El pozo de la muerte

Lincoln Child
Douglas Preston

Fragmento

Agradecimientos

AGRADECIMIENTOS

Estamos en deuda con David Preston, uno de los mejores médicos de Maine, por su valiosa ayuda para todo lo relacionado con su especialidad en El pozo de la muerte. También queremos dar las gracias a nuestros agentes, Eric Simonoff y Lynn Nesbit de Janklow & Nesbitt; Mathew Snyder de Creative Artists Agency; nuestra espléndida editora, Betsy Mitchell, y Maureen Egen, de Warner Books.

Lincoln Child quiere expresar su agradecimiento a Denis Kelly, Bruce Swanson, a los doctores en medicina Lee Suckno y Bry Benjamin, a Bonnie Mauer, Chérif Keita, el reverendo Robert M. Diachek, y a Jim Cush. Y quiero agradecer especialmente a mi esposa Luchie, por su apoyo y por haber criticado de una manera tan inteligente —y en ocasiones implacable— las cuatro novelas que he escrito en los últimos cinco años. Quiero dar las gracias a mis padres por haberme enseñado desde niño a amar la navegación y el mar, con un amor que continúa en el presente. Y también quiero expresar mi reconocimiento a todos los antiguos piratas, corsarios, codificadores y decodificadores, aficionados a la criptografía y agentes secretos isabelinos, por proporcionarme inspiración para los personajes y los acontecimientos de El pozo de la muerte. Y quiero dar las gracias, aunque debería haberlo hecho mucho antes, a Tom McCormack, mi antiguo jefe y mentor, que con tanto entusiasmo y perspicacia me instruyó en el arte de escribir y en el oficio de editar. Nullum quod tetigit non ornavit.

Douglas Preston quisiera también expresar su agradecimiento a John P. Eiley, hijo, editor de la revista Smithsonian, y a Don Moser, editor. Quisiera agradecer a mi esposa Christine por su apoyo y a mi hija Selene, que leyó el manuscrito y me hizo valiosas sugerencias. Quiero también expresar mi profundo agradecimiento a mi madre, Dorothy McCann Preston, y a mi padre, Jerome Preston, hijo, por mantener y cuidar de la granja Green Pastures, para que mis hijos y mis nietos puedan disfrutar del lugar que constituye uno de los escenarios ficticios de El pozo de la muerte.

Queremos disculparnos ante los puristas de Maine por haber modificado las costas y haber desplazado las islas y los canales con la mayor audacia e irresponsabilidad. Es evidente, pues, que Stormhaven y sus habitantes, así como Thalassa y sus empleados, son personajes de ficción. De la misma manera, y a pesar de que en el litoral oriental hay varias islas Ragged, la que hemos descrito en El pozo de la muerte, así como sus dueños, la familia Hatch, pertenecen enteramente al mundo de la ficción.

Agradecimientos

Ese día se acabó el ron. Mis hombres estaban sobrios. ¡Y vaya confusión la que se produjo entre nosotros! Comenzaron las conjuras. Hubo rumores de separación, de modo que busqué algo para retenerlos. Y capturamos un barco con muchas bebidas espiritosas a bordo, y renació el entusiasmo entre mis hombres. Después, todo volvió a marchar bien.

Del Diario de a bordo de EDWARD TEACH,

también llamado Barbanegra, hacia 1718.

Encontrar soluciones del siglo XX a los problemas del siglo XVII significa un éxito total o el caos absoluto; no hay término medio.

ORVILLE HORN,

doctor en filosofía.

Introducción

INTRODUCCIÓN

Una tarde de junio de 1790, en Maine, un pescador de bacalao llamado Simon Rutter se encontró atrapado en una tormenta en medio de aguas revueltas. Su esquife iba sobrecargado con el producto de la pesca y se desvió de su rumbo, y Rutter se vio obligado a atracar con su barca en la isla Ragged, a unos doce kilómetros de la costa. Mientras esperaba a que amainara la tormenta, el pescador decidió explorar el lugar. Se alejó de las escarpadas y rocosas costas que daban su nombre a la isla, y encontró un gran roble. Unos viejos aparejos colgaban de una rama baja y debajo de ellos el suelo aparecía hundido y formaba una depresión. A pesar de que la isla estaba deshabitada, Rutter encontró indicios claros de que alguien la había visitado hacía muchos años.

Aquello despertó su curiosidad, y el pescador regresó un domingo, varias semanas después, acompañado por su hermano y provistos de palas y picos. Localizaron la depresión en el suelo y comenzaron a cavar. A un metro y medio de profundidad dieron con una plataforma de troncos de roble. Los apartaron y siguieron cavando, cada vez más emocionados. Cuando terminaba el día habían cavado cerca de seis metros, y habían atravesado capas de carbón y de arcilla hasta dar con otro entablado de madera de roble. Los hermanos regresaron a casa, decididos a continuar con sus excavaciones cuando terminara la temporada de pesca de la caballa. Pero una semana más tarde, el hermano de Rutter se ahogó cuando su esquife naufragó en un inesperado accidente. El pozo fue abandonado por el momento.

Dos años más tarde, Rutter y un grupo de comerciantes del lugar decidieron unir sus recursos y regresar al misterioso lugar en la isla Ragged. Retomaron las excavaciones y dieron muy pronto con una serie de maderos y gruesas vigas de roble verticales, que parecían haber constituido el encofrado de un antiguo pozo cegado posteriormente. No sabemos hasta dónde habían llegado las excavaciones, aunque casi todos los cálculos suponen que estaban cerca de los treinta metros de profundidad. Y en este punto dieron con una losa de piedra en la que había grabada una inscripción.

PRIMERO MENTIRÁS

LLORARÁS DESPUÉS

MÁS TARDE MORIRÁS.

Removieron la losa y la subieron a la superficie. Se ha dicho que al quitarla rompieron un sello, porque unos instantes después, y sin previo aviso, el agua del mar anegó el foso. Todos los que habían trabajado en la excavación consiguieron escapar. Todos, excepto Simon Rutter. El Pozo de Agua, como fue conocido desde entonces, se había cobrado su primera víctima.

El Pozo de Agua dio lugar a numerosas leyendas. Una de las historias más verosímiles dice que el pirata inglés Edward Ockham enterró su botín en algún lugar de la costa de Maine en 1695, antes de morir en circunstancias misteriosas, y que es probable que ese lugar fuera el pozo de la isla Ragged. Poco después de la muerte de Rutter comenzó a circular el rumor de que el tesoro estaba maldito, y el que osara intentar apoderarse de él correría la suerte que vaticinaba la inscripción en la losa de piedra.

Hubo varios intentos infructuosos de vaciar el Pozo de Agua. En 1800, dos antiguos socios de Rutter formaron una nueva compañía y consiguieron el capital necesario para financiar la excavación de un segundo pozo a unos tres metros y medio del primero. Durante los primeros treinta metros de excavación todo fue bien, y entonces comenzaron a cavar un túnel que pasaría por debajo del Pozo de Agua. Pensaban llegar así hasta el tesoro, pero tan pronto comenzaron a cavar en dirección al primer pozo, el pasaje empezó a llenarse rápidamente de agua, y los hombres apenas tuvieron tiempo de ponerse a salvo.

Durante treinta años, nadie volvió a acercarse al pozo. Hasta que en 1831 un ingeniero de minas del sur del estado llamado Richard Parkhurst constituyó la Bath Expeditionary Salvage Company. Parkhurst era amigo de uno de los comerciantes que habían participado en la segunda expedición, y obtuvo una valiosa información sobre aquellos trabajos. Parkhurst instaló una potente bomba de vapor en la boca del pozo, pero le resultó imposible desagotarlo. No se desanimó y trajo una primitiva torre de perforación utilizada en las minas de carbón, y la situó directamente sobre el pozo. La perforadora fue más allá de la original profundidad del pozo, pero cuando llegó a los cincuenta metros algo impenetrable la detuvo. Cuando extrajeron el taladro, encontraron en la pieza rota fragmentos de hierro herrumbrado. La barrena también trajo a la superficie cemento, masilla y grandes cantidades de fibra. Este material fue analizado, y descubrieron que se trataba de bonote, o fibra de coco. Los cocoteros crecen solamente en los trópicos, y en los barcos se usaban cuerdas hechas con su corteza para amarrar la carga. Poco tiempo después de este descubrimiento, la Bath Expeditionary Salvage Company se declaró en quiebra y Parkhurst se vio obligado a abandonar la isla.

En 1840 se constituyó la Boston Salvage Company, y comenzaron a cavar un tercer pozo muy cerca del Pozo de Agua. A veinte metros de profundidad dieron inesperadamente con un túnel lateral que parecía conducir al pozo original. El nuevo pozo se llenó inmediatamente de agua y se produjo un socavón.

Los empresarios no se desmoralizaron y perforaron otro pozo, muy grande, a unos veinticinco metros de distancia, que sería conocido como el Pozo Boston. A diferencia de los anteriores, el Pozo Boston no era vertical sino en pendiente. A veinte metros de profundidad dieron con un lecho de roca, se desviaron y continuaron excavando quince metros más con gran trabajo, utilizando taladros y pólvora. Después perforaron un túnel debajo de lo que suponían era el fondo del Pozo de Agua, y volvieron a encontrar vigas de madera y la continuación del pozo, que había sido rellenado. Emocionados, continuaron excavando y vaciaron el antiguo pozo. Cuando llegaron a los cuarenta metros de profundidad encontraron otra plataforma de troncos de roble, que dejaron en su lugar mientras decidían qué hacer con ella. Pero esa noche un ruido sordo despertó al campamento, y cuando acudieron al lugar de las excavaciones los hombres descubrieron que el suelo del fondo del Pozo de Agua se había hundido. Los escombros habían caído en el nuevo túnel con tanta fuerza que había agua y lodo a diez metros a la redonda de la boca del Pozo Boston. Y en medio de estos lodos encontraron un rústico tornillo muy semejante a los que se utilizan en la toma de agua de un barco.

En los veinte años siguientes fueron excavados más de doce pozos para dar con la cámara del tesoro, pero todos se llenaron de agua o se derrum

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