Índice
Amenaza bajo el mar
La balsa del Gladiator
El legado
Primera parte. Y de la nada surgió la muerte
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Segunda parte. Donde nacen los sueños
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Tercera parte. Diamantes… la gran ilusión
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Cuarta parte. Catástrofe en el paraíso
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Quinta parte. El polvo se posa
Capítulo 58
Capítulo 59
Notas
Biografía
Créditos
Con el más profundo agradecimiento
al doctor Nicholas Nicholas,
al doctor Jeffrey Taffet
y a Robert Fleming

LA BALSA DEL GLADIATOR
17 de enero de 1856, mar de Tasmania
De los cuatro clípers construidos en Aberdeen, Escocia, en 1854, uno se destacaba del resto. Era el Gladiator, una gran nave de 1.256 toneladas, de sesenta metros de eslora y diez de manga, con tres grandes mástiles que se alzaban al cielo en aerodinámico ángulo. Era uno de los clípers más rápidos que habían cruzado el océano, pero, por su esbelto diseño, era una embarcación poco segura cuando el mar estaba agitado. Ligero como una pluma, podía navegar impulsado por la más suave brisa. El Gladiator jamás había realizado una travesía lenta, ni siquiera cuando navegaba por aguas tranquilas.
Infortunada e impredeciblemente, era un navío destinado a la catástrofe.
Sus propietarios lo prepararon para el comercio con Australia y el transporte de emigrantes, y fue uno de los escasos clípers destinados a llevar pasajeros además de carga. Pero los dueños advirtieron pronto que no había muchos coloniales que pudieran permitirse pagar el pasaje, así que navegaba con los camarotes de primera y segunda vacíos. No tardaron en descubrir que resultaba más lucrativo obtener contratos del gobierno para el transporte de reos hacia el continente que, inicialmente, fue la mayor prisión del mundo.
El Gladiator estaba comandado por uno de los más duros y enérgicos capitanes de clíper, Charles Bully* Scaggs. Aunque Scaggs no utilizaba el látigo con los marineros perezosos o insubordinados, era implacable a la hora de forzar a sus hombres a realizar travesías en tiempo récord entre Inglaterra y Australia. Los agresivos métodos de Scaggs obtenían resultados, pues en su tercer viaje de regreso a la metrópoli, el Gladiator consiguió un récord de sesenta y tres días que aún sigue imbatido.
Scaggs compitió con los legendarios capitanes de clíper de su época –John Kendricks, que comandaba el Hercules, y Wilson Asher, al mando del renombrado Jupiter–, y nunca perdió. Capitanes rivales que zarpaban de Londres a las pocas horas de hacerlo el Gladiator, invariablemente encontraban la nave cómodamente fondeada en su amarradero cuando llegaban a la bahía de Sidney.
Las rápidas travesías eran una bendición para los prisioneros, para quienes aquellos viajes significaban una pesadilla de penurias sin cuento. Muchos de los buques mercantes más lentos tardaban hasta tres meses y medio en la travesía.
Encerrados bajo cubierta, los convictos recibían el mismo trato que el ganado. Algunos eran criminales peligrosos; otros, disidentes políticos, y muchos, demasiados, pobres diablos que habían sido encarcelados por robar ropa o comida. Los hombres eran enviados a la colonia penal por cualquier delito, desde el peor asesinato hasta la más leve ratería, mientras las mujeres, separadas de los varones por un grueso mamparo, sufrían condena principalmente por pequeños hurtos. Las comodidades para uno y otro sexo eran escasas. Dormían en literas estrechas de madera, disponían de escasas condiciones higiénicas y su comida durante los meses de travesía era de bajo valor nutritivo. Los únicos lujos eran raciones de agua, vinagre y jugo de lima para combatir el escorbuto, y un cuarto de litro de vino de oporto para subirles la moral durante la noche. Los vigilaba un pequeño destacamento de diez hombres del regimiento de infantería de Nueva Gales del Sur, bajo el mando del teniente Silas Sheppard.
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