
INTRODUCCIÓN

La idea de acercar a los lectores el contenido de este libro surge de un llamado a mi corazón. Era el momento de organizar un material que pudiera contribuir a un colectivo de lectores y lectoras con avidez y curiosidad sobre el autoconocimiento con el juego del Tarot. Son nuestros niños y nuestras niñas interiores los que piden desde lo profundo que no olvidemos nuestra magia sagrada, ese espacio que el Tarot como espejo devuelve tan certero y sutil.
El Tarot nos muestra el inconsciente, las sombras que pujan para dejar de ser sombras y devenir en claridad. Pero han sido años de desconexión con las fuentes, pues eran vistas con prejuicio. Sin embargo, hoy el cambio de Era se percibe y nos toca hacernos cargo de una transformación integral que va desde los aspectos personales hasta los colectivos que son indisolubles.
Se percibe en el aire el interés de conectar con herramientas que nos ayuden a resonar con nuestra esencia. El mundo y sus certidumbres se están desarmando frente a nuestros ojos, y es ahí donde nuestra mente y sus anacrónicos sistemas de creencias ya no tienen las respuestas. Es necesario encontrarnos y vincularnos con nosotros mismos desde otras prácticas y otros saberes. Yo aprendí que leer el Tarot es un acto ritual que, vinculado con la noción de inconsciente familiar, puede abrir a nuestro campo consciente décadas de información acallada, permitiéndonos resonar nuestra alma con el universo simbólico. Esas resonancias, al hacerse conscientes, nos conducen a liberarnos de nuestros condicionamientos, patrones y límites para devenir creadores de nuestra vida.
El árbol genealógico es un sistema lleno de información inconsciente y al comenzar a jugar con el Tarot y sus contenidos nos brinda una poderosa herramienta de autorrealización.
Sin la solemnidad de otras herramientas, el Tarot nos devuelve puentes hacia nuestra alma, hacia nuestra sabiduría, pues cada uno de nosotros puede conectar con esa parte esencial para nutrir y evolucionar en todos los planos adonde accedan nuestra atención y voluntad.
La divinidad, aunque no seamos conscientes, se manifiesta en los símbolos de lo cotidiano; aprender a verlos y hacer de ellos algo accesible para evolucionar se vuelve elemental, un cambio de perspectiva al vivir. Y para ello el Tarot nos invita a volver a mirar en profundidad el milagro que se manifiesta constantemente ante nosotros.
En este viaje desconocido y vertiginoso, muchas veces podemos sentir que no disponemos de las herramientas para avanzar, pero todos las tenemos en el instante en que decidimos ampliar la mirada de la supuesta realidad, o al menos repensar lo que creemos que es la realidad para renovarnos a través de nuestro vínculo con el lenguaje simbólico. El Tarot es pura poesía, su fuerza y precisión nos permiten construir y conectar con nuestro espacio sagrado, al tiempo que espeja nuestra forma de ver el mundo y, por ende, nuestra manera de crearlo.

EL TAROT CAMBIÓ MI VIDA, Y ESTOY SEGURO DE QUE CAMBIA TODAS LAS VIDAS QUE SE VINCULAN CON ÉL. ES UNA HERRAMIENTA TAN PRECISA COMO MÁGICA.

Nadie es indiferente a su fuerza, y utilizado al servicio de la toma de conciencia y el autoconocimiento, trasciende las fronteras de lo que pensábamos como límite. El Tarot nos revela que los límites siempre están en nuestra mente y que los sistemas genealógicos siempre están movidos por el amor.
Este libro está escrito para ser disfrutado y ofrece la posibilidad de funcionar como un mapa de ruta hacia las profundidades. Iniciaremos el viaje hacia el inconsciente familiar a través del Tarot, sin solemnidad, y mientras nos desnudamos con nosotros mismos.
Para eso, primero abriré una puerta a mi experiencia personal y genealógica, luego descubriremos con qué tiene que ver el Tarot como herramienta evolutiva y cuál es su enfoque, para seguir con todo el universo del inconsciente genealógico con sus tesoros y sus trampas.
Luego, conectaremos el Tarot con el universo del árbol genealógico, paseando por cada uno de los arcanos mayores para, desde ellos, desplegar resonancias e intuiciones que puedan servir para nuestras búsquedas personales. Terminaremos el viaje con juegos y ritos que desde lo empírico pretenden traducir a la acción estas ideas.
Los invito a descubrir sus propias resonancias, para que la lectura de este material pueda ser ante todo una herramienta de utilidad en sus procesos evolutivos.
Tengan a mano un cuaderno de notas al realizar este recorrido, ya que a lo largo del viaje hallarán ejercicios, preguntas y sugerencias para que en la lectura encuentren su propia voz.

EL INICIO DEL CAMINO: NUESTRO NIÑO INTERIOR
EL PÁJARO ROMPE EL CASCARÓN. EL CASCARÓN ES EL MUNDO. QUIEN QUIERA NACER, TIENE QUE DESTRUIR UN MUNDO.
HERMANN HESSE
En el Tarot, el encargado de comenzar el camino es El Mago, el niño del Tarot y también nuestro niño interior. Él es el iniciado, el que tiene herramientas a su disposición capaces de crear realidades y mundos. En su universo no existe un don especial ni ningún secreto escondido, todo está al alcance de su mano para accionar y mover las energías. Interviene la materialidad de las cosas, y es la metáfora de la entrada en la vida concreta para hacer uso de esas herramientas. Nada parece imposible dentro de su realidad: todo niño tiene una vida llena de posibilidades por delante.
Iniciar, realmente, es abrir una oportunidad a lo imposible con la confianza de que podemos realizarnos en algo que no sabemos exactamente de qué se trata, pero que irrumpe como nueva realidad y queremos investigarlo, vivirlo, crearlo.
La magia del Mago radica en su accionar genuino, verdadero. Nos enseña que el sagrado hacer es la legítima condición de la magia. Todos nosotros somos potencialmente creadores y, por ende, magos. Basta con cerrar los ojos y recordar a nuestro niño interno jugando a la magia de crear, sabiendo que nada es imposible.
La vida y sus acontecimientos son misteriosos; aprender a vivir con lo que no se puede controlar ni saber es vital y necesario. Es una forma de fluir. El caos, muchas veces, es la única alternativa que existe para que se dé una nueva organización. Eso forma parte de la experiencia, de aprender en movimiento y fluir con el río de la vida. Igualmente, nuestro niño lo sabe, ama el caos y la magia. En el presente, solo necesita jugar, experimentar sin juicios y soñar que todo es posible.
La vida adulta nos va quitando fluidez, más aún si nos desconectamos de nuestra fuente esencial. Muchas veces nos encontramos sin saber muy bien cómo accionar y nos preguntamos qué tenemos a disposición para avanzar o cuáles son nuestras herramientas para un primer paso.
En lo personal, después de haber estado muchas veces estancado por completo, más temprano o más tarde me he dado cuenta, por mi propia consciencia, de que algo siempre he tenido a la mano para empezar y entrar en el flujo de la vida nuevamente. Una forma de volver al juego de la vida, que es puro movimiento, una danza.
Parte de la magia radica en aprender a mirar, a ser conscientes de los signos que hay en el entorno. Es por eso que el Mago no percibe a primera vista los objetos que tiene sobre la mesa (tal vez a segunda vista, o a la tercera), sino hasta que su necesidad es tal que se da cuenta de que tiene todo ahí, a la mano. Parece tan simple, y en parte lo es, porque la polaridad de lo simple es justamente lo que se percibe como complejo. Es por eso que acceder a lo simple muchas veces se vuelve una experiencia paradójicamente compleja. Implica un trabajo. Pues el paso del tiempo muchas veces catapulta nuestro niño esencial, y perdemos nuestra magia intrínseca. Estar arrojados a este mundo misterioso nos interpela constantemente; sin embargo, nuestra intensidad da cuenta de que la vida se mueve a través de nosotros.
Los padres del Mago lo ayudaron a creer y a obrar por sí mismo, dándole a entender que todo era posible o, por el contrario, puede ocurrir que esos padres hayan depositado sobre el niño sus propias frustraciones y visiones limitantes. Suele suceder que El Mago (o el niño) no conoce del todo a sus padres, pero eso no significa que no posea memorias de la vida de sus ancestros. Algunas teorías dicen que el alma elige dónde encarnar, en qué familia. Aunque su lógica es un misterio, podríamos pensar que nacemos en el seno de un clan que nos mueve hacia la evolución y la maestría. A veces desde el amor y a veces desde el desamor.
Accionar es la vía útil cuando los misterios de la existencia nos sobrepasan. Para entrar en el plano de la acción hay que abrir la mirada hacia lo que tenemos a la mano, e identificar los elementos para conjurar una alquimia o una magia.
Un truco no es magia sino un artilugio realizado para generar una impresión en el afuera. A la magia, en cambio, no le importa impresionar; más bien busca un gesto, una acción que surja desde una fuente de inspiración y verdad propia. La magia real se conecta con una profundidad devenida en acontecimiento. Todos podemos hacer magia; cada uno tiene sus propias herramientas genuinas. Parte de nuestro trabajo es hacernos conscientes de esas herramientas.
Ahora bien, una vez que somos conscientes, ¿qué hacemos con lo que nos es dado?

EL MAGO NOS RECUERDA QUE LA CLAVE SIEMPRE ESTÁ EN EL ORIGEN; AHÍ ESTÁ ESE NIÑO INTERIOR PIDIENDO ESCUCHA.

Ahí radica nuestro universo mítico personal, nuestra magia onírica, nuestras certidumbres inconscientes que saben guiarse por las fuerzas evolutivas, porque a pesar de que no sepamos exactamente qué son o no podamos ponerlas en palabras, intuimos que algo perfecto está ocurriendo todo el tiempo.
También, como parte de su tesoro, ese niño interior está en contacto con sus propias vulnerabilidades. Por ende, también está en contacto con su esencia y su magia personal.
Integrar nuestra vulnerabilidad se vuelve fundamental; muchas veces se trata de volver a tocar la herida porque, en ese estado, habitualmente nos cuesta aceptar que se encuentra una perla en bruto. Podríamos pensar que esa fragilidad original nos pide constantemente escucha y aceptación para impulsar cualquier tipo de desarrollo o proceso evolutivo.
Nuestra vulnerabilidad es el punto de conexión con nuestras fortalezas. Si perdemos el miedo a lo que nunca sabremos y aceptamos que en sí mismo vivir es un abismo, tal vez esa herida intrínseca que todos tenemos nos puede ayudar a ser conscientes de que necesitamos buscar herramientas de autoconocimiento, sobre todo para integrar y abrazar las zonas más negadas y oscurecidas por la cultura, la sociedad y las lealtades de la familia.
Empezar el camino hacia la transformación es una invitación a vivir lo más cercano al flujo de la vida, conscientes de las herramientas con que contamos en el continuo presente. Después de todo, el presente es la única ancla que tenemos en la realidad.


MI COMIENZO
LA COSA MÁS ATERRADORA ES ACEPTARSE A SÍ MISMO POR COMPLETO.
CARL JUNG
La primera vez que tuve un mazo de Tarot en mis manos fue a los catorce años. Le había pedido con total inocencia a Paky, mi abuela materna, que me regalara un Tarot de Marsella. Si bien ella no leía el Tarot, estaba familiarizada con él y así lo hizo. Paky avalaba todo lo que estuviera en contacto con el conocimiento; ella prefería verme concentrado en las cartas antes que hipnotizado por la televisión.
Me sentía profundamente atrapado por el Tarot, por lo que me generaban sus imágenes. Estaba seguro de que ahí había una fuerza enorme, algo que merecía atención y estudio. Mi intención nunca fue adivinar sino traducir, intentar entender qué me querían decir esas imágenes. Nunca dudé de que me decían cosas, pero pasaron muchos años antes de que realmente empezara a entender por dónde me llevaría esta herramienta. Tal vez, tenía nociones que me conectaban con cuestiones que me daban miedo de mí mismo o de las cosas que vivía. Por esa misma razón avancé despacio y con cierto respeto.
Mis padres rompieron como pareja antes de que yo cumpliera un año, y luego rearmaron su vida con otras personas. Fue en ese momento cuando quedé bajo la tutela de mi abuela.
Ella se llamaba Francisca Cordero, aunque siempre le dijimos Paky. Era hija de Jorge, un cubano que llegó en 1925 al puerto de Valparaíso, donde vivió hasta que fue misteriosamente asesinado cuando mi abuela tenía apenas cuatro años.
Su madre, o sea mi bisabuela Elsa, tuvo que salir adelante sola, con su duelo eterno en el corazón. Elsa era maestra de escuela. Dicen que era una mujer de carácter fuerte y mucho ímpetu, que llegó a ser directora de escuela al interceptar al mismísimo ministro de Educación en un acto público para contarle su trágica historia. Dicen que cuando los amigos llevaron muerto a mi bisabuelo a la casa con la excusa de que en una tarde de cacería se había disparado con la escopeta, ella nunca les creyó y recurrió a una médium para que el espíritu de su marido le confesara cómo había muerto; la médium, sin embargo, tradujo que sería mejor no investigar y quedarse con la certeza de que nunca le faltaría nada. Eran épocas donde ser viuda y criar a una niña significaba estar expuesta al contexto masculino. Eran mujeres fuertes las que vivían en los cerros de Valparaíso allá por los años cuarenta. El futuro marido de Paky, al igual que su padre asesinado llamado Jorge, fue un arquitecto según dicen muy seductor y progresista que se enamoró de mi abuela. Era un profesional que de alguna manera conquistó primero a mi bisabuela Elsa. Ella vio en él un buen futuro para su hija y así fue como se arregló el matrimonio. Antes era distinto, no sé hasta qué punto las mujeres podían realmente elegir con quién estar. Me atrevo a sostener que la mayoría de nuestras abuelas y bisabuelas fueron forzadas a decidir y a intimar, mientras que los hombres estaban movidos por la construcción de sus imperios familiares como forma de reproducir el apellido y el linaje.
En esa época la violación y los abusos a las mujeres estaban de cierta forma naturalizados. Mis abuelos, por ejemplo, tuvieron tres hijos, con una diferencia de un año entre cada uno. Esto quiere decir que el cuerpo de mi abuela, consciente o inconscientemente, funcionó como una fábrica de dar vida, sin descanso durante cinco años. Siempre me pregunto si las mujeres elegían ser madres o se preparaban para transitarlo como parte de lo que tocaba vivir.
Se separaron cuando mi abuelo Jorge traicionó a mi abuela, se enamoró de la mujer que trabajaba en su casa y, de la noche a la mañana, se fue con ella a armar otra familia. Mi abuela nunca superó la traición y el dolor; sin embargo, quedó nuevamente libre de la supremacía masculina, igual que mi bisabuela Elsa. Algo de la historia se repetía. Desde ese día, cuando se refería a mi abuelo ella le decía por su nombre y apellido: Jorge Bravo. Cada vez que la escuchaba decirlo sentía que había quedado algo pendiente entre ellos, un nudo que nunca se desanudó en la garganta de mi abuela.
Cuando yo nací, Paky ya era libre; tenía amantes y no los ocultaba. Usaba prendas coloridas, cantaba canciones. Sus tejidos y su lana eran procesos mágicos. Recuerdo sus telenovelas, su auto pequeño y viejo que manejaba con audacia por la ciudad y por la carretera para ir todos los años, durante tres meses, al hermoso mar de Quintero. Para mí, mi abuela era una artista de la vida. Siempre me inspiró una fuerte admiración y un profundo respeto.
Estar con ella era vivir en el amor. Desde pequeño aprendí de la belleza y la vida que emanaba, sus historias, sus fotografías, sus amigas y amigos, su actitud activa y alegre. Pero, sobre todo, sus mimos y caricias, a pesar de que al mismo tiempo era una capricorniana exigente.
Solíamos pasar los meses de verano en su cabaña de Quintero, en Chile, al borde de un acantilado. Recuerdo, en ese tiempo, la lect