Guerrilleros

V.S. Naipaul

Fragmento

1

Después de comer, Jane y Roche salieron de su casa en la Sierra para dirigirse a Thrushcross Grange. Condujeron hasta la calurosa ciudad al pie de las colinas, y después la atravesaron en dirección a la carretera costera, por calles repletas de lemas pintados: «Negro auténtico, no votes», «El control de la natalidad es una conspiración contra la raza negra».

El mar olía a ciénaga; apenas se rizaba, poseía brillo, más que color; y el calor parecía atrapado bajo la bruma rosácea del polvo de bauxita procedente de la estación de carga de mineral. Más allá del mercado, donde se descargaban camiones frigoríficos; más allá del vertedero, que ardía en lo que había sido un manglar, con negros cuervos carroñeros encorvados sobre los postes o saltando por el suelo; más allá de las construcciones en laderas de las colinas; más allá de los nuevos complejos residenciales, hileras de cubos de hormigón y chapa ondulada sin pintar que recordaban los poblados chabolistas derribados para efectuar esa renovación urbanística; más allá de los niños desnudos que jugaban en el polvo rojo de las nuevas y rectas avenidas, la ropa que colgaba como harapos en los tendederos de los patios; más allá de todo esto, el terreno se despejaba un poco. Y se podía ver el territorio sobre el que se había extendido la ciudad: a un lado, la ciénaga, desecada hasta formar una gran llanura; al otro lado, la hilera de colinas que se alzaban desde la planicie.

Ese terreno abierto no se prolongaba mucho. Los pueblos se habían convertido en barriadas periféricas. A veces había un anuncio pintado en el muro lateral de una casa de hormigón. En los campos que aún pervivían había vallas publicitarias. Y pronto se llegaba a un área industrial. Ahí empezaban las señales para Thrushcross Grange: el nombre, la distancia en millas, un puño pintado a modo de emblema, el eslogan «Por la tierra y la Revolución», y una franja en la parte inferior con el nombre de la compañía que había colocado el cartel. Los carteles eran todos nuevos. Los embotelladores locales de Coca-Cola habían puesto uno; también Amal (la empresa estadounidense de bauxita), varias compañías aéreas y muchas tiendas de la ciudad.

Jane dijo:
–Jimmy asusta a un montón de gente.

Roche, con cierta pinta de payaso debido a las gafas de sol baratas que llevaba para conducir, dijo:

–A Jimmy le gustaría oírte decir eso.
–Thrushcross –dijo Jane.
–«T’rush-cross.» Así es como se pronuncia. Es de Cumbres borrascosas.

–Ya me parecía que sonaba muy inglés.
–No creo que signifique nada. No creo que Jimmy se vea como Heathcliff ni nada por el estilo. Hizo un curso de escritura, y ese era uno de los libros que tenía que leer. Me parece que simplemente le gusta el nombre.

Las colinas humeaban, como todos los días desde primera hora de la mañana: finas columnas de humo blanco que adquirían el color del polvo y se mezclaban con la bruma. Por encima del ocre de los asentamientos que había más abajo, la sequía había teñido las colinas de marrón; y sobre ese fondo pardusco los incendios de los matorrales habían dejado parches de color rojo oscuro. La carretera asfaltada era de un negro húmedo, distorsionada a lo lejos por ondas de calor. El fuego había ennegrecido la hierba, y en algunos lugares seguía ardiendo. A veces, por encima del ruido del coche, Jane y Roche oían crepitar unas llamas que, en la brillante luz, no podían ver.

En aquella zona industrial el tráfico era denso, pero la tierra seguía mostrando su reciente pasado agrícola. Aquí y allá, entre las grandes naves y los edificios modernos de hormigón sin enlucir, las altas vallas de alambre y los terrenos ajardinados, seguía habiendo campos, vestigios de las grandes fincas, junto con los propios de los pueblos: huertas, viejas casas de madera edificadas sobre postes, cabañas, patios delanteros pelados con matas de zinnias, arbustos de ixora y setos de hibiscos. La hierba crecía en los campos a ambos lados de la carretera; unos carteles ofrecían terrenos para la construcción de viviendas o fábricas. De vez en cuando se veía un solitario coche herrumbroso en alguna hondonada, como si se hubiese salido de la carretera y lo hubieran dejado allí; otras veces eran montones los vehículos abandonados.

Jane dijo:
–Pensaba que Inglaterra estaba en decadencia.

Roche preguntó:
–¿Decadencia de qué?

Dejaron atrás las fábricas. El tráfico disminuyó y, cuando salieron de la carretera principal, entraron por fin en lo que parecía el campo. Pero los matorrales tenían un aspecto dejado, marchitos por la sequía. Se veían áreas pavimentadas de hormigón y asfalto; y, a veces, hileras de pilares de ladrillo rojo sobre los que trepaban enredaderas secas, que evocaban antiguas excavaciones: los pilares bien podrían haber sostenido el suelo de un baño romano. Eran los restos de algún complejo industrial, alguno de los proyectos fallidos de los primeros días de la independencia. Se ofrecieron exenciones fiscales a los inversores extranjeros; muchos habían acudido allí por las exenciones, pero después se habían marchado a cualquier otro lugar.

Roche dijo:
–Espero que haya algo que ver. Pero lo dudo.
–¿Le dijiste que venía?
–Se puso a la defensiva cuando lo supo, pero creo que estaba contento. Dio la habitual excusa: la sequía. Pero Jimmy es así. El mundo siempre lo trata injustamente. –Roche hizo una pausa–. No es el único.

Jane no dijo nada.

Roche dijo:
–Dice que algunos de los chicos se han marchado. De vuelta a la ciudad, supongo. Y no creo que les guste tener la sensación de que viene gente a espiarlos.

–¿Quieres decir que lo único que buscan es publicidad? Roche sonrió.
–No les hará ningún daño que los pillemos por sorpresa. Es la única forma: obligarlos a que hagan lo que dicen que quieren hacer.

Las carreteras del antiguo complejo industrial eran estrechas, los arcenes estaban llenos de maleza y trozos de la áspera superficie de grava estaban desgastadas. La tierra, que formaba parte de la gran llanura, era plana, pero ahora las zonas de arbustos eran más escasas, y se mezclaban con otras de bosque bajo. Seguía habiendo muchas carreteras, pero los desvíos eran todos iguales, y a un forastero le resultaría fácil perderse. Desde que habían salido de la carretera principal no habían visto ningún letrero de Thrushcross Grange. Pero entonces, abruptamente, surgió en el páramo un nuevo cartel amarillo, rojo y negro, coronado por el puño emblématico:

thrushcross grange comuna del pueblo por la tierra y la revolución

La entrada sin permiso previo está terminantemente prohibida en todo momento Por orden del Alto Mando, james ahmed (Haji)

En una franja de la parte inferior, en letras blancas sobre fondo rojo, aparecía el nombre de la compañía local, Sablich’s, que había instalado el cartel.

Roche dijo:
–Tuvimos que suavizar el tono de Jimmy.

Roche trabajaba para Sablich’s.

Jane preguntó:
–¿Haji?
–Según tengo entendido, un Haji es un musulmán que ha peregrinado a La Meca. Jimmy lo utiliza como «señor» o «don». Cuando se acuerda, claro.

Poco después del cartel, había una carretera más estrecha. La cogieron. Algo más adelante llegaron a una garita pintada a rayas diagonales negras y rojas. Estaba vacía; y la barra metálica, también pintada a rayas negras y rojas y con un contrapeso a un lado a modo de barrera, estaba levantada. Continuaron. La carretera era tan estrecha como la que habían dejado atrás, con bordes irregulares y el asfalto comido por los garranchuelos y los hierbajos del margen silvestre. Conducían a través de mato

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