oro simbolizaba las sustanciosas sumas de dinero que recibían; el carmesí, la sangre que derramaban.

A sus espaldas, el dañado grupo de Omnius seguía con su patrulla orbital, impertérrita, como tiburones buscando comida. Numerosos robots habían salido de las naves y se arrastraban como piojos por la parte exterior de los cascos efectuando reparaciones.

—No parece que les hayamos hecho mucho daño —dijo Vergyl cuando su ballesta se reunió con el grupo de la Yihad. Parecía decepcionado; luego añadió—: Pero no nos quitarán Anbus IV.

—¡Desde luego que no! En los últimos años hemos dejado que se quedaran demasiadas cosas. Ya va siendo hora de que le demos la vuelta a esta guerra.

Vor no acababa de entender por qué en aquella ocasión las fuerzas robóticas esperaban tanto para provocar una escalada en el conflicto. No era lo habitual. Como hijo del titán Agamenón, él —más que ningún otro humano en la Yihad— sabía muy bien cómo funciona la mente de los ordenadores. Cuanto más lo pensaba, más inquieto se sentía.

«¿Soy yo quien se ha vuelto demasiado predecible? ¿Y si los robots solo quieren hacerme creer que no van a cambiar de táctica?»

Con el ceño fruncido, abrió la línea de comunicación con la ballesta de vanguardia.

—¿Vergyl? Tengo un mal presentimiento. Envía unas naves de reconocimiento para que comprueben la superficie del planeta y levanten un mapa. Creo que las máquinas están tramando algo.

Vergyl no cuestionó la intuición de Vor.
—Estaremos atentos, primero. Si han movido aunque sea una roca, lo descubriremos.

—Sospecho que será mucho más que eso. Están tratando de hacer trampa… a su manera. —Vor echó un vistazo al cronómetro, consciente de que hasta dentro de unas horas no tendría que preocuparse del siguiente encuentro orbital. Se sentía inquieto—. Entretanto, Vergyl, estás al mando. Yo bajaré a la superficie para ver si tu hermano ha conseguido hacer entrar en razón a nuestros amigos zenshiíes.

Para comprender el sentido de la victoria, primero debes definir quiénes son tus enemigos… y tus aliados.

Primero Xavier Harkonnen, lecciones de estrategia

Desde el éxodo de las sectas budislámicas de la Liga de Nobles siglos atrás, Anbus IV se había convertido en el centro de la civilización zenshií. Darits, su ciudad principal, era el centro religioso de aquella secta aislada e independiente, normalmente menospreciada por los extranjeros, que consideraban poco valiosos los escasos recursos del planeta y a aquellos fanáticos religiosos.

Las masas de tierra de Anbus IV estaban surcadas por mares inmensos y poco profundos, algunos de ell

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